Rumanía

Romanticismo indiscreto

Maruxa Baliñas
martes, 24 de septiembre de 2019
Vasily Petrenko © 2018 by Oslo-Filharmonien Vasily Petrenko © 2018 by Oslo-Filharmonien
Bucarest, sábado, 14 de septiembre de 2019. Sala Palatului. Johannes Moser, violonchelo. Orquesta Filarmónica de Oslo. Vasily Petrenko, director. Richard Strauss, Don Juan. George Enescu, Sinfonía concertante para violonchelo y orquesta op. 8. Piotr Ilich Chaicovsqui, Sinfonía nº 5 op. 64. Ciclo Grandes Orquestas del Mundo. Festival Enescu 2019
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En su segundo concierto en el Festival Enescu, la Orquesta Filarmónica de Oslo y Petrenko se mantuvieron dentro del repertorio habitual en este festival: una obra de Enescu, una gran sinfonía de repertorio (Chaicovsqui ha sonado mucho este año) y si el día anterior habían optado por un recién compuesto -agosto de 2019- poema sinfónico de un compositor noruego, Øyvind Torvund (Porsgrunn, 1976), en esta segunda ocasión recurrieron a otro poema sinfónico mucho más convencional: el Don Juan de Strauss. 

Vasily Petrenko ha madurado mucho como director en estos últimos años y su versión del poema Don Juan tuvo desde el primer momento una gran fuerza y vivacidad, que se volvió pura calma en el segundo tema. Y con el contraste jugó en todo momento, aprovechando que la Filarmónica de Oslo es 'su' orquesta desde hace seis años. Es muy preciso en lo que quiere y tuve la sensación de que estaba jugando/tocando (qué pena que en español se haya perdido esa duplicidad de sentido de jouer o to play) no sólo con la orquesta sino también con nosotros, el público, todo el tiempo, llevándonos a donde quería. A destacar el sonido preciso de las trompas que en esta obra -como en casi todo Strauss temprano- se enfrentan a un alto nivel de exigencia. 

La Sinfonía concertante de Enescu se escucha actualmente en pocas ocasiones fuera de Rumanía y seguramente por eso la disfruté tanto. Moser es además un violonchelista que tiene un sonido bonito y proyecta muy bien, por lo que incluso en esta difícil sala consiguió que se le escuchara con bastante nitidez. Petrenko por su parte se mostró como un buen acompañante, discreto y atento, algo que a los directores rusos se les enseña muy bien. La obra en sí me sorprendió, tiene sólo dos movimientos que se tocan unidos y son relativamente lentos ambos (Assez lent y Majestueux), y además se trata de una obra temprana de Enescu, quien la escribió en 1901, cuando acababa de terminar sus estudios en París y estaba conformando su propio estilo, y en este caso le salió una obra bastante romántica (otras de la época no lo son tanto), al modo vienés -donde estudió entre los 8 y los 12 años- y no francés. 

Si hasta el momento la Orquesta Filarmónica de Oslo -que por cierto, cumple ahora en septiembre su primer centenario- había ofrecido un buen concierto pero no excepcional, la segunda parte, con la Sinfonía nº 5 de Chaicovsqui, se convirtió en otra cosa. El comienzo fue totalmente desolador y como Petrenko no tiene miedo al romanticismo y a las emociones desatadas, no nos ahorró ningún 'sufrimiento'. Por un momento, me planteé qué pensarán los músicos noruegos de esta deshinbición tan acusada, de este dramatismo algo histriónico que planteó Petrenko. Cada una de las reapariciones del tema del destino fue distinta, hasta el punto que a veces resultaba desconcertante que la misma melodía pudiera sonar tan diferente: en el segundo movimiento el destino fue especialmente aterrador, en el tercer movimiento más dulce de lo habitual y al final de la obra -sin dejar de sonar grandioso- parecía sugerir una cierta desconfianza bajo su ampulosidad. 

La orquesta estaba contenta, Petrenko parecía brillar y el público estaba entusiasmado, así que hubo dos bises: el primero la Danza de Anitra de Peer Gynt y el segundo creo que también pertenecía a Peer Gynt, aunque no lo puedo asegurar (el avión de vuelta a España nos esperaba y el concierto se estaba prolongando demasiado)

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