Ópera y Teatro musical
Broche de oro para el Life Victoria 2019
Jorge Binaghi

El Festival Life Victoria 2019, siempre tan nutrido, tuvo entre sus momentos mejores -de todo lo que yo pude ver- un recital de Carine Tinney (soprano, ya había visitado el Festival la edición pasada dejando grato recuerdo) acompañada por Daniel Tarrida en un programa titulado De Bach a Beach, donde salvo el primero y Schumann, las demás fueron compositoras como Westenholz, Reichardt, Fanny Mendelssohn, Clara Wieck, Irène Poldowski y Amy Beach, de sumo interés.
Un hito fue la presentación de Dorothea Röschmann acompañada nada menos que por Malcolm Martineau en un programa más clásico con Schubert, Mahler, Schumann y los Wesendonck Lieder de Wagner en los que la soprano apuntó a un desarrollo nuevo en su carrera operística.
Fuera del recinto modernista de Sant Pau, que se ha convertido en la sede fija del Festival, hubo, en la maravillosa y antiquísima Basílica de los Santos Justo y Pastor un concierto que recordó al hijo recientemente fallecido de Victoria, Alejandro, con un variado concierto en el que participaron Soledad Cardoso (soprano), Claudio Arimany y Eduard Sánchez (flauta), Pedro J. Rodríguez (cémbalo) y Marc Renau (chelo) en el que predominó el barroco (Haendel, Quantz, Bach) y un Mozart (Laudate dominum) con una gran asistencia de público y muy buenos resultados.
Interesantísimo el programa en que el Trío Pedrell (Christian Torres, violín, Ferran Bardolet, chelo, y Jordi Humet, piano), con la participación de la excelente soprano Mireia Tarragó, interpretaron selecciones de las canciones escocesas e irlandesas de Beethoven más el Trío op. 1 no.2, mientras en la segunda parte estrenaron (parcialmente) las canciones sobre poemas de Victoria de los Ángeles musicadas por Pedro Pardo (Oriental, A ti, Brumas tristes y Fuiste) y leídas primero en la voz de Teresa Berganza.
El Festival se atrevió por primera vez con una versión semiescenificada de una ópera, La Voix humaine, el monólogo de Cocteau-Poulenc en una convincente interpretación de Mercedes Gancedo magníficamente acompañada por Julius Drake.
Tuvo lugar luego el debut de la deliciosa soprano Louise Alder acompañada al piano por Sholto Kynoch y la participación de Stef van Herten con la trompa en un programa que tuvo un éxito enorme y merecidísimo. Alder estuvo simplemente gloriosa y muy bien acompañada en un programa con piezas camerísticas de Gounod, Chaminade, Berlioz, Strauss, Schumann, Lachner, Puccini, Verdi y Donizetti.
Pero la cota de la emoción subió con el retorno a Barcelona de Frederica von Stade, la inimitable ‘Flicka’, que aunque se ha retirado hace casi diez años acepta participar en algunas ocasiones especiales. En este caso fue su franca admiración por Victoria lo que la llevó a emprender el viaje y, acompañada de Albert Guinovart, y en los bises por Helena Resurreiçao (que previamente había hecho de telonera) ofreció el milagro de su personalidad magnética, una voz que conserva en lo esencial sus atributos, y esos ojos intensos y brillantes que quien esto firma le conoció en el Palais Garnier en 1980 cantando Cherubino. El programa comprendía autores norteamericanos como Roren, Heggie, Hall, Bolcom y Sondheim, el argentino Ginastera en un castellano prácticamente perfecto, Poulenc, Berthomieu, Louiguy y Canteloube (este último dedicado al recuerdo de Victoria), Strauss y Mahler, un divertidísimo bis de Mistinguett, Je cherche un millionaire, y por más dispar que esto suene tuvo su sentido y un hilo conductor además de la inenarrable fascinación que produce la mezzo cuando explica o comenta a su público una canción, y nada se pareció al batiburrillo en que suelen incurrir algunos cantantes en plena carrera cuando tienen que preparar un programa de concierto. Luego, a dúo con Resurreiçao, cantó uno de los números de La regata veneziana de Rossini (uno de los que hicieron famosos en el concierto de despedida de Gerald Moore en 1967 Schwarzkopf y De los Ángeles) y finalmente un curioso Voi che sapete en que una mezzo pasaba la palabra a otra en medio de una frase.
Pero al día siguiente von Stade dio una masterclass en el Museo de la Música, y ahí se detuvieron todos los relojes. No sólo se trataba de las indicaciones y del aliento permanente a los jóvenes cantantes, sino de su expresión al seguir ya fuera la entrada de Urbain en Les huguenots, el aria de la carta de Charlotte en Werther, o el rondó final de La Cenerentola con una memoria fabulosa para el texto y una expresividad para la que sólo hacía falta el pequeño movimiento de una mano o incluso un dedo. Ah, y por supuesto la mirada. Esos ojos… Gracias, Flicka.
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