España - Andalucía
AnnGrippina
Pedro Coco
Con una temporada de cuatro títulos al año, es ciertamente complicado contentar a todo tipo de aficionado a la ópera en una sola temporada, por lo que siembre habrá voces que reclamarán un cierto repertorio infrecuente.
Dicho esto, si bien es cierto que, si de títulos del siglo XX no se ha podido lamentar el público del Maestranza en estos últimos años, el repertorio anterior al siglo XIX, e incluso el de las primeras décadas de este, ha sido el más descuidado por los programadores desde el comienzo de las temporadas estables del teatro. Así, es siempre motivo de alegría que aparezca la ópera barroca escenificada, que desde la deliciosa Partenope de 2010 no se disfrutaba en toda su dimensión en el escenario grande del teatro sevillano.
Afortunadamente, aunque no sin lunares, el título y la producción elegida han dejado a un cierto nivel el listón. Procedente de la Ópera de Oviedo, de donde llegó también el actual director artístico del Maestranza, la elección de la puesta en escena resultó un acierto; no nos extraña que, queriendo asegurar la respuesta del público en este aspecto, se haya decidido apostar por un montaje conocido y bastante rodado.
En la ambientación en un vistoso y variado set de folletín televisivo de los años ochenta, todo nos recordaba a las archiconocidas Dallas o Dinastía, y precisamente de una dinastía habla el libreto, por lo que la asociación no se salía demasiado de raíl. Se actualiza así, sin traicionarla, una trama ágil y muy bien hilada de la que Mariame Clément amplifica numerosos detalles, apoyándose siempre tanto en el texto como en la música.
Pero fue musicalmente, y en especial, gracias a Ann Hallenberg y la Orquesta Barroca de Sevilla, donde se obtuvieron los resultados más redondos de la noche. La mezzosoprano sueca brilla en el barroco, aunque no sea el único terreno que frecuenta ––maravillosa su Rapsodia para alto de Brahms, por poner un ejemplo–– y dicha afinidad se puso de manifiesto desde el inicio de la ópera. El dominio de las agilidades, siempre precisas y elegantes, el variado rango dinámico, la solidez técnica y el fraseo de libro la llevaron a comerse la escena, especialmente en el soliloquio ‘Pensieri, voi mi tormentate’, donde despuntó su total control del instrumento; o en la brillantísima ‘Ogni vento’, de deliciosas variaciones. Todo un lujo contar con una intérprete que, junto con Anna Caterina Antonacci, hacen muy difícil imaginar mejor defensora de Agrippina hoy y desde hace mucho.
Del resto del elenco destacó asimismo el muy construido Ottone de Xavier Sabata, porque conoce bien los resortes de Handel y su canto siempre controlado y su bello y personal timbre son ideales para el personaje. Su sentido y matizado ‘Voi che udite’ del acto segundo fue la única intervención que paró la representación con los aplausos del público. También gustaron João Fernández, un Pallante de múltiples registros y adecuada voz, o Alicia Amo y Renata Pokupić, simpática Poppea y atormentado Nerón, que fueron mejorando en sus intervenciones a medida de transcurría la representación.
Por último, aunque no en calidad, ya se ha adelantado, la brillante prestación de la Orquesta Barroca de Sevilla, que se confirma de nuevo como la mejor opción en el foso del Maestranza si se trata de representar ópera del XVII o del XVIII dada su calidad. Desde el espléndido bajo continuo, que en este extenso título requiere un esfuerzo especial de imaginación y compacidad, hasta los solistas puntuales en alguna de las arias, el conjunto brilló como de costumbre, con una matizada labor de dirección, imaginativa y siempre manteniendo el pulso dramático sin decaer el interés, de Enrico Onofri.
Esperemos que no vuelvan a pasar otros diez años hasta poder disfrutar de otra función barroca como esta. A la espera están el Orlando de Vivaldi, la Semele de Haendel (tenemos voces de la tierra, como Leonor Bonilla y Francisco Fernández Rueda que le harían más que justicia) o Platée de Rameau, por citar solo tres de las más populares.
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