Reportajes

La temporada 2019-20 de la Filarmónica de Dresden

Agustín Blanco Bazán
martes, 11 de junio de 2019
Marek Janowski © 2007 by Klaus Rudolph Marek Janowski © 2007 by Klaus Rudolph
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¿Ochenta años? Pues realmente no los parece. A lo mas, setenta, diría yo, a juzgar por su sanguinea actitud de alerta durante la conferencia de prensa en la cual la Filarmónica de Dresde anunció su próxima temporada, con este Marek Janowski como nuevo director artístico.

En Alemania les gusta decir que Janowski es polaco, aunque esto es verdad solo hasta cierto punto. Porque Janowski creció en Wuppertal, luego que su madre viajara allí para juntarse a su familia en 1939. Su padre desapareció en Polonia durante la Segunda Guerra Mundial. Sus antecedentes musicales lo acreditan como un artista excepcional. Fue director musical de la Opera de Freiburg y Dortmund, director principal de las filarmónicas de Liverpool, Radio France y Monte-Carlo, la de la Radio de Berlin, la Suisse Romande y la Gürzenich de Colonia. También fue una vez titular de esta misma Filarmónica de Dresden, del 2001 al 2003. Y todos hemos escuchado su gran tetralogía wagneriana grabada hace mucho con la otra orquesta, que es menos sinfónica y más internacional.

Porque la Filarmónica, fundada en 1870 es una antítesis burguesa a la orquesta de corte que terminó siendo la Staatskapelle, que más bien confinada al foso de la ópera, solo alcanza a dar doce conciertos sinfónicos anuales en la ciudad. No así la Filarmónica que dará más de treinta en su proxima temporada y que puede acreditar sin exageraciones un Dresdner Klang o sea “Sonido Dresden” refinado a través de ciento cincuenta años con la ayuda de batutas importantes: Anton Rubinstein, Ysaÿe, Brahms, Chaicovski, Dvorák, Richard Strauss, Busoni, Casals, Kussewitzky, Nikisch, Erich Kleiber, Walter, Jochum, Mengelberg, Knappertsbusch, Osawa y Giulini. Entre sus directores artísticos más recientes figuran Kurt Masur y Rafael Frubeck de Burgos. Durante su intendencia en la Semperoper antes del nacionalsocialismo, Frizt Busch dirigió alrededor de sesenta conciertos en la sala de la Gewerbevereins una institución gremial corporativa similar a la de la Gewandhaus de Leipzig también destruida por las bombas aliadas sobre el final de la segunda guerra. ¡Pero en 1946 ya estaba tocando de nuevo esta empecinada orquesta burguesa, esta vez en las poco auspiciosas premisas del Museo Alemán de la Higiene! En 1969 la administración comunista les regaló un Palacio de la Cultura de horrorosa calidad arquitectónica. Y allí se quedaron, para pasar nuevamente al Museo de la Higiene cuando el capitalismo cerró el Palacio para una extensa renovación que se extendió desde el 2012 al 2017. Las demoras y los cortes presupuestarios terminaron con la paciencia del director principal Michael Sanderling, que anunció su intención de no renovar contrato luego del 2019. Pero el Palacio restaurado finalmente abrió en 2017, y la conferencia de prensa de este año olió a reconciliación, con la presencia del mismísimo alcalde de la ciudad que anunció el comienzo de una campaña para hacer de la ciudad la capital de la cultura europea en 2025.

No repetiré aquí mis elogios del año pasado sobre el remozado Palacio de la Cultura, salvo para recordar que está casi irreconocible. Casi irreconocible, porque los responsables de la restauración dejaron intactos esos murales de idealización socialista que son parte de la historia del edificio. Los murales externos e internos creados por la Comunidad Socialista de la Academia de Bellas Artes de Dresden glorifican el estudio y el trabajo con arengas como “¡A pesar de todo! ¡Vivir es nuestro plan! ¡Somos los triunfadores de la historia!” El resto es todo nuevo, desde los enormes paneles de vidrio que se abren a una plaza de aguas danzantes hasta una sala de acústica hipersensible de 1760 localidades. Y como más que una sala de concierto se trata de un palacio de la cultura, el complejo incluye una biblioteca-fonoteca pública amplia y de esas que invitan a pasar todo el día: hasta hay unos enormes almohadones para relajarse con una pequeña siesta.

La temporada 2019-20 se desarrolla bajo el triple auspicio de los 250 años del nacimiento de Beethoven, los 150 años de la orquesta y los 50 años del Palacio de la Cultura. La apertura será el próximo septiembre con Janowski dirigiendo la octava de Bruckner. Una originalidad son dos conciertos donde la cuarta y la primera sinfonía de Beethoven serán acompañadas por cuartetos de cuerda del mismo compositor escritos en la misma época a cargo del Quatuor Ébène. En otro concierto imaginativamente programado, el primer acto de La Walkiria (con Camilla Nylund y Christopher Ventris) será precedido por el Idilio para orquesta Im Sommerwind de Webern y Tres piezas orquestales, opus 6 de Berg y el próximo abril la ópera volverá en versión de concierto en un Fidelio con Lisa Davidsen. Aparte de dirigir otros conciertos con obras de Bruckner, Berg, Brahms, Haydn, Prokofiev, Chaikovski y Webern, Janowski interpretará novedades en el repertorio de la orquesta, por ejemplo el Canti di Prigionia de Dallapiccola y las Cuatro Piezas Sacras.

Aparte de los conciertos de Janowski, la orquesta se entregará a originalidades como un concierto donde la Segunda sinfonía de Kurt Weill se cruzará con la Sinfonía nº 12 de Philip Glass (director: Denis Russell Davies) y el Spartacus de Jachaturián con el Concierto para violín número 2 de Prokofiev (director: Kitaenko). El abultado programa del Palacio de la Cultura incluye ciclos de cámara y de conciertos para órgano, a más de un festival de jazz, y ciclos de cine y literatura. En su carácter de compositor residente, Brett Dean interpretará sus propias obras y también las de otros compositores. La temporada incluye destacados solistas como Frank Peter Zimmermann, Sabine Meyer y Gautier Capuçon. 

El 29 de noviembre próximo, exactamente el día del aniversario de su primer concierto en la Gewerbehaussaal, Janowski dirigirá a la Filarmónica de Dresden en la obertura del Freischütz y la Cuarta de Bruckner. Ese día o cualquier otro, vale la pena trascender la reducida visita al escenario reconstruido de la ciudad barroca y caminar dos cuadras hasta la nueva Dresden, tan diferente en su aspecto de desolada arquitectura comunista pero tan estimulante en la pujanza de su nueva vida, con el Palacio de la Cultura como epicentro. Si hay concierto el visitante podrá gozar de una gran orquesta y una sala magnífica, aún cuando de acústica riesgosa por su hipersensibilidad. O, dependiendo de la hora, podrá escuchar grabaciones, leer algún libro o echarse una pequeña siesta en la biblioteca. 

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