Alemania
Perfeccionismo, exquisitez, refinamiento y cautivadora belleza
Juan Carlos Tellechea
A decir verdad, la música rusa, en general, no es demasiado complicada, pero hay que reconocer que es diversa y que no constituye un bloque homogéneo y compacto, sino un conjunto de puntos de vista individuales, de las diferentes almas que la han escrito y logrado transmitir directamente al oyente sus sentimientos y emociones sin ambages.
Así lo experimentó una vez más el millar de espectadores que presenció y ovacionó estruendosamente el concierto de la Russian National Orchestra (RNO), dirigida por el ucraniano Kirill Karabits, con Mijail Pletnev al piano, organizado por Heinersdorff Konzerte, en la Tonhalle de Düsseldorf.
El programa de esta tarde, toda una invocación a los buenos espíritus, puso nuevamente en evidencia esa dichosa diversidad. Piotr Chaicovski y Nikolái Rimski-Kórsakov eran, de hecho, tan diferentes entre sí que sentían una fuerte aversión mutua. El primero, fragil e introvertido, compuso casi con el corazón en la mano, equilibrando el estallido de una interioridad atormentada con un refinamiento formal.
El segundo era un hombre autoritario y un maestro reconocido que se sentía fascinado por los populares cuentos de hadas que traducía en su música con obsesiva precisión técnica, sin una participación emocional particular.
Sin embargo, y no obstante sus diferencias, ambos compositores se unieron en la apasionada admiración por la tradición folclórica rusa, de la que extrajeron a manos llenas, y con el mismo objetivo, los elementos necesarios para hacer que la música de su patria fuera genial, nueva, innovadora y alcanzara un grandioso sitial mundial.
La varias veces laureada orquesta fue fundada en 1990 por este músico fabuloso y también compositor que es Pletnev (Arcángel, Rusia, 1957). La idea, surgida en la época de Mijaíl Gorbachóv, el Glasnóst y la Perestroika, era dar a luz una nueva entidad musical, independiente y con vocación internacional. La RNO es, de facto, la primera orquesta rusa completamente libre del control estatal y de seguro un fuerte contribuyente impositivo (con el aporte de divisas duras al fisco).
En un mundo plagado de noticias sobre colectivos musicales a punto de desaparecer (o ya fenecidos), con fondos insuficientes, así como conciertos y audiencias reducidos, el crecimiento contínuo de la Orquesta Nacional de Rusia no solo parece milagroso, sino que puede convertirse en el hecho cultural más importante y modélico de nuestro tiempo,
El vínculo entre Pletnev y la orquesta sigue siendo muy fuerte hoy en día. El maestro no solo la dirige regularmente en los principales teatros rusos y en todo el orbe, sino que también ha estado a su frente en las aclamadas grabaciones de todo el ciclo de las sinfonías de Chaicovski. El sonido es brillante y asertivo, impregnado de ese sentimiento dramático tan entrañablemente ruso.
Karabits (Kiev 1976), actualmente director principal de la Orquesta Sinfónica de Bournemouth y del Deutsches Nationaltheater und Staatskapelle, de Weimar, tiene una relación especial con la RNO, ya que la ha conducido en varias giras internacionales. Con la Bournemouth Karabits ha grabado algunos discos de música contemporánea, particularmente eslava, elogiados por la crítica.
Con el Nationaltheater und Staatskapelle, estrenó mundialmente en agosto de 2018 Sardanapalo (https://de.schott-music.com/werk-woche-franz-liszt-sardanapalo ) (1850), inspirada en Sardanapalus (1821), de Lord Byron, la grandiosa ópera (en italiano) inconclusa de Franz Liszt completada ahora por el musicólogo David Trippert. No es de extrañar que se le encomendara a Karabits esta gran responsabilidad ya que con su buena labor en la Deutsche Oper de Berlín, el Festival de Glyndebourne y el Teatro Bolshoi demostró tener cualidades notables en la dirección operístico-orquestal.
En la presente gira por Alemania y otros países europeos, Pletnev trabaja junto a su criatura como solista, para interpretar otra obra maestra de Chaikovski, el Concierto para piano y orquesta número 1 en si menor opus 23, pero no en la versión por todos conocida, sino en la original, la que escribiera el compositor entre noviembre de 1874 y el 21 de febrero de 1875.
