Recensiones bibliográficas
Der dritte Mann
Juan Carlos Tellechea

En estos días leíamos un estudio para prevenir el coronavirus en Alemania, según el cual solamente uno de cada tres hombres se lava las manos a diario y, hablando de suciedades y sus peligros, nos venía así coincidentemete a la memoria el 70º aniversario del estreno de The Third Man, el filme británico de suspense de Carol Reed, con guión de Graham Greene, y con Joseph Cotten, Aida Valli, Orson Welles, así como Trevor Howard en los papeles principales.
Greene se había inspirado en un traficante tristemente célebre del mercado negro que hiciera de Viena una ciudad insegura en aquellos primeros tiempos de postguerra. El sujeto, más conocido por el alias de Benno Blum, se llamaba en realidad Nikolái Borrísov y había nacido en la región sureste europea de Besarabia (antes Rumania, hoy repartida entre Moldavia y Ucrania) en 1910. Poco más se sabe sobre su pasado, pero lograría enriquecerse con el contrabando de cigarrillos a gran escala. Finalmente moriría a balazos.
La situacion de Austria en aquel entonces, escenario de una guerra en las sombras de espías del este y del oeste, era bastante más complicada. No fueron tanto los agentes de ambos lados los que eran atacados, sino sus fuentes, y algunos austríacos se habían alistado como espías ante la perspectiva de hacer dinero rápido. Las víctimas serían principalmente los refugiados y los desertores anticomunistas de Europa del este.
El tercer hombre, un clásico de la segunda mitad del siglo XX que gira en torno a la cínica figura de Harry Lime (Orson Welles), se titula también un libro de 131 páginas del crítico cnematográfico Bert Rebhandl (Der dritte Mann. Die Neuentdeckung eines Filmklassikers), publicado por la editorial Czernin de Viena, en el que el autor redescubre detalles sobre cuestiones ínternas de este largometraje.
La cinta, en blanco y negro, una de las de mayor éxito en la década de 1950, se convertiría con el tiempo en una pieza inseparable de la historia cultural vienesa. Otro tanto ocurriría con la pegadiza música de su banda sonora, escrita por el compositor y solista de cítara Anton Karas.
Viena, dividida entonces por las potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) era el patio de recreo de los servicios secretos del este y del oeste, donde florecía el mercado negro; excelente campo para el experimentado Greene en dicho género. La película cautiva con su fidedigna representación de la atmósfera reinante en ese momento allí, marcada por las dificultades para sus habitantes y por las acciones del crimen organizado. Carol Reed lograría capturar a la perfección aquel estado de ánimo reinante en Viena durante las seis semanas que duró el rodaje en 1949.
Para el realizador y productor inglesa fue una suerte no haber estado nunca antes en esa ciudad, ya que como forastero pudo ver las cosas con nuevos ojos y captar todo mucho más rápido que si la hubiera conocido antes. La casualidad (o el destino) quiso que mientras rodaba en una taberna encontrara a Karas y lo viera tocar la cítara, antes de invitarlo a componer la banda sonora del filme, cuya grabación, tras algunos avatares, concluiría finalmente en Londres.
La película originalmente es hablada en inglés y en alemán, lo que le presta gran autenticidad a la historia relatada. Este fue un aspecto también importante para el productor británico-húngaro Alexander Korda que habá trabajado antes en Viena, y también en Berlín durante la República de Weimar (1918 – 1933).
En los países donde el filme es doblado en la lengua local se pierde un poco ese vívido bilingüismo, pero gracias a los efectos que crean las sombras y los claroscuros captados en el celuloide, se mantiene esa densidad atmosférica que la distingue.
Holly Martins (Joseph Cotten), un estadounidense autor de novelitas triviales, viaja a Viena para encontrarse con su viejo amigo Harry Lime. A su arribo se entera de que Harry fue atroplleado por un automóvil. Al averiguar un poco más sobre los antecedentes a Holly le asaltan las dudas sobre si fue realmente un accidente. Un testigo le confía que un misterioso tercer hombre había abandonado el lugar instantes después del hecho.
