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Ainhoa Uria
jueves, 4 de abril de 2019
Musika-Música 2019 © . Musika-Música 2019 © .
Bilbao, sábado, 2 de marzo de 2019. Palacio Euskalduna. Musika-Música. Sesión 18; W.C.Handy: St.Louis Blues, J. Gilbert: Dixieland Medley, G. Shearing: Lullaby or birdland, Jazz suite, Duke Ellington: Fantasía y cuatro canciones. Athenäum-Quartet. Sesión 25; E. Elgar: Serenade para cuerdas en mi, op 20, P. Glass: Company, del cuarteto nº2 para orquesta de cuerdas, M. Tippett: Fantasía concertante sobre un tema de Corelli. Münchener Kammerorchester. Sesión 46; Philip Glass: Piezas del “Dracula Quartet”, Samuel Barber: Adagio para cuerdas del cuarteto para cuerdas op. 11, Leonard Bernstein: piano trío op. 2. Rubik Ensemble. Sesión 53; Edward Elgar: Sevillana, op. 7, William Turner Walton: Concierto para viola, Edward Elgar: Obertura de Cockaigne op. 40.
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Y la ciudad se vuelve a llenar de carteles de Musika Música, desde hace dos años, diferentes a los que estábamos acostumbrados a ver; en los que Bach se nos mostraba como un hippie con flores en la cabeza y una guitarra en la mano, Brahms y Beethoven viajaban a lo loco en un deportivo rojo con las partituras al viento o los románticos, con ropa desenfadada, se hacían un selfie en el, por aquel entonces, recientemente inaugurado puente Frank Gery. Este año, dos fundas de violoncello presiden el minimalista cartel; ¿es acaso una pareja heterosexual que espera pacientemente en la cola de una de las salas del Palacio Euskalduna? o, ¿hará referencia al número dos, evocando a las dos ciudades que se comunican este fin de semana? Puede que también sean dos fundas preparadas para recoger en avión a todos los compositores de esta edición y traerlos a Bilbao. En los carteles ampliados de dentro del recinto del festival, se suman más violoncellos de diferentes tamaños a los dos iniciales, aludiendo al carácter popular y familiar que plantea Musika-Música, en el que el alma son los instrumentos y los cuerpos son las recias fundas donde se cuidan.

Múltiples opciones a la hora de interpretar las imágenes como las que plantea este festival a lo largo de 70 conciertos, que al centrarse en Nueva York y Londres entre finales del s.XIX y mediados del s. XX nos permiten viajar por una extensa variedad de colores y ritmos.

Mi primera cita es el evento nº 18 con la sala A3 ebullendo. Recuerdo, al sonar St. Louis Blues lo que oí una vez decir a Sofia Gubaidulina; la sorpresa que se llevó ante la felicidad que Louis Armstrong y Duke Elington sentían al hacer música y la diversión de sus juegos musicales, en contraposición con la seriedad y profundidad tan característica de la música culta europea. Durante toda esta obra, se ve a los músicos del Athenäun-Quartet sonreir, invitando al público a respirar el aire fresco de los comienzos del Blues. La sesión, expresivamente correcta, nos muestra los ritmos sincopados y la sucesión de caracteres y aires tan diversos con los que nos darán una vuelta por varias de las etnias del nuevo mundo. Las versiones para cuarteto funcionan aunque se eche de menos otra orquestación en algunas obras.

En la sala A1 en el evento nº 25, al igual que lo hacen las orquestas barrocas, la Münchener Kammerorchester después de saludar al público, durante el concierto se mantendrá de pie. Cinco violines primeros, cinco violines segundos, cuatro violas, cuatro violoncelos y dos contrabajos muestran sus cuidadísimos finales desde el primer momento con la Serenade, en el final de cuyo Larghetto, se esmerarán con mucha delicadeza; no llegaremos al mezzoforte hasta bien entrada la sesión en la que se escuchará la influencia de la parte rítmica del primer movimiento de la séptima sinfonía de Beethoven.

La polirrítmia de Philip Glass consigue siempre una concentración en la que el latido del corazón debido al concepto maquinista-matemático de su música se acompasa elevando el espíritu por los aires. En el segundo movimiento de la obra, unos sorpresivos acentos a contratiempo en las cuerdas graves, sacan de la letárgica absorción al espectador hasta el sutil final en fracción débil pianissimo que deja al auditorio en silencio. Para la ultima obra se presenta otra formación en la que la concertino que dirigía a la anterior, encabeza el trio solista de dos violines y violoncello y estará milimétricamente pendiente de todo lo que acontezca durante la obra, que magistralmente conduce al oyente por la historia en la que, al igual que el Guadiana, el Concerto Grosso 0p. 6, nº2 aparecerá y desaparecerá corroborándonos que la disposición de la formación ya anunciaba presencia barroca.

La Rubik Ensemble, equipo que destaca tanto por la juventud de sus integrantes como por su madurez musical y su cohesión, orientadas a la hora de comprender la partitura, sorprende con una intensa versión de piezas de Dracula Quartet en la sala A4 en el evento nº 46. La energía del acorde de la primera célula, cíclicamente vuelve en varias ocasiones refrescando el mantra de la música de Glass y marcará el espectro dinámico de las características de la interpretación. El orden del programa se altera, siendo indicado por la estupenda contrabajista Uxía Martínez Botana dejando en segundo lugar el Adagio del Cuarteto op.11 de Barber, que al repetirse en varios programas del festival, no podíamos pasar por alto, sin adentrarnos en su profundidad. Pero es en el trío de Bernstein donde la sincronización llega a su máxima efectividad, en cuyo piu mosso la violinista se soltará expresivamente y donde la agrupación hará frente a diversidad musical de texturas y contrastes armónicos.

El fabuloso recuerdo que se tiene de Juanjo Mena de la época en la que estuvo dirigiendo la Orquesta Sinfónica de Bilbao, consigue que en la cola del Auditorio en el evento nº53 se palpe la expectación por verle dirigir a la impresionante BBC Philarmonic. Con la apertura galante de Sevillana se vuelve a ver el gesto claro y expresivo del maestro, que con mucha seguridad, atiende a todos los aspectos de la música. El concierto de viola comienza evocando una atmósfera cinematográfica de la quietud de un páramo con niebla; Steven Burnard lo interpreta con soltura y dedicación y sabiendo hacer uso del lirismo pero desgraciadamente su sonido queda enmascarado por la orquesta en muchos momentos no pudiendo disfrutarse de su interpretación. La Obertura de Cockaigne, suena con una riqueza de emociones, paralela a la opulencia con la que nos imaginamos el país de Cucaña, hasta que llega al final de forma tan intensa como impactante.

Dos puntos separan las traducciones de las notas al programa, y aparecen esparcidos a lo largo del cartel; ¿harán referencia a los dos puntos de la clave de fa en la que leen los violoncellistas de esas fundas que salpican Bilbao durante estos días o son los dos puntos de repetición que auguran una próxima edición el año que viene?

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