España - Cataluña
Alagna, Turiddu y Canio
Jorge Binaghi
El Liceu está convirtiéndose en un puntal de lo políticamente correcto (al menos mientras no cueste más que palabras). La función se dedicó a conmemorar la violencia de género y a pedir disculpas por los argumentos de las dos obras en cuestión, no obstante sus valores musicales. Ahí es nada. Si no recuerdo mal, la violencia de género está en la segunda ópera y procede de una historia real juzgada por el padre del compositor.
Si mi mente no está empañada, y aunque podría hablarse de otro tipo de violencia social de género sobre el papel de la mujer en la sociedad siciliana, la víctima de la primera es un señor que como él mismo reconoce no había dejado de hacer méritos para ello (en todo caso, puestos a repensar, tal vez el violador haya sido él y entonces la obra es un modelo perfecto de justicia … aunque no creo que Verga o Mascagni pensaran eso). ¿Por qué no hacer que al final Nedda mate a Canio y se escape con Silvio? Si ya Carmen ha matado a José…
En todo caso, para nuestra tranquilidad (¿machista?), la puesta en escena eligió seguir la trama tradicional. Tal vez sólo en esto fue tradicional, pero ya es mucho. Michieletto es un director de escena que crea polémica. Hace pocos días habrán quizá leído ustedes una reseña muy negativa de su Elisir de amore en Madrid, que a mí tampoco me había entusiasmado en Valencia hace tiempo. También se puede ver lo mismo en mi reseña de Poliuto en Zúrich.
Pero por el contrario hice un elogio de su atrevida propuesta para La damnation de Faust en Roma. Y su controvertido Guillaume Tell londinense se parecía un poco a este espectáculo porque junto a grandes momentos había alguno que arruinaba con su insistencia por el movimiento y la acción. Creo que porque es sobre todo un gran hombre de teatro (lamento que sus montajes de Divinas palabras y La ópera de tres centavos del Piccolo de Milán no hayan circulado más) y no puede o no quiere (es muy inteligente) entender que hay momentos en que hay que ‘resignarse’ a dar la precedencia a la música (en aquel caso era el aria ‘Sois immobile’; aquí los coros, en particular de Cavalleria, y aun más, los famosos ‘intermezzi’ de ambos títulos, que se usan para ‘contar’, en uno, los amores de Nedda y Silvio, y en el otro, la reconciliación de Mamma Lucia y Santuzza cuando ésta confiesa a un sacerdote que espera un hijo de Turiddu).
Es, además, la misma manía de paralelismos que hace poco escribí que aquejaba también en estas dos obras a Carsen en Amsterdam. Pero aquí hay un enfoque menos intelectual, y aparte de que no se tiene en cuenta la letra de unos cuantos momentos, la ‘trasgresión’ funciona en cuanto a la época (mediados de los años cincuenta o incluso principio de los sesenta del siglo veinte) sea en los vestidos (Lola va vestida de negro, pero en estilo ‘vamp’ para no usar alguna palabra más fuerte), en las instituciones congeladas en el tiempo (la iglesia) o en los medios de transporte (Alfio canta de su oficio de carretero y de su caballo pero llega en un automóvil digno de un pequeño capo de mafia local, lo que no deja de estar bien). Si Mamma Lucia es propietaria de una panadería en la que el ‘chef’ es el Silvio de I pagliacci no hay nada de malo y sí de interesante. Los caracteres están bien diseñados aunque no todos los cantantes son igual de buenos actores.
