España - Andalucía

Fabuloso: Anna Fusek con la OBS

José-Luis López López
lunes, 10 de febrero de 2020
Anna Fusek © 2020 by Anna Fusek Anna Fusek © 2020 by Anna Fusek
Sevilla, martes, 28 de enero de 2020. Iglesia de la Anunciación. Concierto de Santo Tomás de Aquino. Anna Fusek, flauta. Orquesta Barroca de Sevilla (OBS). Programa: J. S. Bach / A. Vivaldi, Concierto en Sol menor para flauta de pico, BWV 975 / RV 316 (arr. Anna Fusek); Francesco Geminiani, Concerto grosso nº 2 en Si b mayor (a partir de los Concerti Grossi della prima parte dell’op 5 d’Arcangelo Corelli), H 133; A. Vivaldi, Concierto en Re menor para flauta de pico y violín, RV 535 (arr. Anna Fusek); Michel Corrette, Symphonie nº 4 en Re menor (de Six symphonies en quatuor contenant les plus beaux noëls français et étrangers…); Jean-Marie Leclair, Ouverture op. 13 nº 2 en Re mayor para 2 violines y continuo; A. Vivaldi, Concierto en Do mayor para flauta de pico, RV 443. Plantilla: Violines I: Manfredo Kraemer (concertino-director), Ignacio Ábalos, Rafael Muñoz-Torrero. Violines II: Leo Rossi (concertino segundo), Valentín Sánchez, Carmen Moreno. Viola: Kepa Artetxe. Violoncello: Mercedes Ruiz. Contrabajo: Ventura Rico. Clave y órgano: Alejandro Casal. Flauta: Anna Fusek. Organiza: Centro de Iniciativas Culturales de la Universidad de Sevilla (CICUS)
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La Universidad de Sevilla sigue conmemorando la festividad de su patrono académico, el gran filósofo Tomás de Aquino. La US tiene varios escenarios musicales y culturales (además de utilizar, en ocasiones, el Teatro de la Maestranza): entre ellos esta Iglesia de la Anunciación. Fue fundada como templo de la Casa Profesa de la Compañía de Jesús en 1565; pero, tras la expulsión de los jesuitas de España en 1767, se trasladó a ese convento la Universidad Literaria en 1771, por voluntad expresa del Asistente Pablo de Olavide, y la Anunciación se convirtió en su capilla. En 1956 la institución universitaria se trasladó a la restaurada Real Fábrica de Tabacos, conservando la propiedad de la iglesia, y en ella se realizan diversos actos académicos y, desde luego, este Concierto de Santo Tomás. Desde hace más de una década, la tradición incluye que el Concierto sea interpretado por la Orquesta Barroca de Sevilla. La iglesia posee, como edificio, y por las obras de arte que en ella se encuentran, un alto valor cultural (fue declarada Monumento Histórico-Artístico en junio de 1931). Y en su cripta se encuentra el Panteón de Sevillanos Ilustres, donde yacen los restos de Rodrigo Caro, Alberto Lista, Valeriano y su hermano Gustavo Adolfo Bécquer…; o fallecidos en la ciudad: Benito Arias Montano, Fernán Caballero, José Amador de los Ríos…

Sin embargo, el indudable esplendor arquitectónico y artístico del templo queda menoscabado cuando pasamos a sus características acústicas. Los paneles que se colocan, desde hace muchos años, en el presbiterio, no consiguen que el sonido se oiga, en toda su riqueza, más allá de las primeras seis o siete filas (para nuestra fortuna, estuvimos en las delanteras) y, francamente, hace tanto frío en el vasto interior (a pesar de todo, lleno de público hasta su último rincón) que es preciso mantenerse con el abrigo puesto. La cosa parece grave ¿no?, máxime si tenemos en cuenta el repertorio interpretado.

