Rusia
La felicidad plena
Maruxa Baliñas
Tras unas semanas complicadas personalmente, llegué a San Petersburgo y mi primera visita al Mariinski fue una representación de Tannhauser -en la versión de Dresde- dirigida por Valeri Gergiev. Y nada más empezar la obertura recordé una poesía de Pushkin que había estudiado hace ya muchísimos años, que cuenta como cuando para él ya ha desaparecido la búsqueda del amor, de la gloria, del dinero que le movían en su juventud, mantiene todavía un ansia, algo que le dará la "felicidad plena". Para Pushkin era la libertad de Rusia, yo a veces lo encuentro en la música. Y ese comienzo de Tannhauser fue un momento de felicidad plena. Acaso no soy objetiva y simplemente necesitaba escuchar buena música y por eso Gergiev me emocionó tanto, pero así fue.
La sala de conciertos del Mariinski tiene un sonido excepcional y con los años se está convirtiendo en una sala habitual también para óperas. En teoría parecería que son siempre versiones de concierto, pero en la práctica se está conviertiendo en tradición producir regies diseñadas específicamente para esta sala, y ese fue el caso de este Tannhauser, estrenado el pasado 1 de junio. Los elementos escénicos eran escasos: se basaban principalmente en el movimiento de los actores y en pantallas de vídeo en el suelo y techo que iban proyectando imágenes alusivas a la acción. Muy sencillo, pero cuando sale bien, como ocurrió en esta ocasión, es una gran opción. Personalmente me pareció excesivo el movimiento de imágenes durante la obertura, a veces demasiado veloz y pasando de unas pantallas a otras, y no entendí el porqué de la selección de algunas de ellas, qué querían simbolizar exactamente (salieron mezcladas vidrieras medievales y modernas, Warhol, La Gioconda, la mano de Dios en la Capilla Sixtina, Einstein sacando la lengua, Nefertiti, una cabeza de Adriano/César, etc.). No obstante, una vez comenzado el primer acto las proyecciones empezaron a ser menos fugaces y el segundo acto ya transcurrió casi todo con las mismas imágenes.
En general el primer acto tuvo un suelo de mármol, casi de templo clásico, el segundo acto con vidrieras medievales coloreadas, y el tercero con cuadros grises y abstractos en movimiento, y todos los elementos escénicos y vestuario en blanco, negro y distintos grises. Además en el tercer acto el techo -que hasta entonces había sido secundario, excepto en el momento del acto II en que mostró un cielo estrellado y una atardecer con los colores típicos de San Petersburgo- mantuvo un movimiento continuo de imágenes 'a lo Bill Viola' que lentamente iban dibujando formas que no llegabas a saber si eran abstractas o reales. Existía también la posibilidad de proyectar sobre el fondo, pero es un recurso al que se recurrió en pocas ocasiones, de modo que se mantuviera esa cierta frialdad que dotaba de tanta emoción a la obra.
A estas proyecciones se unía una iluminación, vestuario, y movimiento muy sutiles pero muy cuidados. O sea, sencillez sí, pero seguramente fue un montaje bastante caro, porque la calidad no suele ser barata. Elementos tan simples como una enorme tela negra que Tannhauser va arrastrando, se le va enganchando y acaba abandonando, y luego reaparece en Elisabeth cuando Tannhauser no consigue que su pecado sea perdonado, es una metáfora tan obvia como efectiva. La iluminación en rojo, en azul o en gris es un recurso que siempre funciona, y que cuando se hace con sutileza, sin exagerar en absoluto, de modo que casi no eres consciente de cuándo cambió el color, es otra idea utilísima. El vestuario en el Venusberg con todas esas mujeres vestidas de blanco y dorado, adornadas con serpientes doradas, algunas pelucas doradas, y llevando en la mano manzanas doradas como símbolo de la tentación y el pecado que siempre provienen de ellas, y el contraste con las túnicas grises de los peregrinos, fue otro acierto, y hubo muchos más. Todos estos detalles dieron una vivacidad enorme y emoción a una ópera que no siempre es fácil de seguir.
Pero lo escénico no fue en absoluto lo más importante en esta ocasión. La dirección musical de Gergiev fue impresionante: siempre es un director muy controlador, que impone su criterio, para bien y para mal, y en este caso acertó plenamente. La obertura sonó francamente celestial y a lo largo de toda la obra, y especialmente en los interludios instrumentales, cada vez que se escuchaba a la orquesta el placer se repetía. Han pasado ya días desde que ví la representación y todavía soy capaz de recordar los detalles de la versión de Gergiev de este Tannhauser. Destacaría especialmente la obertura, y el modo impresionante en que Gergiev calculó las dinámicas para que los peregrinos parecieran realmente estarse acercando desde la lejanía en su famoso coro.
Entre los cantantes el rendimiento fue más variado. Vladislav Kupriyanov fue un Wolfram muy bueno, y su aria al comienzo del tercer acto resultó memorable. Sergei Skorokhodov, Tannhäuser, era un tenor bueno y sigue siendo considerado uno de las figuras del teatro. Pero la voz está gastada y aunque la técnica sigue siendo buena, actúa bien, tiene presencia escénica y potencia, le falla la voz y esto es lo más importante para un cantante, en el primer acto tuvo incluso fallos y aunque luego cuando calentó mejoró su rendimiento e hizo una narración de su peregrinaje muy lograda, me quedé decepcionada con él.
Los roles de Elisabeth y Venus fueron cantados por diferentes cantantes y ambos muy bien. Personalmente me gustó algo más Anastasia Schegoleva (Elisabeth) por su color vocal y su dulzura, o a lo mejor porque me gusta más la música que le encomienda Wagner. Pero Yulia Matochkina (Venus) hizo igualmente un gran papel y probablemente su interpretación descarada y algo gritona era una petición estilística de Gergiev y Starodubtsev.
Los secundarios fueron de gran calidad, lo cual para mí marca significativamente el nivel de una representación. Dmitry Grigoriev (Hermann) competía vocalmente con Kupriyanov; las partes en que cantaba el grupo de minnesängers fue impecable; del pastor y los pajes ni siquiera daban el nombre en el programa, pero me encantaron. Todas las intervenciones del coro fueron impecables vocalmente aunque en algunos momentos pareció costarles seguir el tempo de Gergiev.
Este no era mi primer Tannhauser, pero ha sido el mejor de los escuchados hasta ahora, y lo atribuyo principalmente a un montaje escénico sencillo pero cuidado y sobre todo a la dirección musical de Gergiev, que fue excepcional. ¡Pocos modos mejores de empezar mi mini-temporada en el Teatro Mariinski!
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