España - Valencia
Meritorio inicio de Beeth2020 en València
Daniel Martínez Babiloni

“He observado con frecuencia que aquí en Viena suele haber aficionados que, después de oírme improvisar una noche, intentaban imitar al día siguiente algunas particularidades de mi estilo haciendo ostentación de ello”.
Aunque parezca que este íncipit fue formulado por alguna figura del jazz, de las que actúan en los clubes de la capital austriaca, dicha impresión está lejos de ser realidad. Forma parte de una carta que Ludwig van Beethoven dirigió a su amiga Eleonor von Breuning en 1793. En ella, el compositor se jactaba, además, del interés despertado por sus interpretaciones y mostraba su desprecio hacia algunos maestros de piano, “enemigos mortales míos”, a los que no dudaba en burlar, al plantear pasajes de notable dificultad técnica para cuando los copiaran.
De esta manera, el de Bonn se mostraba como improvisador, además de celoso de su trabajo; por tanto, creador de instantes, y por precisión, afectado por el ambiente. Todo lo contrario a como nos lo ha hecho ver el culto a la partitura y la mediación de los discos. Así, desde esta óptica, la Orquesta de València y Ramón Tebar, su director titular, han planteado un homenaje por el 250 aniversario de su nacimiento repartido en seis programas (diez, antes del cierre del Palau de la Música). En ellos sacarán a relucir aspectos como este y facilitarán que su obra dialogue con la de aquellos a los que influenció; en este caso, Anton Bruckner y su Sinfonía Wagner. La propuesta cuenta con el soporte teórico del musicólogo Luca Chiantore, quien lo explicaba en las notas al programa y avisa, desde hace tiempo, de que el estudio de la técnica pianística beethoveniana lleva aparejada una escucha divergente a la legada por dicha tradición.
Gabriela Montero concibe el canon clásico como un conjunto de estándares sobre los que improvisar, desde la misma estética por la que se reconoce a su autor; no desde el jazz, pues necesita estructuras formales y armónicas diferentes, aunque una pizca de ello hay en sus actuaciones. Así, el Concierto para piano nº 1, de Beethoven, comenzó con un timbre similar al del pianoforte y concluyó con el empaque del “Emperador”. Sus líneas generales no descollaron precisamente por su expresividad, y donde mejor se pudo comprobar este proceder fue en las cadencias: llamativos cromatismos, armónicos que echaron a volar con libertad o exhibición de poderío.
Pablo Heras-Casado, director invitado, no dejó de escuchar a la pianista, al igual que la orquesta. En la introducción aunó claridad mozartiana y genio romántico. Después apuntaló su parte con unas cuerdas sin vibrato (producto de su interés por el historicismo), fanfarrias saltarinas al principio, cuidados planos sonoros y un reposo final reconfortante, en el que el piano se convirtió en un sutil carillón. El exceso de reverberación hizo que la exposición del tema principal del “Rondó” sonase sucio, lo que no ocurrió con unos violines siempre disciplinados y bien articulados.
Concluyó la primera parte con una improvisación de Montero sobre el joropo Alma llanera, a petición de un público que enarbolaba banderas venezolanas. La pieza creció desde lo más íntimo (incluso la iluminación disminuyó) hasta llegar a un clímax de tinte romántico, para pasar después por un episodio swingeante y otro latino.
Tras el descanso, la Tercera sinfonía de Anton Bruckner, en la última de las tres ediciones de Leopold Nowak (1889), comenzó con un pálpito firme y vivaz. Heras-Casado hizo una lectura más episódica, de bloques sonoros, que de continuidad conceptual. Su gesto aspaventoso sobrepasó en mucho el centro anatómico al que hace referencia la teoría de la dirección. Las pausas siempre resultaron dramáticas y el conjunto se percibió equilibrado, granítico y redondo, a pesar de las taras acústicas de la sala y de las dificultades generadas por ensayar en otro lugar, lo que le otorga aún más mérito. En el segundo movimiento, el director incitó en más de una ocasión a las voces internas para que sobresaliesen y contuvo a los metales. La intervención del trombón y la trompeta solistas tuvo calidad wagneriana y un bonito pianísimo condujo a una sosegada conclusión. El crescendo del que parte el Länder arrancó con vigor, para llenar de placidez el resto de la sección. En el “Allegro” último destacó la elocuencia del diálogo entre maderas y metales. Y, entre brumas, sacadas de la Sinfonía Coral, de Beethoven, llegamos a un hermoso, aunque un tanto precipitado, final.
El concierto fue un ejemplo de cómo programar desde el contenido y no solo desde el envoltorio. No todos los repertorios soportan bien el cambio rápido de luces, las proyecciones y la fusión con los más variados estilos. El ciclo Beeth2020 puede dar mucho de sí, pero hay que tener en cuenta que desde que se presentó el 3 de junio se han caído varias citas, las cuitas políticas han dado con el cese del subdirector, Manuel Muñoz, y el malestar entre músicos y personal por la situación de la institución es manifiesto. Los abonados parecen resignados. Esperemos que no haya más sobresaltos y pueda transcurrir en paz
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