Alemania

La Bohème en la sala de autopsias

Juan Carlos Tellechea
martes, 26 de noviembre de 2019
Liana Aleksanyan © 2019 by Hans Joerg Michel Liana Aleksanyan © 2019 by Hans Joerg Michel
Duisburgo, viernes, 8 de noviembre de 2019. Theater Duisburg/Deutsche Oper am Rhein. La Bohème, ópera en cuatro actos con música de Giacomo Puccini y libreto en italiano de Giuseppe Giacosa y Luigi Illica, inspirada en la novela por entregas 'Escenas de la vida bohemia', de Henri Murger, publicada entre 1845 y 1849 en el periódico 'El Corsario'. Estrenada el 1 de febrero de 1896 en el Teatro Regio de Turín, bajo la dirección musical de Arturo Toscanini. Régie, Philipp Westerbarkei. Escenografía y vestuario, Tatjana Ivschina. Iluminación, Volker Weinhart. Dramaturgia, Anne do Paço. Intérpretes: Mimi, modistilla (Liana Aleksanyan), Musetta, coqueta (Lavinia Dames), Rodolfo, poeta (Eduardo Aladrén), Marcello, pintor (Bogdan Baciu), Schaunard, músico (Richard Sveda), Colline, filósofo (Luke Stoker),  Benoît, casero/ Alcindoro, político/ Dottore (Peter Nikolaus Kante), Parpignol, vendedor de juguetes (Gürkan Gider), Sargento de la guardia de finanzas (Clemens Begritsch), Aduanero (Karl Thomas Schneider), Vendedor de frutas (Apostolos Zoidis), Joven (Jos Grotthaus). Coro de la Deutsche Oper am Rhein, preparado por Gerhard Michalski. Coro de niños del Rin, preparado por Sabina López Miguez. Figurantess de la Deutsche Oper am Rhein. Orquesta Duisburger Philharmoniker. Director, Antonino Fogliani. 100% del aforo
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La Bohème de Giacomo Puccini es una historia de amor, tal vez la más bella jamás llevada a la ópera, con una música tan llena de emociones que toca de forma indescriptible la fibra más íntima del espectador.

Pero el estreno de la puesta del mediocre joven director Philipp Westerbarkei (Bochum, Cuenca del Ruhr/1987) exacerbó a tal grado los ánimos del paciente público que concluyó, tras dos horas y media de desatinos escénicos, con estridentes y merecidos abucheos para la régie y calurosos aplausos para músicos y cantantes. 

Ni buhardilla ni Quartier Latin en torno a 1840. Westerbarkei parece tener hoy y ahora una fijación fetichista o sadomasoquista con todo tipo de asientos, sillas, butacas, sillones ... vaya uno a saber debido a qué oculta circunstancia de su pasado ...

Esta es la segunda ópera suya que vemos con la reiteración de esta utilería. En Romeo y Julieta hizo encaramar a ésta a una pirámide de sillas sobre la que seguiría allí hasta hoy, si no fuera por la amable ayuda de Romeo para bajarse de tan peligrosa situación.

Con esta Bohème, pretendidamente (psico)analítica, tan falta de ideas, fría y estéril como un quirófano, sin pasar por una terapia previa, Westerbarkei envió a la paciente directamente a la sala de autopsias y quiso despachar consigo a Puccini al inframundo.  

Si bien no hubo, lo que se diga, grandes voces, los cantantes, los coros (excelentemente preparados por Gerhard Michalski y por Sabina López Miguez), y la orquesta Duisburger Philharmoniker, dirigida por Antonino Fogliani, estuvieron impecables, sin excepción, aunque merecían una mejor escenificación y no ésta, tan de segunda categoría. 

Mas Fogliani, como buen italiano, sabe cómo lidiar con las dificultades. Acompañó a los cantantes paso a paso, con cada hálito, con cada movimiento respiratorio, y tan magistralmente que Puccini ganó, al menos en lo que a atmósfera se refiere, todo el fuego que destila en sus obras. Las cuerdas se oyeron sedosas, las maderas muy nobles, y los vientos centelleantes. 

La Mimi y la Musetta de las sopranos Liana Aleksanyan y Lavinia Dames sonaron elegantes, sobresalientes. El Rodolfo del tenor español Eduardo Aladrén salió brillante, si bien se perdió la oportunidad de lucirse con un do de pecho bien dado en el primer acto. El Marcello de Bogdan Baciu dinámico, impulsivo, por momentos sobreexcitado, sobremodulado.

La acción se desarrolla en lo que semeja ser un sórdido sótano (tal vez un lugar de ensueño para el director de escena), en el que están todos presentes, aún quienes no debieran estar allí (obligados a esperar turno para entrar de nuevo en acción; incluso Mimí en sus últimos estertores), y en el que los allí reunidos deben ocupar sillas, tresillos, divanes y butacas aún cuando no correspondería que lo hicieran. 

Lo más destacable de esta penosa versión fue el ansia evidente de todos los intérpretes por dar lo mejor de sí en el estreno de tamaño desacierto, mientras no tuvieran que seguir las erróneas directivas de la régie.

¡Que espanto, toda la magia, toda la exquisita estética de La Bohème hecha añicos!!! Lo siento mucho también por la responsable de la dramaturgia de la Deutsche Oper am Rhein. Me consta que la prestigiosa musicóloga e historiadora de arte Anne do Paço es una persona de muy buen gusto.

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