España - Valencia

La Kellycienta

Rafael Díaz Gómez
jueves, 31 de diciembre de 2020
Anna Goryachova © 2020 by Miguel Lorenzo y Mikel Ponte Anna Goryachova © 2020 by Miguel Lorenzo y Mikel Ponte
Valencia, domingo, 20 de diciembre de 2020. Palau de les Arts. Sala Principal. La Cenerentola, dramma giocoso en dos actos. Música de Gioachino Rossini. Libreto de Jacopo Ferretti, basado en el cuento Cendrillon de Charles Perrault y en los libretos de Charles-Guillaume Etienne y Francesco Fiorini. Estrenado en Roma, el 25 de enero de 1817, en el Teatro Valle. Nueva producción: Palau de les Arts Reina Sofía, Dutch National Opera, Grand Théâtre de Genève. Dirección de escena y vestuario: Laurent Pelly. Escenografía: Chantal Thomas. Diseñador de vestuario asociado: Jean Jacques Delmotte. Iluminación: Duane Schuler. Solistas vocales: Anna Goryachova (Angelina); Lawrence Brownlee (Don Ramiro); Carles Pachón (Dandini); Carlos Chausson (Don Magnifico); Larisa Stefan (Clorinda); Evgeniya Khomutova (Tisbe); Riccardo Fassi (Alidoro). Cor de la Generalitat Valenciana (Francesc Perales, director). Orquestra de la Comunidad Valenciana. Carlo Rizzi, dirección musical.
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Para nosotros, el sueño hecho realidad es poder asistir en estos tiempos a la representación de una ópera en vivo. Para Cenicienta, según la visión de Laurent Pelly en esta nueva producción en la que resulta copartícipe Les Arts, el sueño es, amor mediante, su fulgurante ascenso social. 

Pero en este caso sin posibilidad de materialización, pues lo que te viene a decir el director de escena es que el artilugio de la fregona tiene más de puntal que te clava allá donde estás que de pértiga que te eleve hasta las alturas. 

Y a partir de esta idea Pelly describe dos mundos, el real, situado en una época cercana, con vestuario y objetos contemporáneos, y el onírico proyectado por Cenerentola, que vaga entre distintas tonalidades de rosas y morados por el siglo XVIII, con sus trajes, pelucas y atrezo fantástico. 

Diferentes plataformas se asoman y se retiran por el escenario acarreando muebles y electrodomésticos. Se crean así espacios y volúmenes dinámicos, de alturas diversas, sobre los que los cantantes se han de mover con agilidad y precisión (lo consiguen). 

Lo malo es que en la gran apertura de la caja escénica que se plantea, la voz pierde proyección cuando ha de crecer desde el fondo del escenario.

La Cenerentola, producción de Laurent Pelly. © 2020 by Miguel Lorenzo y Mikel Ponte.La Cenerentola, producción de Laurent Pelly. © 2020 by Miguel Lorenzo y Mikel Ponte.

Salvo que el que cante sea Carlos Chausson. Una voz robusta la suya. Y no obstante al mismo tiempo hambrienta, con ganas de llegar a todos los rincones, de comerse a cualquiera que se interponga. Una voz noble y a la vez servicial. Determinante, autoritaria y rotunda, pero persuasiva, conmovedora. Setenta años y sin atisbo de deslucimiento. Su Don Magnifico, una referencia. Un placer poder haberle escuchado en su primera aparición en Les Arts. Que no sea la última.

Buena nota habrá tomado sin duda el joven barítono catalán (25 años) Carles Pachón, quien de todas formas a estas alturas cuenta con unos mimbres más que bien trenzados. Su Dandini fue de muchos quilates (el dúo con Chausson, soberbio). Posee dominio, técnica, hermoso timbre, homogeneidad, musicalidad, presencia e intuyo que una inteligencia que le puede llevar, y así se lo deseo, muy lejos.

Anna Goryachova y Lawrence Brownlee. © 2020 by Miguel Lorenzo y Mikel Ponte.Anna Goryachova y Lawrence Brownlee. © 2020 by Miguel Lorenzo y Mikel Ponte.

Sigamos con la parte masculina del reparto, ya que estamos. Don Ramiro fue el norteamericano Lawrence Brownlee. Lo único que lamenta uno de este tenor es que su instrumento resulte un poco estrecho. Por lo demás, administra el aire y frasea con suma elegancia. Su voz es ágil y un brillo algo reservado pero sugerente. Conocía la producción por haberla cantado ya en Ámsterdam justo hace un año. Esta experiencia y su perfecta adecuación al canto rossiniano se conjugaron para hacerle acreedor a un gran reconocimiento por parte del público.

El bajo Riccardo Fassi defendió el papel de Alidoro con corrección. La emisión un poco velada hizo que su voz, que cuenta con materia prima, no corriera con la facilidad ideal, pero no es menos cierto que fue uno de los más perjudicados al tener que cantar a menudo desde el fondo.  Además, la dirección de escena quiso convertirlo, batuta en mano, en un inquieto concertador del movimiento de los personajes y aunque es cierto que tal fluir era continuo y como casi necesitado de una figura que lo ordenara, fue este uno de los aspectos más prescindibles de la versión.

Larisa Stefan, Carles Pachón y Evgeniya Khomutova. © 2020 by Miguel Lorenzo y Mikel Ponte.Larisa Stefan, Carles Pachón y Evgeniya Khomutova. © 2020 by Miguel Lorenzo y Mikel Ponte.

Larisa Stefan y Evgeniya Khomutova encarnaron, respectivamente, a Clorinda y Tisbe. Ambas procedentes del Centre de Perfeccionament, se mostraron algo retraídas en lo vocal y muy expansivas en lo escénico. 

Anna Goryachova. © 2020 by Miguel Lorenzo y Mikel Ponte.Anna Goryachova. © 2020 by Miguel Lorenzo y Mikel Ponte.

No obstante, quien conjuntó ambas facetas de una manera soberbia fue Anna Goryachova. Su Angelina fue una kelly de armas tomar, perfectamente dosificada desde la desnuda simplicidad de Una volta c’era un re hasta la efusividad ardiente de Nacqui all'affanno. La escena la reclama en esta versión a un nivel casi de atleta. No aparenta ser mucho obstáculo para ella ni tampoco impedimento para que cante con precisión escrupulosa no exenta de distinción. Su timbre es, sí, algo cubierto, pero por encima se sabe que brilla un sol espléndido. Ella, como el tenor, ya conocía la producción, pero en este caso tras haberla servido en Génova.

Con un reparto más que notable y una escena llamativa y rítmica mala cosa hubiera sido que fallaran los otros puntales de la representación. No es lo que se espera del Cor de la Generalitat y por supuesto que no lo hizo. Ni cantando con mascarilla, como así ocurrió, se desdora la formación (la parte solo de hombres en este caso). 

Tampoco se prevé que la Orquestra de la Comunitat Valenciana desatine. Así que sólo estábamos pendientes del aire que fuera capaz de darle Carlo Rizzi. Y si algo atónito me dejó la obertura (aún a estas alturas no soy capaz de explicar lo que quiso hacer en ella el maestro), después se impuso un tejido escrupulosamente urdido, quizá no de altísimos, pero sí de altos vuelos.

Y acabado el cuento, de feliz transcurso, todo el mundo a su realidad. Aunque mucho me temo que la única kelly de la velada estaba en el escenario y, claro, era ficticia.

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