No obstante, los milagros existen. Y no nos autoengañamos, seguro que no: ocurrió un auténtico milagro. Que tiene nombres: los formidables, sin excepción, músicos de la OBS, conducidos por Manfredo Kraemer, uno de los directores de la nómina variada y habitual de la Barroca que mejor la entiende y más rendimiento le saca (y cuando decimos “músicos”, sin género marcado, no olvidamos a Carmen Moreno, violín II, pero, sobre todo, a la extraordinaria Mercedes Ruiz, que con su cello barroco le dio cuerpo, vida y corazón al programa entero). Y el gran, aquí poco conocido, nombre, salvo para los entendidos (hasta esta noche, porque ya no se olvidará nunca) de la mágica, inconmensurable, flautista checa Anna Fusek. Nacida en Praga en 1981, Anna (que también es violinista), actuó por primera vez en España, Teatro del Liceu de Barcelona, en noviembre de 2009: tocó primero el violín, pero, según cuenta la crónica de entonces, “dejó boquiabierto al público” con el Concierto en Do mayor para flauta dulce RV 443 de A. Vivaldi (ya veremos qué tipo de flauta, porque también lo escuchamos en este concierto). Posteriormente, que sepamos, actuó en 2015 en Vic, en Burgos y en el Palacio Real de Madrid (con la Akademie für Alte Musik Berlin, transmitido por TVE). Y, salvo error, no ha vuelto a visitar nuestro país hasta ahora.

De nobis ipsis silemus, dijo Kant. No le voy a llevar la contraria: solo indicaré que pasé un tiempo (durante varias etapas) en la República Checa, especialmente en Praga, y que amo a ese país y a esa ciudad. Por tanto, sabía de Anna Fusek: sin antecedentes familiares musicales, comenzó su aprendizaje en su velmi hudební země (“musicalísima tierra”), y lo continuó en Dortmund, Münster, Rotterdam, Berlin, Nueva York…, y ha tocado con la Orquesta Barroca de Venecia (de ahí su estrecho trato con Vivaldi), pero también con la Berliner Philharmoniker, la Rundfunk Sinfonieorchester Berlin, Bremer Philharmoniker, la Orquesta Barroca Collegium 1704 de Praga, Il Pomo d’Oro, Orquesta Barroca La Cetra de Basilea, la Orquesta Barroca Elbipolis  de Hamburgo, la Cappella Mediterranea, la Kammerakademie de Potsdam…

Y la había escuchado ya, con su grupo más personal: el Ensemble KAVKA, en torno a Anna como fundadora y directora artística. Su experiencia checo-alemana como solista y músico de orquesta en ambos países dieron origen a la idea de crear en 2013 una orquesta barroca compuesta por músicos de las dos naciones, que unieran sus experiencias con la mejor música antigua. El tamaño del elenco puede variar de cuarteto a orquesta de cámara clásica. ¿Se comprende, pues, la emoción de quien esto escribe? 

Pues sigamos. El concierto se divide, temática, aunque no cronológicamente, en dos partes alternantes: Vivaldi (con Anna), por un lado; y por otro, Geminiani, Corrette y Leclair (sin Anna, “a solas” con la deliciosa OBS). Empecemos con la Barroca y estos últimos, para tratar al final el tutti vivaldiano, con Anna y la Orquesta juntos (en la ficha puede verse el orden exacto en el que sonaron, y aunque el programa anunciaba dos partes, el concierto se desarrolló en una sola, sin intermedio)

Francesco Xaviero Geminiani (Lucca, 1687-Dublin, 1762) es el más importante de los violinistas italianos establecidos entonces en Inglaterra. Compositor, pedagogo y autor de un influyente tratado destinado a los intérpretes avanzados de violín, y uno de los mejores alumnos de Corelli, al que en alguno de sus Concerti Grossi supera con audaces planteamientos. Un ejemplo de ello es este Concerto Grosso nº 2 en Si bemol mayor, que “deconstruye” y reinventa el Op. 5 corelliano, siguiendo la línea de sonata da chiesa, al estilo del Haendel londinense. A través de sus movimientos, Grave –  Allegro/Adagio – Vivace – Adagio – Vivace, la Orquesta dio una lección de esplendor, fuerza expresiva y sensibilidad (portentoso Adagio, y genial A. Casal intercalando prodigiosamente el órgano y el clave).

De Michel Corrette (Rouen, 1707-París, 1795), compositor, organista y arreglista de temas populares, escuchamos las siete partes de su encantadora Symphonie nº 4 en Re menor (de su serie de seis contenant les plus beaux noëls français et étrangers… de 1781): 1. Une jeune pucelle – 2. Je me suis levé / Ô jour glorieux – 3. Chrétiens qui suivez l’Église – 4. Nous sommes en voie – 5. Noël Allemand – 6. Noël Américain  – 7. Nouveau Noël sur un ancien air de Mr. de Lulli. Marchosa y rítmica la inicial “Une jeune pucelle”, dulces y llenas de sentimiento otras (tierna y lindísima “Chrétiens qui suivez l’Église”, graciosos “Noël allemand” y “Noël américain”). Con un Kraemer que no perdía detalle, la Barroca mostró su versatilidad y capacidad de modulación, transitando entre la suavidad y la energía con perfecta naturalidad.