El pianista frente a su Shigeru Kawai, construído especialmente para él y su preferido, prescinde de la banqueta y utiliza una silla exclusiva regulable sobre la que recuesta su espaldar, se relaja y se aclara. Con los brazos cruzados sobre el pecho, parece reflexionar sobre los tempi y el colorido de la obra que va a tocar de inmediato. Ni bien comienza la ejecución, el oyente se da cuenta al instante del por qué de esta predilección por el instrumento japonés, que no va para nada a la zaga de sus competidores estadounidenses.
El sonido es algo oscuro, no tan estilizadamente trucado como el de aquellos, más próximo a la realidad y se adapta muy bien a la personalidad de este músico excepcional y múltiple talento que es Pletnev, con esa mezcla tan peculiar de análisis frío y subjetividad que sorprende hasta hoy. Comenzó su carrera internacional de pianista hace casi cuatro décadas, tras ganar con 21 años el Concurso Chaicovski en 1978, y ahora en 2019 recibió por segunda vez (desde 2007) el Premio Presidente (de Rusia) por sus méritos en la vida cultural de su patria.
El famoso primer movimiento (Allegro non troppo e molto maestoso), con los cuatro acordes orquestales distintivos al principio, fue tocado con mucha máyor amplitud y suavidad de lo habitual. Pletnev se esforzó con éxito por reducir el dramatismo y hacer que la interacción entre la orquesta y el solista fuera más audible, emotiva y meditativa. Hay mucho perfeccionismo, exquisitez, refinamiento y cautivadora belleza en el trabajo conjunto.
Esa fue la versión que Chaicovski mismo tocara por vez primera para su amigo y mentor Nikolai Rubinstein y que no resultara de su agrado. Esto ocurriría antes de su estreno, el 25 de octubre de 1875 en Boston, bajo la batuta de Benjamin Johnson Lang y con Hans von Bülow como solista, a quien la dedicaría. Más adelante Rubinstein cambiaría de opinión, se retractaría y pediría al compositor poder tocarla, lo que hizo en una legendaria presentación en 1878 en París.
De hecho, los fantásticos solos de la velada, como los de las maderas en el Andantino semplice, eran más fuertes que el piano, y en el Allegro con fuoco final, los inimitables y brillantes correteos de Pletnev se fusionaron con los registros abanicados de la orquesta que no rehuyeron, sin embargo, mezclar pequeños insertos de versiones posteriores.
Esta transparencia y ligereza, especialmente en las partes líricas, fue también una característica de la lectura de Karabit en la segunda parte de la velada, exquisitamente romántica y genuinamente rusa, que incluyó además la suite sinfónica Sheherazade, de Rimski-Kórsakov.
En síntesis, dos piezas ejemplares en cuanto a su poesía. La obra de Chaicovski, que debe tanto al trascendental virtuosismo lisztiano, desplegado desde el corazón de las ideas musicales, parece confirmar su reputación como músico europeísta. En realidad, su estima por los artistas occidentales no debilitó su identidad musical rusa, sino que la iluminó con reflejos originales. Verbigracia, en esta composición, no escasean los temas populares eslavos.
Dicho sea al margen, tirrias y antipatías aparte, Rimski-Kórsakov dirigiría el estreno de la segunda versión del Concierto para piano de Chaicovski en la Sociedad Musical Rusa, en San Petersburgo, el 29 de noviembre de 1884 con Natalia Kalinovskáya-Chikajeva como solista.
Si el concierto es un desafío para los virtuosos del piano, la suite de Rimsky-Korsakov es a su vez todo un reto para los de la orquesta. Sheherazade, personaje y narradora principal de los cuentos escritos en farsi de Las mil y una noches, sirve de inspiración a esta página brillante que evoca el orientalismo encantado de una Arabia imaginaria, pero también el de una Rusia sin límites que se extiende hasta Asia.
La pieza, compuesta en 1888 es el triunfo del colorido instrumental en tonalidades infinitas y cierra un período en la carrera del compositor, al final de la cual el tratamiento orquestal había alcanzado un notable grado de virtuosismo y plenitud sonora; incluso sin influencias wagnerianas y limitándose, según sus propias palabras, a la orquestación normal, a la usanza de Mijail Glinka, padre del nacionalismo musical ruso, cuyo método recibiera, entre otras, influencias del folclore español, tras su estancia (1844) en Valladolidad, Madrid y Sevilla.
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