Alemania

Caín y Abel o el primer asesinato de la Humanidad

Juan Carlos Tellechea
viernes, 14 de febrero de 2020
Xavier Sabata y Bettina Ranch © 2019 by Matthias Jung Xavier Sabata y Bettina Ranch © 2019 by Matthias Jung
Essen, sábado, 25 de enero de 2020. Aalto Musiktheater Essen. Cain, overo Il primo omicidio, (Kain und Abel), Caín comete el primer homicidio, oratorio en dos partes con música de Alessandro Scarlatti (Palermo o Trápani, 1660 – Nápoles, 1725) y libreto en italiano de Pietro Ottoboni (Venecia, 1667 – Roma, 1740), estrenado en 1707 en Venecia (probablemente en el palacio del cardenal Pietro Ottoboni). Régie Dietrich W. Hilsdorf. Escenografía Dieter Richter. Vestuario Nicola Reichert. Dramaturgia Christian Schröder. Intérpretes: Caín (Bettina Ranch), Abel (Philipp Mathmann), Eva (Tamara Banješević), Adán (Dmitry Ivanchey), Dios (Xavier Sabata), Diablo/Lucifer (Baurzhan Anderzhanov). Clavecín, órgano Felix Schönherr. Laúd Andreas Nachtsheim. Orquesta Essener Philharmoniker. Director invitado Rubén Dubrovsky. 100% del aforo.
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Más de un millar de espectadores ovacionaron y aclamaron de pie durante media hora el oratorio Caín y Abel, de Alessandro Scarlatti, con la impresionante puesta en escena del regista alemán Dietrich W. Hilsdorf y la dirección musical de Rubén Dubrovsky, estrenada con enorme éxito en el Aalto Musiktheater de Essen.

Dubrovsky (Buenos Aires, 1968), cofundador en 1999 y director artístico del Bach Consort Wien, es un verdadero especialista en oratorios y óperas del Barroco. En éste, su debut en el Aalto-Musiktheater, dirigió a la orquesta Essener Philharmoniker, así como a los solistas Felix Schönherr (clavecín y órgano) y Andreas Nachtsheim (laúd), con gran experiencia, autenticidad en los diferentes acentos, excelente equilibrio, fluidez dramática y sensibilidad en el acompañamiento de las arias.

La producción de Hilsdorf (Darmstadt, 1948), tiene mucha energía, magia y simbología, y con su emocionante enfoque, así como con su estupendo reparto y sus sobresalientes músicos, muestra cómo es posible lograr una maravillosa puesta del oratorio de Scarlatti, uno de los más consumados compositores del género de aquella época. Su versión es directa, Dios y el Diablo aparecen personalmente en la trama y no solo sus voces como prevé el libreto (Voce die Dio; Voce di Lucifero).

También deja que el Jardín del Edén se demore un poco al comienzo. Cuando se apaga la luz en la sala se oye a través de los altavoces la melodía de The First Garden de Stevie Wonder, mientras el pesado telón metálico contra incendios se levanta lentamente hasta mostrar por completo la escenografía. Un puente al frente del escenario divide a la orquesta en dos partes. A la derecha el conjunto con clavecín, órgano y laúd; a la izquierda las cuerdas y las maderas.

En los últimos años ha ido en aumento la tendencia a representar oratorios de principios del siglo XVIII, que mayormente dramatizan material bíblico, y que derivan en óperas con nueva apariencia. La preciosa música de Scarlatti permite entender el por qué del creciente interés por su obra en los últimos años. El compositor no solo halla con los instrumentos colores sonoros característicos para cada personaje, sino que fascina asimismo con sus hermosas arias. La velada transcurre de forma muy ágil y veloz.

El elenco entero, luciendo hermosos y opulentos atuendos de época (vestuario Nicola Reichrt), recibió también estruendosos aplausos y las más diversas expresiones altilocuentes de aprobación, tras las dos horas y 20 minutos de representación, sin intervalo, sobre un amplio espacio escénico del que los personajes no parecen tener escapatoria (una alusión indirecta a la obra de teatro existencialista A puerta cerrada (1944) de Jean Paul Sartre (1905-1980).

En el centro del salón, sobriamente decorado (Dieter Richter) rodeado por altos muros descascarados y elementos que evocan un antiguo palacio barroco, ha sido dispuesta una mesa grande ante la que la familia se sienta una y otra vez durante la velada para beber agua y vino, y tomar literalmente la sopa que ellos mismos han condimentado, empleando una metáfora muy utilizada en idioma alemán; esto es, para pagar por los problemas que generaran, en este caso, con el pecado original.