En la familia Leclair, de violinistas y compositores originarios de Lyon, destacaron los dos hermanos del mismo nombre: Jean-Marie l’Aîné y Jean-Marie le Cadet. El primero, el mayor (Lyon, 1697-asesinado en Paris, 1764), criado en su ciudad natal, estudió en Turín, y alcanzó la fama probablemente en Hamburgo y Venecia. De regreso a su país, llegó a trabajar en la corte de Luis XV. En este concierto, sonó su Ouverture op. 13 nº 2, para 2 violines y continuo, una obra, tal vez “menor” en sí, pero a la que engrandecieron soberanamente los dos violines principales, el de Kraemer y el de Leo Rossi, en un intenso duelo, al que acompañaron y realzaron con precisión y entrega magistrales M. Ruiz y A. Casal.

Y ahora, Vivaldi, Anna Fusek y la OBS: pleno “mágico”. Hay un magnífico y exhaustivo estudio de 444 páginas, Madrid, Fundación Scherzo (Colección Musicalia) y Antonio Machado Libros, 2005, del compositor y musicólogo Pablo Queipo de Llano (Bilbao, 1971), El furor del Prete Rosso. La música instrumental de Vivaldi, que recomendamos vivamente a los interesados en esta faceta del maestro del Ospedale della Pietà (que también compuso 46 óperas).

La flautista praguense (además, violinista, y también pianista y performer: una artista total y atípica), con sus 38 florecientes primaveras, no sólo es excepcional en esta faceta: su esbelta figura, grácil y danzante mientras toca, y su rostro luminoso y resplandeciente, son igualmente arrebatadores. Comenzó su intervención con una obra que, hasta llegar a hoy, ha sufrido varias mutaciones, aunque todas admirables (sin embargo, se admite el debate): J. S. Bach / A. Vivaldi (arreglo: Anna Fusek), Concerto en Sol menor para flauta de pico, BWV 975 / RV 316. Allegro – Largo – Giga. Allegro. Así dice el programa de mano.

Es sabida la preferencia de Vivaldi por el violín y las cuerdas en sus composiciones instrumentales (se calcula que unas 554 en total, la mayoría conciertos); mucho menor es su repertorio para la flauta de pico o dulce: conciertos para instrumento solista y con molti strumenti, concerti da camera y sonatas -estas, poco conocidas-, y partes obligadas en varias composiciones vocales. Sin contar estas últimas, el catálogo de Ryom registra, aproximadamente, 22 piezas en las que intervienen una o dos flautas de este tipo. Esta (Blockflöte, flûte à bec, flauto dolce; en castellano, como hemos dicho, indiferentemente “flauta de pico” o “flauta dulce”) es uno de los instrumentos barrocos más característicos. 

No obstante, el inminente Clasicismo la abandonaría, en favor de la flauta travesera: Querflöte, flûte traversière, flauto traverso o, simplemente, traversière, traverso. Y Vivaldi, aunque pertenece de lleno al Barroco, no se sustrae a los nuevos aires (lo mismo que ocurrió con algunas de sus óperas) y, según Ryom, compone más de 30 obras per traverso.                                                                                                                   

Pero Anna Fusek no parece estar por la labor. Nadie dudará que, si se lo propone, puede hacer con el traverso lo que hace con la flauta dulce. El problema es que, según lo que sabemos, sencillamente no quiere. Así de claro. Y la prueba es este concierto: de las tres piezas (cuatro, si contamos el bis, como veremos) que tocó, solo una (una joya ineludible, eso sí) fue escrita por Vivaldi para flauta de pico. Empezando por la primera, arriba mencionada: el Concierto RV 316 se sabe que lo escribió en Sol menor, para violín, cuerda y bajo continuo; pero está perdido, nos tememos que irremisiblemente. Mas resulta que J. S. Bach era un gran admirador de Vivaldi (“piruetas” del destino: ambos murieron el mismo día, un 28 de julio; aunque Vivaldi nueve años antes, 1741, en Viena, y Bach en Leipzig, 1750, con casi la misma edad, 63 y 65), y transcribió (como nº 4 de sus 16 Konzerte nach verschiedenen Meistern, 1713-1714: ese concierto, y otros cinco más de Vivaldi) para cuatro claves (es un error afirmar que la transcripción de Bach se hizo sobre el RV 316a, el nº 6 del op. 4, La Stravaganza, que tiene un segundo y tercer movimientos diferentes del RV 316, y que no se ha extraviado). Pues bien, a este “after Vivaldi Concerto” de Bach, con los movimientos indicados, ahora Anna Fusek, en otra vuelta de tuerca, lo convierte en uno nuevo, para flauta de pico. Primer arreglo de la noche, ejecutado con una flauta contralto, en el que los inconvenientes acústicos (que no se volverían a repetir) se percibieron un poco por el público “trasero”; pero que salvó Fusek, con su compromiso, calidez y entrega, sobre todo en el exquisito y rutilante movimiento lento.

