Alemania

La enigmática historia de la diva Emilia Marty o Elina Makropulos

Juan Carlos Tellechea
viernes, 20 de diciembre de 2019
Martin Homrich y Petra Schmidt © 2019 by Monika und Karl Forster Martin Homrich y Petra Schmidt © 2019 by Monika und Karl Forster
Gelsenkirchen, domingo, 15 de diciembre de 2019. Musiktheater im Revier Gelsenkirchen (MIR). Die Sache Makropulos (título original en checo Věc Makropulos), El caso Makropulos, ópera en tres actos con música y libreto en checo de Leoš Janáček basada en la obra de teatro homónima de Karel Čapek, estrenada en Brno el 18 de diciembre de 1926 dirigida por Frantisek Neumann con Alexandra Remislavská-Čvanová. Régie Dietrich W. Hilsdorf. Escenografía Dieter Richter. Vestuario Nicola Reichert. Iluminación Patrick Fuchs. Dramaturgia Anna Chernomordik. Intérpretes: Emilia Marty o Elina Makropulos, famosa cantante de ópera (Petra Schmidt), Albert Gregor, admirador de Emilia (Martin Homrich), Dr. Kolenatý, un abogado (Joachim G. Maaß), Vitek, ayudante de Kolenatý (Timothy Oliver), Kristina/Krista, joven cantante hija de Vitek (Lina Hoffmann), Barón Jaroslav Prus, noble bohemio (Urban Malmberg), Janek, hijo de Prus (Khanyiso Gwenxane), Conde Hauk-Šendorf (Mario Brell), técnico de escena (Gerard Farreras), utilera (Karla Bytnarová), mucama (Rina Hirayama). Coro masculino del MIR, preparado por Alexander Eberle. Orquesta Neue Philharmonie Westfalen. Director Rasmus Baumann. 100% del aforo.
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¡Vaya obsequio de cumpleaños que le ha brindado a su público el Musiktheater im Revier, de Gelsenkirchen (MIR), en el 60º aniversario de la inauguración de su edificio! Exactamente a las tres la tarde de aquel martes 15 de diciembre de 1959 tuvo lugar la primera función en este teatro con la comedia Sueño de una noche de verano, de William Shakespeare, con música de Felix Mendelssohn Bartholdy, régie del entonces director general (intendente) Hans Hinrich, escenografía de Theo Lau, dirección musical de Ljubomir Romansky, y el ballet de Boris Pilatoy.

Situado en el número 1 de la Kennedyplatz, el edificio, construido por el visionario arquitecto Werner Ruhnau (Königsberg/Prusia Oriental, hoy Kaliningrado, 1922 – Essen, 2015), es un clásico moderno del siglo XX con sus legendarios murales de Yves Klein y de Jean Tinguely, y maquinaria adaptada a las exigencias actuales.

Cinco días más tarde, el 20 de diciembre de 1959, se representaría la primera ópera en el MIR: Lohengrin, de Richard Wagner, con dirección musical de Romansky y escénica de Rudolf Schenkl, así como escenografía de Lau.

A las 15 horas, ni un minuto más, comenzó la representación de una magistral puesta en escena de El caso Makropulos, de Leoš Janáček (1854-1928), ópera raramente representada fuera de la República Checa, a cargo del renombrado regista alemán Dietrich W. Hilsdorf (Darmstadt, 1948), bajo la batuta de Rasmus Baumann (Gelsenkirchen, 1973), director principal de la Neue Philharmonie Westfalen.

Hilsdorf es muy apreciado aquí; hace casi 40 años debutó como director escénico en el MIR con Eugen Onegin, de Piotr Chaicovski; memorables fueron asimismo sus escenificaciones de obras líricas de Wolfgang Amadé Mozart en las décadas de 1980 y 1990, entre ellas un Rapto del Serallo, legendario.

La ópera de suspense, la penúltima de Janáček y una de las tres que le inspirara su musa morava Kamila Stösslová, 40 años más joven que él, dejó amarrado a sus butacas y sin aliento durante una hora y 40 minutos a más de un millar de espectadores que colmaba la sala.

Así de estremecedora fue también desde el foso la deslumbrante ejecución de la orquesta, drigida por Baumann con gran equilibrio y perfección, apoyando con fino ajuste de banda sonora cinematográfica la precisión rítmica y entonación sobre las tablas. Estamos ante una gran producción, cautivadora en términos escénicos y musicales, emocionante y de múltiples estratos.

