España - Galicia
Un público poco habitual
Maruxa Baliñas

Comentaba hace un par de semanas la capacidad de las pequeñas y medianas localidades de proporcionar sorpresas musicales inesperadas e incluso ilógicas. Si en una gran ciudad la actividad musical está relativamente estandarizada y es fácil saber qué cabe esperar, las pequeñas ciudades -y dentro de lo que es España, Lugo entra en la categoría de ciudad pequeña (ocupa el puesto nº 64, según el Instituto Nacional de Estadística)- pueden presentar sorpresivamente un concierto con entrada libre, en una sala relativamente pequeña, con Gabriela Montero (Caracas, 1970) como protagonista.
Dentro de lo que es Galicia, Lugo es considerada una ciudad con bastante afición musical y en determinados momentos de su historia contó con compositores destacados. Lamentablemente en los últimos años su oferta musical se ha vuelto muy reducida y sobre todo 'importada', ya que si a título individual cuenta con intérpretes destacados e incluso un compositor de la categoría de Octavio Vázquez (Santiago de Compostela, 1972), estos no residen regularmente en la ciudad. Afortunadamente existen asociaciones como la Sociedad Filarmónica de Lugo que toman a su cargo una tarea tan comprometida como mantener una temporada de conciertos regular -unos 10-12 conciertos cada temporada- y organizar un festival como la Semana de Música do Corpus, ya en su edición nº 47, que se ha unido al Festival de Música Ciudad de Lugo.
Y sin embargo el público melómano era escaso en este concierto de Gabriela Montero, lo cual me parece una auténtica pena. Parte del problema proviene de que la Xunta de Galicia y en general las instituciones públicas se centran en promocionar el turismo de naturaleza para Galicia -además del Camino de Santiago- y no exploten mejor esta oferta cultural que ofrece la comunidad, y que podría ser un foco de atracción mucho más fuerte de lo que imaginan. Porque este concierto de Gabriela Montero se enmarca en dos semanas de un festival que ha presentado nueve conciertos con agrupaciones de una calidad tan respetable como la de MUSica ALcheMIca, Forma Antiqva, la Orquestra Sinfónica Vigo 430 o la Real Filharmonía de Galicia, con el violonchelista Nicolas Altstaedt como director y solista.
Atención, que estoy hablando de público melómano, porque en realidad el salón de actos del Círculo das Artes de Lugo estaba bastante lleno, pero como descubrí en la segunda parte del concierto, gran parte de los asistentes eran venezolanos que querían 'presumir' de su pianista y abundaron las banderas venezolanas e incluso alguna pancarta. De hecho, cuando empezó la parte de las improvisaciones, Montero se vió obligada a recordar a sus compatriotas que -puesto que estábamos en Galicia- debían alternarse las canciones venezolanas y gallegas, y al final del concierto se pasó muchísimo tiempo haciéndose fotos con diversos miembros de la colonia venezolana de Lugo.
A la hora de reseñar este concierto, siento la tentación de hacerlo como dos conciertos distintos, puesto que en la primera parte Montero interpretó un repertorio tan cotidiano como los Cuatro Impromptus D. 899, Op. 90 de Franz Schubert, y la Sonata nº 2 de S. Rachmaninov; mientras en la segunda parte -siguiendo un esquema muy habitual en ella- se dedicó a improvisar sobre cuatro temas propuestos por el público. Y ya no es sólo que se trate de dos aproximaciones muy distintas al arte de tocar el piano, sino que también su 'comportamiento', y sobre todo el del público, fue muy distinto. En la primera parte todos nos portamos convencionalmente: silencio, respeto y una actitud pasiva, un disfrute privado. En la segunda parte, cuando Montero nos exigió que le cantaramos los temas para luego improvisar sobre ellos, nos sentimos francamente turbados: uno no va a un concierto a hacer música personalmente y públicamente, y tener que cantar una canción, aunque no fuera completa, y aunque nos la supiéramos muy bien, daba bastante verguenza.
La Sonata nº 2 de Rachmaninov sonó impecablemente y mostró a Montero como una virtuosa del instrumento, con una alta capacidad técnica, mientras los Cuatro Impromptus D. 899 de Schubert le permitieron presumir de su musicalidad y sobre todo de esa vitalidad o naturalidad delante del piano que marca a los pianistas que nacieron para tocar y no han perdido la identificación entre 'jugar' y 'tocar' que mantienen casi todos los idiomas en teoría, pero que ya no es tan habitual en la práctica. Montero no sufre tocando, juega con un amigo o quizás con un alter ego imaginario.
La experiencia de escuchar improvisaciones al piano ha desaparecido casi totalmente en la música de concierto y es una pena porque -como antes indicaba- permite otra audición, donde la técnica y la exactitud no son fundamentales, de hecho, es un tipo de interpretación muy abierta al 'error'. Pero a cambio se obtiene un acceso al mundo interior del instrumentista, una sinceridad mostrando 'esto es lo que soy y esta es la música que hago', que falta en los intérpretes más convencionales.
En resumen, un gran concierto desde un punto de vista personal, pero al mismo tiempo empañado por la pena de saber que tanta gente que podría haber disfrutado del concierto, simplemente no se enteró.
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