Siguiente “Vivaldi” del programa: Concerto en Re menor para flauta de pico y violín, RV 535 (Largo – Allegro – Largo – Allegro molto). Tampoco fue escrito para flauta de pico por su autor, sino, con la misma tonalidad, para dos oboes, cuerda y bajo continuo (junto con sus dos semejantes, RV 535 y RV 536, adscribible al principio de la década de 1720; sin duda el más interesante de la terna: una obra grandiosa y dramática, que se distingue de los otros por tener cuatro movimientos, a la manera de la sonata da Chiesa). Nuevo arreglo: Anna Fusek lo reconvirtió en un concierto para flauta de pico y violín; un dúo de ella (esta vez con flauta soprano) con Kraemer, precedido por un Largo en compás de 3/4, grave y solemne introducción del tutti sostenida por un bajo (oh, Mercedes Ruiz) de sobria obstinación rítmica; un espléndido Allegro, en metro ordinario, con episodios solísticos de (en esta versión) flauta y violín, contrastando con el ritornello del tutti; un austero Largo en 3/8, en el que la orquesta guarda silencio para dejar el protagonismo a los solistas, con el solo acompañamiento del bajo continuo (más M. Ruiz) al modo de sonata en trío; finalmente, el Allegro molto conclusivo en 2/2 remata el concierto, con ímpetu y aire trágico, en un ritornello admirablemente hilvanado por la vivaz actuación de violín y flauta.

Y el último de los programados. En este no hizo falta arreglo. El celebérrimo Concierto en Do mayor para flauta de pico, RV 443, lo escribió (1728/29) Vivaldi para flauta, cuerda y bajo continuo. Pero queda una pregunta: flauta dulce, ciertamente; pero ¿de qué tipo? El término flautino prescrito por su autor, tanto en este como en sus dos posteriores, RV 444 y RV 445, en los respectivos autógrafos, conservados en la colección de manuscritos de Turín, “ha supuesto -escribe Pablo Queipo de Llano- una considerable problemática a la hora de identificar el verdadero instrumento en cuestión”. Y añade: “La conclusión musicológica al respecto -unánimemente aceptada por el movimiento historicista- es que se trata de la flauta de pico sopranino en Fa5 (que suena una octava por encima de la altura escrita): una de las flautas de pico de tesitura sopranino más usadas durante el Barroco y que Vivaldi denomina con el simple diminutivo italiano de flauto (esto es, flautino)”. Esto excluye la posibilidad de que Vivaldi se refiriera al flautín (también llamado piccolo u ottavino, variedad de la flauta de pico sopranino no documentada hasta la década de 1730) o al flageolet (otra modalidad francesa de la flauta de pico soprano emparentada con las dulzainas y bien conocida por Vivaldi). Naturalmente, el veneciano, aunque el instrumento no tenía la popularidad de la flauta de pico de tesitura contralto, trabó estrecho contacto con el flautino, de timbre agudísimo y penetrante, y le sacó el máximo partido. Este concierto es un eximio ejemplo de ello.

Y ¿cómo iba a dejar Fusek que se le escapase semejante ocasión? (aparte de que es uno de los más firmes pilares de su repertorio flautístico). En efecto, fue el fabuloso clímax de toda la velada: esos dedos “larguísimos”, ágiles, dominadores de un instrumento increíblemente pequeño, desgranando toda suerte de arabescos, secuencias de figuraciones vertiginosas, continuos saltos de registro y arduas inflexiones cromáticas, en una durísima (para cualquiera, no para ella) prueba de la técnica de respiración y digitación que iguala, si no supera, al virtuosismo que demandan los más complicados conciertos para violín. A todos los presentes nos dejó sin aliento y sin palabras. Por una vez, sin excepción, coincidimos en que existen momentos de belleza inexpresable.

