Suiza
El repertorio justo
Alfredo López-Vivié Palencia

Después de tres sesiones seguidas de excesos sinfónicos -benditos excesos-, sienta estupendamente una función con una formación de tamaño mediano como la Mahler Chamber Orchestra (cincuenta excelentes músicos), que además es una de las mejores en su terreno. Y ese terreno no se ciñe exclusivamente al clasicismo, sino que va más allá, como en el caso de esta noche. Ése es uno de los motivos para felicitarse por el concierto de hoy: la elección de un repertorio que le sienta como un guante.
Por otra parte, tenía la curiosidad de ver al director checo Jakub Hrůša (Brno, 1981), actual titular de la Sinfónica de Bamberg (con quienes acaba de renovar hasta nada menos que 2026) y una batuta que empieza a ser muy solicitada por todas partes. Buen ejemplo para apreciar sus características fue la célebre obertura de Las Hébridas: Hrůša muestra un gesto seguro, con autoridad (eso se le ve nada más entrar en escena), atento a los detalles y muy expresivo en cara y brazos para entender lo que quiere. Así, la obertura salió rotunda, mucho más firme de carácter en los momentos dramáticos que en los relajados, pero espléndida de sonido de principio a fin.
Emmanuel Pahud (Ginebra, 1970) ya no es aquel jovenzuelo de veintidós años clavadito a James Dean que Claudio Abbado fichó para la Filarmónica de Berlín. Pero a fe que en todo este tiempo no ha perdido ni pizca de fuelle. Probablemente Pahud aprendió el Concierto en Sol de Mozart antes que las cuatro reglas, y se nota: en la soltura con que toca, en su buen gusto, en una respiración casi sobrehumana, en saber adornar su parte sin exagerar, y en dialogar con la orquesta de modo natural. Como siempre en Mozart, el meollo está en el tiempo lento, y Pahud regaló al público uno de esos momentos en los que se le olvidan a uno todos los males. Hrůša acompañó sin grandes sutilezas, pero cuidando de no tapar al solista.
Un primer inciso sobre el público: claro que Pahud jugaba en casa, pero tampoco es habitual hacer salir a saludar al protagonista de esta pieza hasta cinco veces (y siempre haciéndose acompañar del director). Otro inciso: entre el público estaba -aplaudiendo como el que más- Kirill Petrenko (de quien espero hablarles mucho y bien en los próximos días). Y un tercer inciso: Pahud pasó de solista a espectador y se quedó en la platea para escuchar la segunda parte del concierto.
La Segunda Sinfonía de Schumann -mi favorita entre las del autor- tiene más enjundia de lo que parece, sobre todo por su maravilloso Adagio. Lástima que Hrůša no profundizase lo suficiente en él y no le pusiera algo más de refinamiento a su lirismo. Los movimientos extremos sí salieron -otra vez- rotundos y poderosos -eso sí, con alguna brusquedad que derivó en borrones sonoros-, y en el Scherzo Hrůša no fue capaz de darle toda su transparencia, a costa de forzar los tiempos pisando el acelerador. Lamento no ser más elogioso, pero me pesa –y mucho- el recuerdo de haber escuchado aquí mismo hace unos años una insuperable versión de esta obra en las manos de Bernard Haitink con la Chamber Orchestra of Europe.
No obstante, sí quiero dar cuenta de que la Mahler Chamber es un conjunto fantástico y que no se arredra ante las exigencias de un director que les puso al extremo de sus posibilidades. Además, la ventaja en una orquesta de este tamaño es que se puede ver y escuchar que todos -absolutamente todos- sus miembros se entregan a fondo; y que entre todos producen un sonido de la máxima calidad. A estos efectos, como español me enorgullece presentarles al salmantino Rodrigo Moro Martín (contrabajo), a la alicantina Julia Gállego y al valenciano Paco Varoch (flautas), y al madrileño José Miguel Asensi Martí (trompa).
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