El argumento analiza el tema del envejecimiento y la eterna juventud (a nivel metafórico las consecuencias de la inmortalidad, es decir, la fama, para un artista), centrándose en la enigmática historia de la diva Emilia Marty o Elina Makropulos (extraordinaria interpretación de la soprano Petra Schmidt), una célebre cantante de ópera que lleva viviendo 337 años. Mucho tiempo como para no tener ya asomos de fatiga y hasta de sentir asco por su existencia. ¡Ha visto tantas cosas tan triviales y tantos suicidios en estos casi tres siglos y medio...!

Elina Makropulos debía de tener 37 años cuando sirvió de conejillo de Indias a su padre, médico personal del emperador Rodolfo II, para quien preparaba una receta que le daría la inmortalidad. Ahora que ha pasado el tiempo y Elina ha estado deambulando por la vida con diferentes nombres, aunque siempre bajo las iniciales de EM, tiene que encontrar la fórmula que le dejó una vez a uno de sus amantes.

Sin embargo, hay una disputa sobre su herencia que dura cien años, y ella irrumpe en la fase final, ya que quiere que la legendaria medicación vuelva a los activos de ese patrimonio. Para ello, posee conocimientos detallados y documentación que podrían acelerar la decisión judicial. La cantante celebra triunfos en la ópera como Emilia Marty. Los hombres se arrojan a sus pies. Uno de ellos se suicida por culpa suya, pero ni se molesta por ello. Con la inmortalidad, los destinos se ponen en perspectiva.

Todo es relativo y lo que le sucede actualmente a las personas de su entorno lo ha experimentado ella en múltiples ocasiones. En fin, por decirlo de algún modo, para Emilia/Elina no hay nada nuevo bajo el sol; y hasta el amor, declarado en tantas oportunidades en su devenir centenario, lo ha rechazado sin más. Todo este cuadro psicodramático garantiza al menos un nuevo suicidio ante la platea, pero antes debemos conocer la verdadera identidad del personaje principal.

Hilsdorf y su bien coordinado equipo (Dieter Richter, escenografía; Nicola Reichert, vestuario; Patrick Fuchs iluminación) muestran imágenes sombrías, crean habitaciones austeras, como en el primer acto con el archivo del bufete del abogado Dr. Kolenatý (sólido el barítono Joachim G. Maaß), quien tal como ha sido caracterizado se parece mucho físicamente a Franz Kafka (1883 - 1924).

La misma acción en el despacho de Kolenatý evoca una pesadilla kafkiana sacada de El proceso (novela inacabada publicada póstumamente en 1925). Kafka era vecino del legendario café Slavia (próximo al Teatro Nacional) que frecuentaba el escritor Karel Čapek, éste ya más famoso que aquel en ese entonces, uno de los más grandes literatos y dramaturgos checos del siglo XX (especialmente en el género de ciencia ficción) y autor de la obra teatral que musicalizó y adaptó Janáček.

Dicho sea también al margen, fue Čapek quien acuñaría la palabra robot en su drama R.U.R. (Rossumovi Univerzální Roboti, de 1920), derivado del término robota (esclavo), en antiguo eslavo eclesiástico medieval, y éste de orbh en protoindoeuropeo) que ha ido evolucionando con más amplitud hasta nuestros días.

De repente el regista y su equipo se mudan de 1922 al presente más inmediato. La escenografía gira 180 grados en el segundo acto a telón abierto, desaparece el gran bufete para mostrar por detrás las bambalinas del escenario sobre el que cantaría la soprano, la iluminación de la habitación se enfría, y así sigue la trama de este extraño relato. Los decorados son mucho más que un telón de fondo, y en esos grandes espacios el reparto puede actuar a sus anchas.

Tras la representación lírica: Emilia Marty recibe la visita del Conde Hauk-Šendorf (el tenor Mario Brell), quien reconoce en ella a su novia de la infancia la gitanilla andaluza Eugenia Montez Aquí radica el verdadero truco de la puesta en escena. El diseño del segundo acto convierte esta entretenida obra policíaca en una gran actuación teatral que se desarrolla en el propio escenario de la ópera después de una función.

