España - Cataluña

Nuevo reparto para una Turandot cableada

Jorge Binaghi
martes, 5 de noviembre de 2019
Aleu, Turandot © 2019 by A. Bofill Aleu, Turandot © 2019 by A. Bofill
Barcelona, lunes, 14 de octubre de 2019. Gran Teatre del Liceu. Turandot (Milán, Teatro alla Scala, 25 de abril de 1926). Libreto de Giuseppe Adami y Renato Simoni sobre la fábula de Carlo Gozzi y música de G. Puccini. Dirección escénica y videocreación: Franc Aleu. Codirección: Susana Gómez. Escenografía: Carles Berga y Franc Aleu. Vestuario: Chu Uroz. Tecnologías multimedia: José Vaaliña. Luces: Marco Filibeck. Intérpretes: Lise Lindstrom (Turandot), Gregory Kunde (Calaf), Anita Hartig (Liù), Ante Jerkunica (Timur), Chris Merritt (Altoum), Toni Marsol (Ping), Mikeldi Atxalandabaso (Pong), Francisco Vas (Pang), y Michael Borth (Mandarín). Coro del Liceu (Conxita García, directora), Coro Vivaldi- Petits Cantors de Catalunya (Òscar Boada, director) y Orquesta Sinfónica del Teatro. Director: Josep Pons
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Bien, el segundo reparto estuvo en general mejor que el primero. Pero como quien hace una reseña debe explicar todo lo ocurrido, diré que el vídeo de introducción sobre el incendio y reconstrucción del Liceu esta vez fue mudo porque la silbatina y el griterío por la sentencia contra los presos catalanes (no escribo ni políticos presos ni presos políticos, que conste) que terminaron con ‘Catalunya lliure’ y algunas objeciones que merecieron el comentario de ‘facha’. Yo tengo mi posición y no me importa detallarla pero creo que no es importante (me parece que ese es uno de los errores de las llamadas redes sociales que más bien parecen asociales) y nadie me la pregunta, pero lo que sí creo que hay que preguntarse, porque el Liceu (al menos desde la bomba que le cayó en plena representación en el siglo XIX) suele ser buena caja de resonancia de la realidad política y guste o no española, si se obtiene este ‘éxito’ aquí va muy mal algo y más vale que los incompetentes -de ambos lados y sin distinciones ideológicas- que deberían resolverlo no se lo pasen a presuntos competentes que más bien parecen ser más presuntos y menos competentes (a ver si toca ser de nuevo el hazmerreír de la Unión Europea al que, me parece, se pertenece).

De la nueva puesta en escena diré que esta vez me quedé fascinado también por las estrellitas Disney que tachonan el firmamento al inicio del tercer acto, los cuerpos desnudos proyectados (el texto dice ‘fra lucenti veli’), la pobreza de colores de las proyecciones de las riquezas (que en el texto son mucho más estimulantes, claro que para la imaginación y esa parece que hoy es peligrosa y hay que darlo todo cocinado), y cuando se llegó a la gloria ahí no hubo proyección que valiera. Interesantes también las cabezas cortadas durante la evocación de las carnicerías reales en la escena de las máscaras que siguieron saltando también a lo Disney (pero de 1940, no de hoy). 

¿Qué más? Ah sí, había olvidado decir que Liù (cuyo vestido hoy me hizo recordar más precisamente uno de los atuendos de Paulette Godard en Piratas del Mar Caribe de Cecil B. de Mille) se autroelectrocuta, que Timur se va sólo contraviniendo claramente el texto para permitir aquel final mencionado que hoy fue menos exagerado (creo que por los intérpretes) y algo menos ‘peculiar’, pero que sigue yendo contra el texto de una manera frontal por más que las buenas conciencias se empeñen de entregarnos el mensaje que deseamos (algunos) oír, pero que no tiene nada que ver con la época. Me pregunto qué harían con una ópera sobre texto de D’Annunzio, por ejemplo. Claramente una tontería, o un disparate.

Volvió a imponerse la dirección de Pons, el coro siguió bien pero algo escaso. De los que repetían papel, el Mandarín de Borth fue aún más deficiente mientras los otros iguales, incluso la voz del príncipe de Persia que era otra (Emili Rosés), mientras que las máscaras se mostraban más ‘rodadas’ y en consecuencia mejor cantadas.

Jerkunica-Altum sigue siendo un misterio: una voz bella, pastosa, de buen volumen, pero al menor intento de pasar al registro agudo, por breve y fácil que sea, todo cambia para peor, empobreciéndose y tensándose.

Hartig-Liù estuvo excelente. Tal vez carezca del tan poco definible ‘carisma’ que algunos ven en su predecesora (no es mi caso) , pero, si bien los ‘piani’ no lo son tanto y exhiben un cierto tremolo, la voz es sana, pareja, extensa, luminosa y con volumen adecuado y es buena actriz.

Lindstrom-Turandot tiene una voz para decirlo suavemente ingrata, en particular en el grave, que es débil. Los agudos son su fuerte, al menos hasta que en el tercer acto se descontroló totalmente en un par de pasajes. Es buena artista incluso para ese trabajoso final inventado.  

Dicho lo cual hay que descubrirse ante Kunde-Calaf (espero que nadie diga que por este motivo mi crítica es machista). Como se sabe su timbre no es una maravilla, pero hoy incluso en el agudo estuvo radiante. Algunas veladuras en centro y grave en algunas frases menos ‘importantes’ de los dos primeros actos son tributo a la edad sin duda, pero los matices en las medias voces y la forma en que condujo ese mortal tercer acto incluso en lo actoral (además de que el padre le diera la espalda y la princesa, pese al texto, le dejara sólo la corona, mientras los demás se iban desnudando ante el llamado del amor, despojados -pero no todos, y el pobre Calaf se las queda pero apagadas- de esas gafas luminosas que no sé bien para qué sirven pero molestan lo suyo, casi tanto como las estufas incorporadas a las espaldas de figurantes).

Mucho éxito al final, en particular para Hartig, Pons y Kunde. Teatro bastante lleno, pero no colmado

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