España - Madrid

Juventud y veteranía, suma de virtudes

Germán García Tomás
martes, 28 de enero de 2020
Behzod Abduraimov © by Nissor Abdourazakov Behzod Abduraimov © by Nissor Abdourazakov
Madrid, martes, 21 de enero de 2020. Auditorio Nacional (Sala Sinfónica). Behzod Abduraimov, piano. Orquesta Filarmónica de San Petersburgo. Yuri Temirkanov, director. Piotr Illich Chaicovski, Concierto para piano y orquesta nº 1 en si bemol menor op 23. Johannes Brahms, Sinfonía nº 4 en mi menor op 98. Ibermúsica. Serie Arriaga. Ocupación: 95%.
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La muerte de Mariss Jansons a finales del pasado mes de noviembre ha provocado la cancelación de la gira de la Orquesta Sinfónica de la Radio de Baviera con él al frente que iba a efectuar una de sus paradas en el ciclo de Ibermúsica. Ha llenado ese hueco una orquesta estrechamente ligada a la carrera del letón, la centenaria Filarmónica de San Petersburgo, sobradamente conocida por el público de Madrid por sus numerosas visitas, y que bajo la dirección de su titular Yuri Temirkanov ha ofrecido dos conciertos con el pianista Behzod Abduraimov, quien en la cita inicial ha interpretado el Concierto en si bemol menor de Chaicovski, piedra de toque para todo versado pianista.

El joven pianista uzbeco posee unas cualidades técnicas excepcionales. El compacto sonido que extrae del teclado llega claro y nítido, tanto en los racimos de notas arpegiadas como en la pulsación sutil de los pianissimi, donde hace gala de un certero uso del pedal. El primer movimiento osciló por igual por los senderos del más desbordante virtuosismo como por la más pura concentración expresiva, que tuvo su culmen en la cadencia conclusiva. El Andantino semplice le sirvió a Abduraimov para subrayar el encanto poético y la delectación que posee este movimiento bisagra en sus partes externas -con un aéreo toque en el ligero pasaje central- antes de la nueva muestra de arrebatado impulso rítmico del Allegro con fuoco, donde los filarmónicos de San Petersburgo demostraron un soberbio empuje, quizá un tanto desbocado, a las órdenes de Temirkanov, siempre atentísimo en su faceta concertadora. El uzbeco regaló los entusiastas aplausos del público con una nueva pieza de Chaicovski, la reposada Romanza op. 16 nº 1, que revistió completamente del refinamiento y la plena sonoridad de su arreglista, Sergei Rachmaninov.

La Cuarta de Brahms, que figuraba en el programa de los truncados conciertos de Jansons, se ha querido mantener en el programa, al igual que otra Cuarta, la de Chaicovski, dos días después. El venerable maestro ruso, sentado y sin batuta, se mostraba dispuesto en esta nueva ocasión a demostrar las credenciales de su orquesta, con la cual se presenta en este ciclo desde 1989 y de la que pareció expandir con mayor grado de libertad su sonoridad.

Si bien en el concierto de Chaicovski apenas mostró movimientos, en la sinfonía brahmsiana Temirkanov exhibió un manejo de la mano derecha que no estuvo en desacuerdo con su apreciable limitación física. Si bien espléndidamente construido en su arquitectura interna, el Allegro non troppo no pareció poseer de entrada ese encanto expresivo que nos sumerge en un aire de abandono y contemplación a través de su inicial y sencillo motivo de dos notas, célula básica de todo el movimiento. Brilló especialmente la tersura de las cuerdas, que hacían cantar de forma arrebatadora las melodías, y latió con virulencia el dramatismo en la coda. El segundo movimiento tuvo introspección no cargada de hondura y una sobresaliente factura en lo instrumental, destacando maderas y trompas, mientras el vigor rítmico fue la nota dominante en el Allegro giocoso, puerta de entrada para una passacaglia final muy bien planteada y diferenciada en cada una de sus variaciones (lucidísimo el solista de flauta en la suya correspondiente), ese dechado de amenidad estructural por parte del compositor hamburgués. Una muy lograda y más que digna lectura sinfónica que fue complementada por un breve fragmento de otra partitura vertebrada mediante el arte de las variaciones, las Enigma de Edward Elgar. La intensidad creciente de la novena y más popular, Nimrod, sirvió para coronar una velada que resultó ciertamente memorable, donde la juventud se alió con la veteranía como suma de virtudes.

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