España - Valencia

Ni más ni menos

Rafael Díaz Gómez
viernes, 18 de octubre de 2019
Sagi: Bodas de Fígaro © 2019 by Lorenzo, Ponce, Les Arts Sagi: Bodas de Fígaro © 2019 by Lorenzo, Ponce, Les Arts
Valencia, domingo, 29 de septiembre de 2019. Palau de les Arts. W.A. Mozart: Las bodas de Fígaro, ópera bufa en cuatro actos, con libreto de Lorenzo da Ponte, estrenada en el Burgtheater de Viena, el 1 de mayo de 1786. Coproducción del Teatro Real de Madrid, ABAO y Teatro Nacional de Ópera y Ballet de Lituania. Dirección escénica: Emilio Sagi. Escenografía: Daniel Bianco. Vestuario: Renata Schussleim. Iluminación: Eduardo Bravo. Coreografía: Nuria Castejón. Andrezej Filończyk (Conde de Almaviva), María José Moreno (Condesa de Almaviva), Sabina Puértolas (Susanna), Robert Gleadow (Figaro), Cecilia Molinari (Cherubino), Susana Cordón (Marcellina), Valeriano Lanchas (Bartolo), Joel Williams (Basilio), José Manuel Montero (Don Curzio), Felipe Bou (Antonio), Vittoriana De Amicis (Barbarina), due donne (Aida Gimeno y Evgeniya Khomutova). Cor de la Generalitat Valenciana (Francesc Perales, director). Orquestra de la Comunitat Valenciana. Dirección musical: Christopher Moulds
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La de echarse unas Bodas de Fígaro a los sentidos es una excelente forma de abrirse a una nueva temporada de ópera. La producción elegida en esta ocasión, ya placeada (desde 2009), sencilla y a la vez vistosa (y hasta olorosa: el jardín del último acto), es resolutiva desde lo literal, que no desde lo imaginativo.

Sagi se decanta por un goyismo pastel y no por uno negro y opta por explotar la vía del enredo ilustrado y no tanto la del abuso del poder (lo que no deja de ser una ayuda para una institución que tiene a uno de sus puntales mediáticos en el ojo de ese tipo de huracán). Mueve bien los personajes entre un atrezo de pocos pero significativos elementos, una luz estupendamente dosificada, un atractivo vestuario y una gasa que a veces se antepone a la escena sin que al menos yo entienda la razón.

En el aforo, lleno (a precios de los llamados populares), con las heridas del último Mozart aún no cicatrizadas (La flauta mágica de Graham Vick), sólo al público de más costumbre teatral le pudo parecer fútil esta puesta. 

Al frente de la parte musical, el británico Christopher Moulds dirigió con agilidad y transparencia no exenta de sustancia a una formación orquestal reducida pero con nervio, articulada, engrasada, colorista y menos hundida en el foso (no es una metáfora) de lo que viene siendo habitual en Les Arts. Mientras, en el elenco, una voz, la de María José Moreno, destacó sobre las demás. Su condesa tuvo el peso, el color, la proyección y la elegancia que exige su personaje.

El resto de roles, sin estar a ese nivel, cumplieron en cualquier caso con dignidad, aunque peor que a Moreno se les dio tener que cantar con frecuencia desde lo profundo del escenario, que es a lo que les obliga, por desgracia, Sagi. Andrezej Filończyk fue un conde al que quizá por juventud le falta algo de entidad, de consistencia, pero tuvo detalles de buen cantante que ha de ir consolidando. El Fígaro de Robert Gleadow se mostró preciso y versátil en los recitativos. Algo más monótono estuvo en sus otros desempeños canoros, sin alcanzar la mixtura ideal entre espesura, perfil e intención, aunque salió airoso del cometido. 

Estupenda la teatralidad de la Susanna de Sabina Puértolas, que fue soltando su canto a medida que avanzaba la representación, al comienzo un tanto retraído y encajonado, hasta alcanzar un brillo más expansivo y noble en el acto final.

Por su parte, bonito, homogéneo, expresivo, pero también pequeño, el instrumento de Cecilia Molinari, cuyo Cherubino supo ser fresco, conquistador y, como toca, un punto menos crío de lo que se podría haber pensado.

Conquistadora también a su modo la Marcellina de Susana Cordón, que hizo buena pareja histriónica con el Bartolo de Valeriano Lanchas, si bien la primera salió mejor parada en Il capro e la capretta, afortunadamente no suprimida en este caso, que el segundo en La vendetta, pues aparentó éste cierta fatiga y un sonido algo cuarteado, no obstante el público demostrara tener una opinión para con el cantante colombiano mucho más complacida.  

Muy prometedora la alumna del Centre de Perfeccionament Vittoriana De Amicis, que compuso una Barbarina cabal; entregado y convincente el Antonio de Felipe Bou, y correctos Joel Williams como Basilio y José Manuel Montero como Don Curzio. Todos fueron aplaudidos con afecto por un respetable educado en general y aparentemente agradecido. No en vano fue una agradable velada operística (y por entonces aún no empañada por el fallecimiento de Helga Schmidt, que se reveló oficialmente un par de días después). Ni más ni menos.

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