Alemania
Deslumbrante y tamaño XXXL: La forza del MIR
Juan Carlos Tellechea

Verdi no sería Verdi, si no hubiera encumbrado a la ópera italiana con los textos más asombrosos de la literatura universal; el MIR no sería el MIR si no hubiera llevado a escena en su larga historia las versiones más peculiares del arte lírico mundial.
Esta vez ha sido su director general, Michael Schulz, formado con el legendario Götz Friedrich en el Conservatorio y escuela universitaria de arte dramático de Hamburgo, quien estrenó su por demás singular versión de La fuerza del destino en Gelsenkirchen entre clamorosas ovaciones del público.
Algunos sonoros e inmerecidos abucheos desde las galerías no parecían haberle preocupado demasiado al regista. Al contrario, disfrutaba de todas las exclamaciones por igual, porque no hacían más que subrayar las excelencias de la esplendorosa escenificación, tamaño XXXL que había logrado, musical, vocal e histriónicamente, y de la que solo se habla con elogios en estos días en los círculos operísticos alemanes más calificados.
La procesión con la Virgen no pasa por dentro, sino que comienza en el vestíbulo del teatro, en los amplios pasillos que rodean su gran sala con capacidad para más de un millar de espectadores.
La divinizada madonna ya no puede regresar a la Tierra y los hombres que la adoran enloquecen. La régie convierte La fuerza del destino en una cruenta matanza entre el cielo y el infierno.
Cuando las mujeres se transforman en ángeles, los hombres marchan al infierno. No es ninguna novedad, pero cuando el acto es implementado tan hábilmente en imágenes como lo ha hecho Schulz en el Musiktheater im Revier Gelsenkirchen, las más de tres horas del espectáculo pasan como si hubieran durado apenas minutos y dejan con ansias de más excelsitud a la platea.
El regista y el director musical Giuliano Betta lograron una representación de una magnificencia sin par, con pasajes de la composición sacra Vespro della beata Vergine (1610) de Claudio Monteverdi, y del "Dies Irae", del Requiem de Verdi.
Betta convenció con la interpretación de esta partitura muy nerviosa y tensa. La entrega de la orquesta fue perceptible en todo momento. No se detuvo ni un instante, incluso en los pocos pasajes más líricos, porque el destino, en Verdi, causa constantemente nuevas convulsiones a todos los involucrados, tengan o no buenas intenciones, quieran renunciar al odio, ir al monasterio o a la ermita, la implacable mecánica de la vida siempre es más fuerte. Dirigida de esta forma, la obra no parecía solo una fábula un tanto peculiar del siglo XIX, sino definitivamente de hoy, con sutiles alusiones directas a la actual situación de violencia extremista de ultraderecha y neonazi en Alemania.
Los solistas impresionaron sobremanera: la Preziosilla de la mezzosoprano Khatuna Mikaberizde fue muy sólida, vocal e histriónicamente, la Leonora de Petra Schmidt de presencia y voz conmovedoras. El tenor Timothy Richards fue aclamado como el valiente, pero desventurado amante Don Álvaro; también fue ovacionado el barítono Bastiaan Everink como Don Carlos, el villano vengativo y apasionado de las armas. El bajo Luciano Batinic fue impresionante en el doble papel, como el frío marqués de Calatrava y como el asertivo cura Guardiano.
El coro, excelentemente preparado por el maestro Alexander Eberle, se sienta sobre varias decenas de butacas, como las de cine de antes, alineadas en cuatro filas. El conjunto, desafiado enormemente, tuvo un gran destaque, lidiando no solo con la parte habitual de La Forza del destino, sino también con el Dies irae monteverdiano.
El escenógrafo Dirk Becker diseño expresamente, con muy pocos elementos, una especie de sala de conferencias, en un ámbito triste, vacío, árido, de vez en cuando neblinoso, frío, inhóspito, situado en ninguna parte; tal vez la noche entre el cielo y el infierno, quizás el purgatorio.
La historia de los amantes Don Álvaro y Leonora di Vargas no podría ser peor, porque su amor no está respaldado por la noble familia española de la que proviene Leonora. Don Álvaro no proviene de la misma clase social que la familia Vargas, ni proviene de España. Es un extraño; un príncipe indígena descendiente de una madre inca.
Pero los amantes quieren huir juntos y comenzar una nueva vida sin convenciones sociales. Cuando el padre de Leonora, el marqués de Calatrava los descubre e intenta impedir su plan, se dispara un tiro del arma de Don Álvaro que alcanza mortalmente al noble español.
La huída de Leonora y Don Alvaro dura toda la vida; lo mismo la búsqueda y sed de venganza de Don Carlos, el hermano de Leonora. Al final se vuelven a cruzar sus caminos en una fatídica coincidencia con un desafortunado e irremediable final.
La fuerza del destino es una de esas obras muy singulares de Verdi. Solo él pudo haber compuesto una una pieza lírica con este material, entre el monasterio y el campo de batalla, entre el cielo y el infierno. Tres jóvenes con grandes esperanzas sobre su porvenir son arrancados de su ordenada vida por un accidente y buscan desesperadamente la paz y la expiación. El destino quiere que las cosas vayan por un camino completamente diferente.
A lo largo de la década de 1860, Verdi trabajó en varias versiones de esta ópera y continuó editándola y reorganizándola para darle una rigurosa narrativa, incluso después de su estreno en San Petersburgo en 1862. En 1869 se estableció la versión milanesa en la que se basan las producciones posteriores. Desde entonces La forza del destino ha sido siempre llevada a escena con cambios para ilustrar las diferentes líneas de la trama.
Si el segundo acto habla del destino de Leonora y el tercero de Don Alvaro y Don Carlos, la versión de Schulz y de Betta rompe la estructura de forma inusual. Las rutas del destino de Leonora, Don Álvaro y Don Carlo están dramáticamente entrelazados, el foco de la puesta se dirige hacia los protagonistas y surgen nuevas escenas con música de Verdi y de Monteverdi. En síntesis una preciosa puesta del Musiktheater im Revier de Gelsenkirchen, digna de su más acendrada tradición.
Comentarios
Esta 'manera' de cortar y agregar fragmentos del propio autor o de otros más o menos afines (Entre Monteverdi y Verdi, dos grandes, lo más en común que tienen está en su apellido...no hay posibilidad de comparar Il Vespro con el Requiem, dos maravillas contrapuestas) empezó con las genialidades del 'genial' Currentzis y el director escénico de turno sobre el pobre Mozart en Salzburgo. Ahora obviamente esto está de moda y ya se presumía que iba a ampliarse...No es casual que después de Mozart la primera víctima haya sido Verdi. Justo dos compositores que en ópera no necesitan de la ayuda propia o ajena. Si la obra es buena, mejor, o mala o imperfecta ellos solos se bastan sin que nadie venga a corregirlos y mejorarlos. Por querer hacer algo parecido con Il Pirata de Bellini hubo que buscar en la Scala un nuevo director escénico y con urgencia para Il Pirata belliniano. Para la temporada próxima tendrán ustedes la novedad de un donizetti llamado Bastarda! en la que se incorporarán fragmentos de sus cuatro óperas 'Tudor'. Bueno, si el coronavirus no lo impide.