Alemania

Dos músicos bien llevados

Juan Carlos Tellechea
martes, 28 de enero de 2020
Janine Jansen © Marco-Borggreve | OCNE Janine Jansen © Marco-Borggreve | OCNE
Düsseldorf, lunes, 20 de enero de 2020. Gran sala auditorio de la Tonhalle de Düsseldorf. Ludwig van Beethoven, Obertura de El rey Esteban. Felix Mendelssohn Bartholdy, Concierto para violín y orquesta en mi menor op 64. Robert Schumann, Sinfonía número 1 en do mayor op 38 Frühlingssinonie. Solista Janine Jansen, violín. Orchestra dell'Accademia Nazionale di Santa Cecilia Roma. Antonio Pappano, director. Concierto organizado por Heinersdorff Konzerte – Klassik für Düsseldorf. 100% del aforo.
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Si no me falla la memoria, la primera vez que presencié un concierto con Janine Jansen (Soest/provincia de Utrecht, Países Bajos, 1978) fue en el Festival Young Euro Classic de Berlin en 2006. En aquella ocasión Vladimir Ashkenazy dirigía la European Union Youth Orchestra. Ella estaba en sus comienzos y tocaba con total entrega. Mas en ese momento era ya casi seguro que emprendería una gran carrera. Tras debutar en el Concertgebouw en 1997, realizar su primera gira europea en 1999 y su primer tournée por Japón en 2000, habia participado en 2002 en un concierto con la London Philharmonic Orchestra, también bajo la batuta de Ashkenazy.

Ahora tengo la gran oportunidad de admirarla, algo más madurita pero siempre juvenil, con el Concierto para violín de Felix Mendelssohn Bartholdy en un nueva y extraordinaria velada organizada por Heinersdorff Konzerte- Klassik für Düsseldorf que concluyó con un alud de ovaciones y entusiastas muestras de aprobación del millar de espectadores que colmaba la gran sala auditorio de la Tonhalle.

Constato que mantiene sin cortapisas su compromiso de entonces con la música; sigue tocando tan profunda y entrañablemente como antes y seguramente Mendelssohn se hubiera alegrado muchísimo de ver y oir cómo y con qué contagiosa emoción interpreta Jansen -con el Stradivarius (Rivaz, Baron Gutmann) de 1707, de la Era de Oro del mítico lutier de Cremona- su concierto en mi menor.

Jansen se lleva muy bien con la Orchestra dell'Accademia Nazionale di Santa Cecilia Roma, dirigida desde 2005 por el temperamental Antonio Pappano, quien ha prolongado su contrato hasta 2023. Diría que la compenetración con el colectivo es mucho mejor y más intensa que el mostrado por alguna otra célebre y arrogante violinista que hemos visto por estos lares y con esta misma orquesta, cuyas ondas negativas eran tan crasas que la tensión y la falta de entendimiento reinantes eran inocultables y levitaban desagradablemente en el aire.

El toque de Jansen es bello, natural, sin acartonamientos ni rigideces. Tiene rutina y virtuosismo, pero su comunicación con los músicos y con el público va mucho, mucho más allá; es una dulce y cariñosa avenencia de corazón a corazón, de espíritu a espíritu. Ella y su violín tienen además un acoplamiento total, forman una sola y amorosa unidad.

Los pianissimos casi inaudibles en el Allegro molto appassionato son hechizantes, y en el lírico Andante, mientras Pappano, con ese buen gusto y refinamiento que lo caracterizan, cuida de no subir demasiado el volumen de los Académicos de Santa Cecilia, Jensen disfruta de esa honda comunión con su instrumento.

Con el Allegro molto vivace, la violinista se divierte de veras, salta de alegría, dialoga risueñamente con las cuerdas y las maderas y concluye con gran brío este travieso aquelarre para regocijo general. En los bises se consagra por entero y con gran delicadeza al preludio de la Partita número 3 de Johann Sebastian Bach en mi mayor para violín solo BWV 1006 de 1720, todo un acierto, aplaudido a rabiar por la extasiada platea.

La velada comenzó con una obra incidental de Ludwig van Beethoven, muy poco tocada en estos escenarios, la Obertura de El rey Esteban (1811) opus 117, Andante con moto – Presto en mi bemol mayor, interpretada por primera vez como preludio, junto con Las ruinas de Atenas (opus 113), en la inauguracion del Teatro de Pest (hoy un distrito de Budapest) el 9 de febrero de 1812.

La composición había sido encargada por el archiduque Francisco José Carlos, quien deseaba rendir homenaje así a la fidelidad a la Corona austríaca del Reino de Hungría, fundado por San Esteban en el 1001. La pieza es grandilocuente al comienzo, sigue con pasajes muy agradables y de humor, hasta densificarse y asumiir in crescendo mayor complejidad. Pappano exige de la orquesta vigor, energía, consagración, al tiempo que cuida por una parte los momentos más sutiles y por otra los vertiginosos ataques que demanda la partitura.

Las cuerdas y las maderas de la Orchestra dell'Accademia Nazionale di Santa Cecilia son un dechado de bondad; siguen a Pappano a pie juntillas en todos y cada uno de sus empeños por lograr las mejores tonalidades. Los metales, sobre todo las trompas, tuvieron gran destaque en la Sinfonía número 1 de Robert Schumann en do mayor opus 38, tercera pieza del programa, ya en la segunda parte del concierto.

La Frühlingssinfonie es monumental, enérgica y vigorosa en el Andante un poco maestoso; introvertida, exquisita y delicada en el Larghetto (con un gran y devoto trabajo de cuerdas); tesitura que se acentúa con cada compás en el Scherzo; y que despliega todo su garbo y elegancia finalmente en el Allegro animato e grazioso.

En los bises, porque el público no quería dejarlos ir sin escucharlos un poco más, Pappano y su orquesta obsequiaron de buena gana a la audiencia con un fragmento del oratorio I pini di Roma de Ottorino Respighi, y ante la incontenible avalancha de aclamaciones otro de la obertura de La flauta mágica de Wolfgang Amadé Mozart. Hasta que Pappano señaló con un gesto muy comprensible por todos de que tenía que ir a dormir. La intensa gira continuaba por Stuttgart, Francfort del Meno y Hamburgo en los siguientes días.

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