Austria

Irresistible salero y pantomima porcachona

Agustín Blanco Bazán
lunes, 16 de septiembre de 2019
Kosky: Orfeo en los infiernos © SF/Monika Rittershaus, 2019 Kosky: Orfeo en los infiernos © SF/Monika Rittershaus, 2019
Salzburgo, viernes, 23 de agosto de 2019. Haus für Mozart. Orfeo en los infiernos, ópera cómica con libreto de Hector Crémieux y Ludovic Halévy y música de Jacques Offenbach. Barrie Kosky (Regie) Rufus Didwiszus (escenografía) Victoria Behr (Vestuario) Franck Evin (Iluminación) Otto Pichler (Coreografía) Susanna Goldberg  (Dramaturgia). Anne Sofie von Otter: L’Opinion publique. Max Hopp: John Styx. Kathryn Lewek: Eurydice. Joel Prieto: Orphée. Marcel Beekman: Aristée / Pluton. Nadine Weissmann: Cupidon. Martin Winkler: Jupiter. Frances Pappas: Junon. Rafał Pawnuk: Mars. Vasilisa Berzhanskaya: Diane. Peter Renz: Mercure. Orquesta Filarmónica de Viena bajo la dirección de Enrique Mazzola. Coproducción con la Komische Oper de Berlin
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Empecemos por decir, como todo el mundo, que el regisseur Barrie Kosky reafirmó su excepcional talento como director de escena con un Orfeo en los infiernos de irresistible coreografía y movimiento de coros y cantantes solistas. Sigamos coincidiendo en que la Filarmónica de Viena bajo la dirección de Mazzola presentó un Offenbach vibrante y luminoso.

¡Y qué cantantes! Empezando por Joel Prieto como ese violinista paganinesco e hipócritamente estúpido. Convincente también el Jupiter de Martin Winkler. ¡Y qué maravillosa las voces de de Kathrin Lewek (Euridice), Nadine Weissmann (Cupidon) y Vasilisa Berzhanskaya (Diana)! Anne Sophie von Otter se presentó hablando en sueco como una Opinión Pública que Kosky imaginó como la mujer de un pastor protestante. Y al comienzo de la segunda parte hasta nos cantó unos simpáticos cuplés, mientras empujaba a un costado a un Orfeo que también quería robarse las candilejas frente al público. Y por encima de todos ellos, Max Hopp que entonó los cuplés de John Styx como se debe, esto es, como un actor que canta hablando. También dobló otros personajes, tradujo del francés al alemán y se entrometió a cada rato con irresistibles acotaciones. ¡Y que galop infernal irresistible, ese can-can final! 

Pero ¿por qué el público se rió menos ante esta versión que en otras ocasiones? Me animo a adelantar dos razones. La primera es que estas operetas son algo inadecuadas para el público de un festival internacional como Salzburgo. Hay demasiados problemas cuando se quieren usar varios idiomas frente a espectadores que tal vez no entienden ninguno de ellos. La segunda razón es que, cuando de opereta se trata, Kosky confunde explicitud con procacidad y esto es más que suficiente para falsificar un músico de los calibres de Offenbach. Y, lo peor, la procacidad es de pedestre e inmadura sexualidad. Offenbach es sexualmente explícito, pero para adultos que ya han pasado la edad donde como pubertos de catorce (no más) se reían de sacadas de lengua y obsesivos movimientos de pelvis con textos declamados como nene o nena ingenuota. ¡Qué poco servicio le hizo Kosky a la corpulenta Kathryn Lewek al dejarla todo el tiempo en paños menores y hacerle abrir sus piernas para permitir una penetración a lo bestia de Aristée o recibir una cunnilingus del Jupiter disfrazado de mosca! En comparación, por favor ir a Youtube para ver lo que hicieron Natalie Dessay y Laurent Naouri en la producción de Aix en Provence, que también tiene cunnilingus, pero para adultos. 

Otro problema fue que la coreografía, aunque buena, no dejaba de interferir todo el tiempo con los cantantes, sin permitirles perfilar sus cuplés en la soledad frente al público necesaria para transmitir todo el doble sentido encerrado en el texto y la partitura. Eso de decorarlo todo con una mímica grotesca me dió mucha tristeza. Tal vez la tristeza de no tener trece años para estallar en ingenuotas carcajadas de niño virgen ante el descubrimiento de lo que hacen los adultos con los penes y las tetas, y después contarlo todo a las risotadas durante los recreos del colegio.  

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