Dios y Lucifer se sientan a la mesa con la familia y observan la acción desde un costado del escenario. El Diablo con su amplio vestido y una peluca blanca alta, parece una de las favoritas en la corte francesa (una Madame Pompadour); mientras que Dios lleva una larga túnica blanca debajo de su abrigo de plumas doradas.

En ese ambiente permanecen los personajes durante todo el tiempo. El execrable asesinato que perpetra Caín no permanece oculto para sus padres, pero se evita mostrar todos los cruentos detalles de la muerte de Abel. Cuando Caín golpea a su hermano durante un paseo por la referida pasarela del escenario, le coloca en principio solamente una piedra sobre la cabeza. La muerte de Abel se produce poco después bajo la mesa familiar, donde buscaba protección. Cuando después su voz informa a los padres del hecho, sale bañado en sangre de debajo de la mesa.

Tras el fraticidio la fuerza de la obra cobra un dinamismo irrefrenable. Caín abandona momentáneamente el escenario a través de la platea con un enorme águila bajo su brazo derecho, para regresar minutos después sobre las tablas, porque tampoco allí, donde está el público, hay posibilidad de escapar. Ni siquiera a través de una ventana ovalada abierta en la parte superior del muro izquierdo del salón, único contacto con el mundo exterior, bajo la cual se dispuso una escalerilla de mano utilizada de vez en cuando por Dios para elevarse sobre la escena.

Lucifer, a su vez, se quita su seductor atuendo después del asesinato y aparece ataviado con una inocente prenda blanca, lo que seguramente es cuestionable desde el punto de vista teológico. El Diablo toma una cruz de madera que se encuentra en la jamba izquierda de la chimenea del salón y la cuelga sobre el muro derecho del recinto cuando Adán le pide a Dios que le permita tener más hijos, entre ellos uno que redimirá a la Humanidad. Hay un momento en el que el Creador toma rudamente de la mano a Caín como para reprenderlo y ponerlo en penitencia, en un instante que contrasta con La creación de Adán, el célebre fresco pintado por Miguel Ángel en la bóveda de la Capilla Sixtina, en el Palacio Apostólico de la Ciudad del Vaticano.

Dos grandes cuadros que coloca Lucifer inmediatamente después y que muestran a Adán y Eva en el famoso díptico de Alberto Durero son arrojados al suelo por ésta. Ambos renuncian a cualquier gloria futura, después de asumir por sí mismos su responsabilidad en los hechos que sobrevendrán como consecuencia del pecado venial.

El Caín de la mezzosoprano Bettina Ranch, el papel más desarrollado y tipificado del oratorio, fue interpretado con gran elocuencia y convenció a la platea, encarnando al primogénito herido en su orgullo por la conducta de su hermano y que se hace vulnerable a las sugerencias del Diablo. Con conmovedoras coloraturas Ranch expresa su ira en Della terra i frutti primi, tratando de caerle bien a Dios con su abnegación.

El contratenor Philipp Mathmann tuvo asimismo una actuación brillante en el papel de Abel, subrayando con su nítida voz de soprano la pureza del personaje. La régie hace evidente asimismo que Dios prefiere a Abel y consigue un acertado efecto escénico cuando sobre la barandilla de la pasarela se enciende su vela por arte de magia con una luminosa llama, mientras que la candela de Caín permanece apagada y solo echa humo. En su aria inicial, Dalla mandra un puro agnello, ya demuestra su gran talento cuando propone aplacar a Dios con un sacrificio.

En el duo que siguió a continuación Mathmann y Ranch logran una conmovedora intimidad a tal punto de que el espectador llega a pensar que la catástrofe bien se habría podido evitar si Dios hubiera aceptado por igual ambas ofrendas. La decepción de Caín ante el rechazo divino es totalmente comprensible. Otro momento brillante desde el punto de vista musical es la interpretación de Ranch en la escena en que Caín le canta a su hermano, antes de que en la segunda parte, cuando Abel ya duerme se siente instigado a matarlo por esas amenazadoras voces que bullen en su mente. Hilsdorf elabora muy bien este momento en el que el Diablo en su estrecha conexión con Caín lo manipula y lo incita a cometer el fraticidio.

