Italia
¿Recuerdo u olvido?
Jorge Binaghi
Dos títulos de Strauss en una temporada de un teatro peninsular suenan a música celestial. Si son uno relativamente conocido y otro que nunca se ha dado antes, más. Las cosas cambian un tanto si la dirección (ahora saliente) confía ciegamente en un mismo director escénico (aunque lo haya sido de otra propuesta) y musical, que gustan o no molestan a algunos, pero que despiertan reacciones poco positivas en la mayoría de público y crítica. Pero como dicen que el amor es ciego…
Por fortuna, Welser-Möst no habrá ayudado ciertamente con sus carreras continuadas de decibelios ya desde la primera nota, pero la obra lo admite en parte y los cantantes también, y ciertamente fue menos letárgico que en otras oportunidades (la anterior citada, por ejemplo). No consiguió ahogar a todo el mundo en un mar sonoro y la orquesta cumplió bien. La música (no tanto el texto) es realmente magnífica, pero la ‘teatralidad’ ha sido considerada siempre el talón de Aquiles de esta obra que también nació como reacción a la nueva música que de allí a nada sería considerada degenerada (ay, el gran Richard…). He leído sesudas disertaciones sobre el valor de acción interior del segundo acto, y hasta se lo ha comparado con el de Tristan (que ciertamente no es modelo de concisión, pero indudablemente tiene más carga dramática), pero es difícil creerse a algunos personajes y el argumento-tomado de la Helena de Eurípides, tan poco conforme a la ‘tradición troyana’, pero que se conocía ya desde los tiempos del poeta Estesícoro- podría ser más creíble si se hubiera ceñido al original en vez de liarse con los guardianes de la tierra (Altair y Da-Ud, puestos realmente a presión) y dar una importancia bastante desmedida a la maga Aithra (no me ha gustado nunca contar argumentos aunque soy consciente de que éste no tiene por qué ser conocido, pero ahora es incluso más cómodo que en mi juventud ir a buscarlo por propia cuenta). Así que no creo que éste vaya a ser nunca un título ‘popular’.
Y de los textos del gran Hugo seguramente es el menos interesante. La insistencia en salvar a la institución familiar, tan precaria y amenazada, puede incluso resultar hoy reaccionaria (mucho más que en la anterior Frau ohne Schatten- una obra mayor y de un aliento que convierte a esta en una hermana menor, nada desdeñable). Pero a mí me parece (lo digo exactamente así) que aquí lo que es determinante, y es un tema que interesa a ambos autores, es la lucha entre el valor del recuerdo y el valor del olvido. Helena no quiere una ‘paz forzada’ o ‘forzosa’ gracias a un filtro que borra el pasado; quiere que con el pasado ‘culpable’ asumido, su relación con Menelao pueda continuar y crecer (como siempre, en el teatro de estos dos las mujeres son mucho más inteligentes y resolutivas que los hombres). La maga que se convierte en su cómplice no está de acuerdo, pero la deja hacer y la ayuda. Y por una vez todo termina bien cuando Hermione, la hija de ambos, aparece oportunamente en su busca justo cuando Menelao, que no soporta el recuerdo, está por matar (de nuevo; nunca lo consigue, vaya destino de marido) a la infiel esposa.
La dirección escénica de Bechtolf trató de insuflar vida, a veces de modo un tanto curiosa, a los personajes, y la caja-radio en la que se desarrolla la ‘novela’ (probable alusión al gusto del libretista por este nuevo -entonces- medio de difusión) permitió solucionar muchos problemas junto con un vestuario exótico muy de la época del estreno que dieron una apariencia de movimiento a lo estático.
Lograr convertir a una soprano en la mujer más bella del mundo no es empresa fácil, pero más difícil lo ponen si la presentan como la Baby Jane de Bette Davis en todo su esplendor y como si hubiera conseguido llegar a la juventud. No se refiere esto a la apariencia de Merbeth sino al modo en que la disfrazaron. La cantante es buena y segura aunque no sea una voz memorable y algunos agudos extremos la invitaron a gritar.
La conmoción la causó Schager en su debut en la Scala con un papel imposible desde todos los aspectos (típico de esos tenores de Strauss, que habrán maldecido y maldecirán su cuerda cada vez que se les pide cantar una parte del autor, con la probable excepción del cantor italiano del Rosenkavalier o de Henry Morosus en la otra Frau, la silenciosa). No he escuchado nunca (lo subrayo) a un Heldentenor de esta magnitud vocal y aunque ciertamente no es un gran intérprete, resulta adecuado (aun más en este caso) y la ovación que lo premió al final de parte de un público bastante lánguido y no numerosísimo fue de estricta justicia. Yo me apresuraría a contratarlo para todos los Wagner y Strauss posibles más un par de papeles, pero como es sabido mi criterio es cada vez menos compartido por directores generales, artísticos y de ‘casting’.
Mei fue una buena maga, algo pequeña de voz, de grave escaso y poco grato, pero todavía de buen agudo y sobreagudo y se fue afirmando a medida que pasaba la función y actuó muy bien.
Hampson … pese al desgaste hizo un buen papel, pero a uno le queda la pregunta de por qué Altair en estos momentos de su larga carrera. No deja un mal recuerdo, pero tampoco marca el papel. Glaser tuvo que luchar con el pobre (en todos los sentidos) Da-ud, porque para su mal es también tenor. Considerando todo esto lo hizo bien. Las cantantes secundarias fueron adecuadas y hay que destacar, aunque su actuación solista se da sobre todo en el primer acto (que dramáticamente es el mejor) la labor de Huckle aunque no tenga graves cavernosos y el timbre no sea particularmente bello.
El coro estuvo a la altura de su fama y la orquesta ejecutó exactamente lo que le pedía el director.
Comentarios