Bélgica
Sin respuestas para nada y nadie
Jorge Binaghi
Cójase una parte del cuento de Cenicienta, súmese el mito del nacimiento de Perseo arrojado en un tonel con su madre Dánae, unas gotas de folclore ruso, agítese, y se obtiene la fábula del zar Saltán, un buenazo ingenuo que causa su desdicha y la de su mujer y sucesor recién nacido por intrigas de una suegra y dos cuñadas despechadas y malas sin paliativos. Es lo que escribió Pushkin en un poema del que extrajo el habitual Belsky el libreto para esta ópera de Rimski que vio la luz con el siglo XX.
No hay tanta ferocidad crítica como en El gallo de oro en la producción que estrenó también La Monnaie y fue reseñada aquí mismo en el momento de su estreno en el Real de Madrid. Hay más ‘ingenuidad’ y ‘buenos sentimientos’, pero lo que hoy puede parecer ‘naïf’ y pasado ya se encarga Cherniakov de arreglarlo. Y como suele ocurrirle (véase La doncella de nieve de París, también reseñada aquí) arregla mejor las obras líricas de su país que las de otros. Aquí toda la fábula fabulosa (en todos los sentidos del término) se enmarca -fantásticas las proyecciones y videos y luces de Filshtinsky- en el tratamiento de una angustiada madre (y luego la familia, empezando por la figura ausente del padre) para lograr la vuelta a la normalidad de un hijo autista (un aplauso para el director y el joven Volkov, que además de cantar extraordinariamente, tiene una actuación extenuante y lucidísima -en el primer acto no abre la boca, pero bien que tiene que actuar y cómo) que al final parece recuperarse, pero…
El desasosiego entra aquí y no el original ‘y fueron felices y comieron perdices’ -como parece haber sido la intención del compositor, pero a saber…- y tiene que ver con nuestro tiempo de preguntas de todos sobre todo sin respuestas para nada y nadie. En el medio una imaginación desbordante, una presentación de trazos gruesos cuando conviene (las mujeres malas), poética si es el caso (la princesa-cisne o al revés a la que salva el zarévich lo que la convierte -tras varias cuitas- en su prometida y lo hace rey de la ciudad invisible -otro tema recurrente y que bien merecería un estudio detenido en conexión con el estado terminal de la Rusia zarista- que aquí será causa de la reunión y reencuentro de la familia con el perdón de las aviesas -yo no las perdonaría, y me habría gustado que aunque fuera en una puesta en escena discutible Cherniakov las hubiera hecho picadillo), ingenua ‘ma non troppo’ (ay esos fieles cortesanos siempre dispuestos a seguir contradiciéndose continuamente a sus líderes que les toman el pelo -¿alguna asociación actual, europeos, españoles, italianos, etc?) que hace las delicias de un público entregado y en algún momento hasta emociona. Merecería circular por otros teatros, de veras.
Que el éxito fuera fulminante y arrollador lo da cuenta no sólo la caza a la entrada (todas las funciones agotadas) y el teatro repleto y más aplaudidor que de costumbre, y sobre todo una versión musical de primer orden.
Altinoglu se está convirtiendo -si no se ha convertido ya y no me he dado cuenta, lo que es probable- en una batuta mayor, muy querido aquí, y que obtiene de una buena orquesta resultados extraordinarios (la partitura, como sucede con Rismki, es todo menos fácil y sencilla).
El coro, preparado por Faggiani en uno de sus mejores momentos, estuvo esplendoroso y actuó muy bien. Y el reparto fue prácticamente ideal (ya se sabe que la perfección es enemiga de lo bueno, y también de lo muy bueno como ocurrió aquí).
Jerkunica es un muy buen bajo al que sólo le flaquea a veces la emisión del agudo: como aquí hay pocas notas muy altas el rol resulta ideal para él. Kulchynska es una muy buena cantante, quizá demasiado lírica ya para una parte que obviamente está pensada, como en todo Rimski en el caso de este tipo de personajes, para una líricoligera, pero sale airosa y más que eso. No conocía a los dos verdaderos protagonistas. De Volkov y su juventud ya he hablado; tiene una voz bella y canta muy bien, y actúa aún mejor, como queda dicho. La voz de Aksenova es de una importancia enorme: parece ser un lírico spinto que, siguiendo la tradición rusa y también la actual, canta papeles muy distintos, y esperemos que eso no le pase factura. En todo caso aquí actuó bien y cantó de modo notabilísimo. De los conocidos, si Kravets confirmó sus actuaciones anteriores (buenas) de tenor característico, Wilson, que era una correcta comprimaria, estuvo aquí extraordinaria como actriz y buena como cantante (mezzo). Pero si tengo que elegir una mezzo, la para mí nueva Fischer (sueca), además de altísima, me impresionó como alguien de quien se pueden esperar cosas muy buenas en un futuro bien próximo. Buena asimismo la otra hermana, la soprano eslovena Bobro. Pero todos estuvieron bien, en particular el anciano del bajo Vasily Gorshkov, y asimismo más que correctos Alexander Vassiliev (marinero, bajo) y Nicky Spence (mensajero y marinero, tenor).
Comentarios