El técnico del escenario y la utilera aparecen sobre el recinto vacío. Naturalmente, usan la ropa de los trabajadores del MIR. Este segundo acto, por lo tanto, parece más bien una pausa de la obra (que se interpreta sin intervalos). Emilia Marty se convierte así en la soprano Petra Schmidt. Al público le parece estar mirando detrás de la escena y de pronto quedar metido en medio de esta historia, en la que se ha perdido la noción del tiempo, mientras la trama continúa avanzando.

Petra Schmidt encarna a la grandiosa Emilia Marty, que en realidad es Elina Makropulos, que una vez fue Eugenia Montez, utilizando hábilmente su registro de soprano para el ataque vocal, con gran presencia y dominio del escenario. Uno reconoce en Emilia/Elina a la mujer que pudo haber sido Eugenia Montez medio siglo antes.

Brell, de 83 años, una leyenda viviente dentro del elenco del MIR, el que integra desde 1973 y para el que ha cantado un vasto repertorio que va desde Richard Wagner hasta operetas, hace a la perfección, con voz asentada y flexible, el papel ligeramente grotesco del viejo Conde libidinoso Hauk-Šendorf en la búsqueda de una eterna satisfacción erótico-sexual. El tenor subraya a través de su propia biografia artística real los saltos en el tiempo y musicalmente coincide en el tono correcto entre la comedia absurda y la melancolía sutil que le depara este papel.

El regista utiliza las arquitecturas para mover las figuras, para construir cuadros parlantes; verbigracia cuando todos los hombres se unen contra Elina en el tercer acto. Por cierto, también muestra la violencia de género; un asunto bastante más complejo que supera las limitadas posibilidades de esta carpintería.

Esto transcurre en la sobria habitacion de un hotel, como los de la década de 1920, en la que está ambientada la historia. Su gran ventanal se abre para que Emilia dé el salto que ponga fin a su vida. Antes revelará su verdadera identidad a todos los involucrados, sosteniendo en sus manos incluso la fórmula largamente buscada para el elixir que le dió la inmortalidad.

Hilsdorf logra con gran acierto retratar las relaciones altamente problemáticas entre los personajes, subrayando los opuestos, de forma somáticamente tangibles, creíbles. Se crean imágenes intensas en casi todos los momentos; también en esta habitación de hotel, donde tres admiradores decepcionados siguen cortejando a Emilia Marty, alias Elina Makropulos.

La acción se interrumpe súbitamente con el estampido de un disparo. Janek Prus (el tenor Khanyiso Gwenxane) se pegó un tiro al enterarse de que había mantenido relaciones sexuales con su propia madre, Emilia Marty, quien había sido también la querida de su padre, el Barón Jaroslav Prus (el barítono Urban Malmberg).

La produccion se beneficia de un excelente reparto, extremadamente comprometido, sin excepción, que hemos visto siempre encarnando magníficamente diferentes papeles en otras obras. La impresionante Petra Schmidt, al comienzo rodeada por una aureola de inaccesibilidad, cambia sin piedad de femme fatale a mujer fría como un cuchillo, pero con suficiente vida y amor. El Albert Gregor del excelente Martin Hombrich, un hombre de imponente físico y fuerte voz, está apasionadamente enamorado de Marty, y se vuelve intrusivo poco antes de verse arruinado por la disputa de la herencia que se procesa aquí.

Sobresalientes asimismo el abogado Dr. Kolenatý de Joachim G. Maass, y su asistente Vitek, el tenor Timothy Oliver. Su hija Krista, una aliada que vacila entre hacer carrera sobre el escenario o dedicarse a la vida matrimonial, y que finalmente determinará el destino del caso Makropulos, está en buenas manos, histriónica y vocalmente, con la joven mezzosoprano Lina Hoffmann. El barítono Malmberg y el tenor Gwenxane convencen asimismo como padre e hijo de la noble familia Prus, tanto por su actuación como por su vocalización.

El público demoró dos segundos en salir de su estupefacción, para recuperarse del impacto recibido, antes de estallar en aplausos, ovaciones y múltiples expresiones de aprobación incontenibles durante largos y largos minutos al cierre de esta magnífica velada.

El extraordinario trabajo escénico de Hilsdorf tendremos oportunidad de apreciarlo nuevamente en enero próximo cuando estrene la producción del oratorio Caín y Abel o el primer asesinato, de (1707) Alessandro Scarlatti, en el Aalto-Theater de Essen, con dirección musical del argentino Rubén Dubrovsky.

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