Por encima de todos destacó Alagna en su esperado retorno al Liceu. El tenor ha elegido dos papeles duros a los que puede servir bien ahora que su canto se ha vuelto todo músculo y parece imposible que hasta hace unos siete años fuera capaz de cantar a media voz con un timbre bellísimo. Pero el color sigue siendo formidable, algo más mate, y también más consistente en centro y grave. Es cierto que a veces no controla del todo y tiende a forzar (especialmente en el principio de Cavalleria, pero en la sección más expuesta del gran dúo con Santuzza ya todo estaba perfectamente equilibrado; en Pagliacci, salvo algún agudo tirante o fijo también al principio, todo anduvo sobre ruedas). Fue un notable Turiddu (los mejores momentos fueron un ‘Brindis’ más que efusivo y un ‘Addio alla madre’ de genuina emoción) y un excelentísimo Canio (si la famosa ‘Vesti la giubba’ fue lo mejor, todo el resto anduvo cerca y sólo en algún momento de ‘No, pagliaccio non son’, una página muy expuesta y al final de la ópera pudo advertirse algún cansancio). No creo que haya hoy un tenor que cante ambos papeles con cierta asiduidad y en la misma velada que pueda quitarle un bien ganado primer puesto.
Nadie llegó a equiparársele aquí. Empezando por Nanasi, que tras un interesantísimo debut con La flauta mágica, decepcionó por su falta de ‘italianidad’: todo estaba en su sitio en la orquesta, pero poco se expresaba y el lirismo fue frenado a veces en exceso. Buena parte de la culpa de lo que ocurrió con los intermedios la tuvo también él: si te cuentan una historia interesante o nueva y tú te limitas a funcionar como cortina musical el interés se desplaza al escenario.
El coro por suerte esta vez estuvo muy bien, y también fue buena la actuación del coro de niños.
En Cavalleria debutaba Pankratova, que pudo pedir (o alguien pudo pensar, cosa que hoy no se estila demasiado) un papel que pusiera mejor de relieve sus cualidades, que las tiene. Pero aquí se apreció una voz metálica, con algo de vibrato, y una actriz discreta.
Viviani es un típico barítono italiano por el timbre y el volumen, pero en eso está su fuerza y su límite: como actor es apropiado pero modesto y su emisión tiende al engolamiento. Podría tal vez ocupar el puesto de un Colzani, o incluso de un Protti, pero de momento no llega a eso. Y lo mismo ocurrió en su Tonio y prólogo de Pagliacci (si el agudo del aria de Alfio era ‘peculiar’, el dúo con Nedda no se oyó mucho).
Zilio es una especialista de Lucia, pero esta vez exageró la nota y rozó la caricatura en sus aspavientos de ‘mamma’. Vocalmente estuvo bien. Muy interesante la Lola de Gancedo, que cantó bien y se movió mejor.
En Pagliacci, como viene siendo habitual, contratar a Alagna significa automáticamente que Nedda sea su actual esposa. Era estimable Kurzak cuando cantaba como lírico ligera (por ejemplo en Matilde de Shabran en Covent Garden, o en L’elisir d’amore). Ahora su evolución a roles de lírico plena han hecho que su voz pierda foco y esté opaca, y sólo tiene algunos agudos -a veces metálicos- y los trinos de la ‘Balatella’. Es una buena actriz, pero eso no es suficiente.
Esteve fue un Beppe simpático aunque su agudo es limitado. Los roles menores en ambas óperas estuvieron bien cubiertos por miembros del coro. Pero quisiera saber yo cuáles fueron los motivos para contratar a Rock para un papel como Silvio, que no será largo pero sí difícil. Mientras actuó de panadero mayor en Cavalleria su apostura y desenvoltura fueron un elemento positivo; el problema fue cuando abrió la boca en Pagliacci: cualquier limitación o defecto que se le pueda enrrostrar a Viviani desaparece ante la falta de proyección, un timbre irregular y de volumen modesto (que seguramente podría no serlo de emitir la voz correctamente). La escena con Nedda fue un suplicio. Ha habido aquí barítonos jóvenes y apuestos que han cantado muy bien óperas difíciles y no han vuelto a ser llamados. Ya sé que preguntarse el porqué es pecar de ingenuo, pero casi lo prefiero a hacer otras suposiciones.
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