Harry Lime había fraguado su propia muerte para hacer sucios negocios con penicilina en el mercado negro. En la escena clave ambos se encontrarán en una góndola de la rueda gigante en el Prater, el parque vienés de diversiones. El enfrentamiento entre los dos amigos tiene lugar finalmente en una dramática persecución en las alcantarillas de Viena, donde Harry recibe un disparo mortal de Holly.
Bert Rebhandl, quien vive en Berlín y escribe sobre cine para varios medios, sabe muy bien que una película de culto como esta no debe seguir siendo un monolito inexpugnable, por lo que coloca sus términos en un sistema de asociaciones mentales, en un vórtice creativo.
El libro habla sobre el milagro económico y el mercado negro; sobre la atmósfera tensa de la Guerra Fría, sobre política e historia, sobre el cine estadounidense y el europeo, y especialmente el austriaco; sobre el ir y venir entre el cine y la literatura, pero también sobre las transformaciones ocurridas tras la caída del Muro de Berlín, la Cortina de Hierro y el colapso del sistema socialista en 1989.
En fin, el opúsculo oscila entre la novela y el filme, entre la versión en inglés y la versión en alemán, así como entre las ideas de los involucrados en el largometraje, es decir los productores, los autores y los actores.
El crítico entra en vena primeramente deambulando por Viena, los escenarios de la película de Reed y de la novela de Greene que le sirviera de modelo. En el invierno de 1948/1949 la capital austríaca se encontraba dividida en los sectores británico, francés, estadounidense y soviético. Rebhandl arranca en la estación ferroviaria Westbahnhof, parada del Orient Express, adonde llegó Holly Martins, el héroe de la cinta. Sigue el recorrido que hiciera éste hasta el Prater, donde mantendría el decisivo encuentro con su amigo Harry Lime, el misterioso individuo sumido en la clandestinidad y dado por muerto durante largo tiempo.
Al productor Korda le hubiera encantado tener a Cary Grant o a Robert Mitchum en el papel de Lime y no a Orson Welles. La mayoría de los que vieron El tercer hombre no recuerdan una trama rectilínea, sino una serie de hechos y momentos, más o menos unidos y reiteradamente emocionantes bajo los efectos de esa legendaria música de fondo, emanada de la cítara de Karas ...tatarará rará...tatarará rará...
Sucesivamente se ve la huída de Lime, a través del alcantarillado; aparece la mujer (Alida Valli) que huyó de Checoslovaquía, que corre ahora peligro de ser repatriada y que se encuentra entre dos hombres con su amor. Después un par de británicos de las fuerzas de ocupación y naturalmente una galería de personajes estrafalarios y siniestros de Viena: el casero de Paul Hörbiger que se verá afectado por un cruel destino, el médico de Erich Ponto, y el rumano, un tal Popescu, de Siegfried Breuer. El autor del libro describe en sus páginas lo que cada uno de estos actores de teatro y de cine aportaron con sus personalidades y respectivas experiencias.
El filme es bastante intrincado en sí mismo, no en último término por la enrevesada historia de la producción; Graham Greene y Carol Reed por un lado, y Alexander Korda por otro. Los primeros tenían en mente hacer un Film noir. Con David O. Selznick, el productor de Lo que el viento se llevó, ingresó dinero estadounidense en el proyecto y vendrían estrellas como Joseph Cotten y Alida Valli; la intención era hacer una película internacional, es decir norteamericanizada.
Incluso el título le parecía a Selznick algo difuso. Hubiera preferido Una noche en Viena, y para el papel de Harry Lime le parecía mejor Cary Grant o Robert Mitchum. Pero Reed y Greene se impusieron con Orson Welles, quien se convertiría de pronto en el quinto hombre del equipo de producción. El sintomático pasaje del reloj cucú, era obra suya.