Porque, con ser cierto todo lo anterior, no todo son frenéticas filigranas o artificios malabaristas: también la flautista nos regaló fantasiosas frases melódicas, insospechadas inflexiones cantables, cambios de afecto y color, enorme variedad rítmica. El Largo central, de una riqueza melódica sin parangón, contrasta con la animación y luminosidad de los extremos. El celebérrimo Largo intermedio es onírico y fascinante; y los movimientos rápidos, Allegro y el fulminante Allegro molto final son un portento, auditivo y visual, en los que el flautino (entre los graciosos balanceos serpentinos, inclinaciones y giros de Anna) despliega sus hipnóticas piruetas, acompañado (eso no puede olvidarse: la Orquesta, aquí y en todo el concierto, estuvo compacta, brillante, magistral) conjunta o alternativamente, por la cuerda y el bajo continuo.

Pobre y feliz de mí, de nosotros, los asistentes a un milagro inefable… Pero, si no nos quedan palabras, sí quedan las grabaciones: una, vera efigies de este Concierto completo (testimonio de primera mano de un portento, propina incluida: una rara oportunidad) que se puede escuchar en Youtube.

Esa fue la apoteosis, y la conclusión del programa anunciado. Pero no fue el final. Todavía no: el frío ambiente de la gran iglesia se había caldeado con el entusiasmo y la emoción de todos los asistentes. Y Fusek nos regaló el bis definitivo, aunque también recurrió a su originalidad y empeño creativos, si es que puede considerarse otro “arreglo” el último movimiento del op. 10, nº 2, La notte, RV 439, escrito por Vivaldi (como los otros cinco de este op. 10) para flauta travesera, cuerda y bajo continuo. Publicado en Amsterdam, 1729, esta colección sustituye el violín vivaldiano por el traverso: una nueva moda, más habitual en Europa del Norte y Francia, y poco difundida en la Italia barroca (en verdad, comienza su expansión italiana en la década de 1720, y este es uno de sus primeros ejemplos) hasta que, como hemos señalado más arriba, terminó, durante el Clasicismo, imponiéndose en todas partes, hasta suplantar completamente a la flauta dulce.

Pero el “apostolado” de la praguense a favor de la flauta de pico convierte este ultimo movimiento de La notte (que tiene seis: Largo – Presto – Largo – Presto – Largo – Allegro) en otra exhibición. Este dramático Allegro sin título, en compás de 4/4 y en el tono principal de Sol menor se caracteriza por una electrizante célula ostinata expuesta torrencialmente por la orquesta con frenéticas imitaciones canónicas -en la que rápidamente se integra la flauta doblando a los primeros violines. La escritura episódica, con amplia participación del primer violín de Kraemer, ofrece una sensacional inventiva melódica que demanda un extremo virtuosismo de la flauta (de nuevo una contralto, pero distinta de que utilizó en primer lugar: la tesitura adecuada evitó ahora aquellos leves problemas acústicos a los que aludimos, y el resultado fue impecable en potencia, elegancia y expresividad). El movimiento termina con una fiera coda del tutti, flauta incluida. Esta arrebatadora explosión final de todos los músicos nos da pie para reiterar, además de la excelencia milagrosa de Fusek, la enorme calidad de los diez maestros de la OBS hoy presentes: Kraemer, arrasador, sin concesiones a lo “correcto” cuando estaba en juego el vigor y la vitalidad; Rossi, un concertino segundo “de primera”; Artetxe, cuya viola sonaba por dos; Mercedes Ruiz, indispensable de principio a fin; Casal, con un dominio imperial del clave y del órgano (y a veces de los dos a la par); el contrabajo de Ventura Rico dando incansable toda su profundidad; y ¿qué hubiera sido de la gran fiesta sin el concurso de los violines I Ábalos y Muñoz-Torrero y de los violines II V. Sánchez y Carmen Moreno? Nadie sobraba, nadie. Por eso son la “Barroca”.

Una pequeñísima anécdota personal: como yo estaba muy cerca, y Anna Fusek no sabe español -hablaba, of course, en inglés, aunque hubiera podido hacerlo en alemán y, claro, en checo-, cuando acabó el bis exclamé (ah, mis viejos recuerdos) en alta voz: “Děkuji, Anna!” (“¡Gracias, Anna!”). Y ella lo oyó, y sonrió.

Gracias. A todo, a todos, pero, sobre todo, a la vida.  

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