La Eva (constantemente embarazada) de la soprano serbia Tamara Banješević, con voz cálida y expresiva fue deslumbrante y con mucho sentimiento, al realzar maravillosamente su papel de madre y de esposa amante. El Adán del tenor ruso Dmitry Ivanchey alcanzó una sobresaliente proyección con su delicado registro.

El Lucifer del bajo barítono kasajo Baurzhan Anderzhanov se destacó por su registro claramente articulado, diabólico, profundo y penetrante, en contraste con los sonidos celestiales del Creador. Cuando al final recoge una manzana y la secciona, rememora así su aparición en el Jardín del Edén bajo la forma de una serpiente.

El contratenor español Xavier Sabata prestó su voz a Dios y fue un placer escucharlo en una inmaculada, límpida e imponente interpretación, tanto desde el punto de vista vocal como histriónico.

El primer asesinato en la historia de la Humanidad (al menos en la mitología bíblica judeo-cristiana) suena más espectacular de lo que es en realidad, porque Cain, overo Il primo omicidio de Alessandro Scarlatti era un oratorio que no pretendía representar dramáticamente una acción, sino transmitir contemplativamente un mensaje religioso.

En el subtítulo la obra se reconoce como trattenimiento (entretenimiento), pero con atributo sacro, como si fuera una edificación espiritual con valor de actividad de ocio. Realizadas fuera de las iglesias, en salas (oratorios) o en las llamadas academias (en los palacios de los nobles), tales piezas gozaron de gran popularidad en los centros musicales de Italia durante el período barroco y particularmente durante el papado (1700-1721) de Clemente XI (1649-1721). Era la época de la opera proibita.

En 1703 Clemente XI confirmó la prohibición de todas las representaciones de ópera en Roma que había dictado en 1698 su antecesor Inocencio XII. Tras su primer estreno durante el carnaval de Venecia en 1707, probablemente en el palacio del propio cardenal Pietro Ottoboni, mecenas del arte y libretista de la obra, Cain, overo Il primo omicidio se estrenaría tres años después en la Ciudad Eterna.

La idea del pontífice era la de que este tipo de representaciones sobre pasiones terrenales y carnales no debiera distraer al público de la devoción religiosa, especialmente, por sus historias de aventuras amorosas y de asesinatos furtivos.

Qué otro libretista hubiera estado en mejores condiciones para esta tarea de describir el pecado original y el primer asesinato en la historia del Hombre que el purpurado Ottoboni, de quien se decía que en su piadosa vida había procreado más de 60 hijos. Las paredes del dormitorio del cardenal estaban cubiertas con cuadros de santas, en cuyos rostros, afirmaban las malas y arteras lenguas de la época, sus amigos podían reconocer a las numerosas amantes que tenía.

Por supuesto, Ottoboni, obedeciendo a pie juntillas al papa, no puso este escandaloso caso de Adán y Eva, y el asesinato de Abel a manos de Caín en una ópera, sino que trató el hecho real en palabras bastante áridas y dentro del contexto de un oratorio (que hoy nos suena irónico). La historia del asesinato está enmarcada por reflexiones teológicas sobre la culpa, el arrepentimiento y la redención.

Comparado con los dos oratorios con los que Georg Friedrich Haendel, de 22 años, causara sensación en Roma por aquel entonces ( El triunfo del tiempo y del desengaño; y La resurreción), que en realidad son óperas disfrazadas, el trabajo de Scarlatti, de 25 años, permanecería en la secuencia tradicional del recitativo y del aria da capo, formalmente mucho más convencional y seria, aún cuando en la música relampaguean absolutamente momentos dramáticos, en especial en los cortos movimientos sinfónicos.

También en las arias, logra con éxito Scarlatti ilustrar musicalmente los afectos que sobrevienen con la historia bíblica sobre la expulsión del Paraíso y la violencia del posterior fraticidio con todas sus consecuencias. Scarlatti no solo creó más de 115 óperas, sino también 800 cantatas, más de 200 composiciones de música sacra y música instrumental, así como más de una decena de oratorios; al menos es lo que se conoce hasta ahora, porque muchas de sus creaciones han desaparecido.

Caín y Abel o el primer asesinato de la Humanidad cayó en el olvido hasta que en 1964 la partitura se imprimió y se volvió a publicar. Hubo varios intentos más o menos afortunados de llevarla a escena (Palermo, Berlín, Múnich, Mainz), pero ninguno alcanzaría tanto éxito como esta puesta de Hilsdorf, muy recomendable.

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