¿Lo recuerdan? Cuando Harry Lime le da a entender a Holly Martins metafórica y sarcásticamente que cuando se trata de un genio y de su arte sería mejor dejar la moral a un lado.
En los 30 años bajo los Borgia solo hubo guerras, terror, asesinatos y derramamiento de sangre; no obstante surgirían Miguel Ángel, Leonardo da Vinci y el Renacimiento. El amor fraternal en Suiza, 500 años de democracia y de paz. ¿Y que es lo que conseguimos? El reloj cucú.
El filme apenas se ocupa del pasado inmediato, de la época nazi. Viena estaba dividida, pero Austria, pese a haber sido anexionada por el régimen genocida de Adolf Hitler, no corría peligro de quedar repartida en dos bloques.
Más de 70 años después de su rodaje la película no ha perdido ni un ápice de actualidad. El traficante de penicilina Harry Lime es en cierta forma el primer oligarca de la historia moderna. Orson Welles siguió modelando su figura en la producción franco-hispano-suiza Mr. Arkadin o Confidential Report (1955), con el propio Welles, Michael Redgrave y Akim Tamiroff en los papeles protagónicos.
Con Gregory Arkadin, Satanás en persona, según el título en alemán, Welles se proponía llevar a conclusión todo lo que estaba reunido en Harry Lime bajo las especiales condiciones de la Viena ocupada tras la guerra. Es decir un inversionista internacional y figura sumamente influyente cuyo capital inicial no se sabe de donde viene (posiblemente robado de alguna forma).
En aquel período de postguerra participaban en el contrabando de cigarrillos militares de las cuatro potencias, hasta que intervino el servicio secreto soviético MGB (más tarde KGB) que llegó a un acuerdo con los mafiosos, especialmente con Benno Blum, al que le gustaba robar la mercadería a sus competidores. A él le concederían el monopolio del tráfico ilegal de tabacos, pero a cambio de que secuestrara a fugitivos y a desertores del este de Europa y los entregara a los soviéticos. Así funcionaba el negocio que le reportaría a Blum en aquel entonces un beneficio de 81,5 millones de euros de hoy.
Orson Welles era un adelantado a su época, porque como realizador cinematográfico dependía siempre de cápitales nómadas no demasiado limpios... que quedaban lavados en sus filmes. Se podría decir además que en 1989 comenzaría la época en la que Harry Lime ni siquiera soñaba en El tercer hombre.
Hoy las maniobras son de mucho mayor alcance; se extienden desde las multimillonarias evasiones de impuestos y fraudes fiscales hasta los turbios flujos de capital provenientes del tráfico de drogas y de armas, entre otros muchos, practicados por poderosas organizaciones criminales que todo lo compran, dominan y corrompen.
Al final, El tercer hombre preservaría su inescrutabilidad y funcionaría así como su música que anima de forma estupidizante y malvada al mismo tiempo. En su pegadiza monotonía se infla y se desinfla, sigue la acción y a sus intérpretes de forma unilateral y pérfida. Contrariamente a sus muchos ajustes, posee la irreal sed de venganza de una voz que parece provenir de algún sitio y de ninguno a la vez, pero que siempre está ahí. Se podría decir que la música de cítara ejecuta un grotesco y retorcido plan, según el cual, en lugar de liberar órficamente de la vida de ultratumba y de la metempsicosis, pareciera conducir directamente a ellas.
Cuenta Graham Greene al final del prefacio de su novela -citado por Rebhandl- que los chanchullos eran solo una pequeña parte de los problemas en Viena.
Un médico fue al cine en Londres con dos amigos para ver el filme. Cual no sería su sorpresa cuando estos le confesaron que la película que a él tanto le había gustado a ellos los había entristecido y deprimido mucho. Le relataron que al final de la guerra se encontraban en Viena como miembros de la Royal Air Force y que habían vendido penicilina. Lo que no se habían imaginado eran las posibles consecuencias que tendría su acción.
Comentarios