Ópera y Teatro musical
¡Nunca en Viernes Santo! Parsifal y las liturgias wagnerianas en la Semana de Pascua
Agustín Blanco Bazán

Cuando año por año asisto al pietismo implícito en las representaciones de Parsifal entre Pesaj y Pascuas no puedo menos que simpatizar con quienes se oponen a representaciones de óperas de Wagner en Israel. Mis reservas no son contra la obra, o las puestas que exploran su maravillosamente ambiguo significado artístico, sino contra la costumbre de exhibirla como un complemento de ritos religiosos. Si viviera en Israel participaría entusiastamente de las protestas contra Wagner, y el tenor de mi objeción sería el siguiente: “¡Abajo con este Wagner cultista que pretende asociar Parsifal con el viernes santo! ¡Basta de culto wagneriano! ¡No nos pidan que aceptemos un compositor cuyos seguidores todavía creen que están en misa cada vez que asisten al bautismo de Parsifal y la exposición del grial!” Reléase mi protesta y agréguense pros y contras, pero ello después de recordar una historia archisabida que resumo a continuación.
Archisabido es, por empezar, que Wagner insinuó con su Parsifal una “religión del arte” para la cual tomó prestado sin permiso rituales cristianos que solo le impresionaban como utensilios a su servicio. ¡Es que la leyenda del grial le venía como anillo al dedo para elevar su concepto de “obra de arte total” al de “religión del arte.”! Igor Stravinsky reflexionó sobre la falsedad de esta mistificación luego de asistir en 1912 a un Parsifal en Bayreuth: “Lo que mas me perturba de toda esta empresa es la espiritualidad que le da origen; ello porque tengo reparos frente a la idea de equiparar una representación teatral al mismo nivel de un culto de simbolismo religioso. ¿No termina siendo ésto una simple imitación bayreuthiana de un ritual eclesiástico?...” Luego de reconocer la validez de los autosacramentales del medioevo como una expresión auténtica de un teatro consustanciado con una visión religiosa excluyente de cualquier laicismo, Stravinsky advierte sobre la aberración trasladar este concepto a una época donde los teatros proponen espectáculos alternativos y diferentes a los de los templos religiosos. “Es imposible imaginarse un creyente confrontándose críticamente con un servicio religioso…Por el contrario, la actitud del espectador es precisamente el reverso, ya que no está condicionada por la creencia y la sumisión…”*.
Se trata de una creencia que en el caso de Wagner ha tenido un éxito total. Ello hasta el punto que, aún hoy día, la ficción parsifalina es asociada con la realidad del Viernes Santo y reverenciada como tal. Hay todavía en el subconsciente de muchos wagnerianos una falta de espíritu crítico que les hace arrodillarse anímicamente cuando se eleva el grial, en lugar de elevarse ellos a la madurez de un espectador teatral contemporáneo. Y los empresarios teatrales no hacen sino fomentar esta deficiencia.
Lo hacen con ingenua o ignorante incorrección política porque el problema es que, en este autosacramental wagneriano la confusión entre templo y teatro no acaba con un alelado “¡pero que bonita música!” sino que se extiende a elucubraciones mas preocupantes. A pesar de los esfuerzos de los Wagner de la última postguerra en pro de la secularización teatral de la casa de los festivales, Bayreuth sigue siendo para muchos el “templo” proclamado por su viuda Cosima en una carta a Felix Mottl (16.8.1887) en la cual no vacila en usar la metáfora luterana de Dios como un “castillo inexpugnable” para solidificar la empresa familiar: “Es en nuestra colina que se erige ahora el castillo inexpugnable. Es allí que conservamos nuestra atesorada Salvación, libre de los indignos que la agobian con su triste humanidad. A esta casa de Dios están llamados todos los que buscan la verdad y los necesitados.”
La suma sacerdotisa incluía entre los necesitados a Hermann Levi, el director de orquesta que tanto había luchado por hacer bautizar para que, desde el foso, pudiera participar en la eucaristía del primer acto de Parsifal. El bautismo nunca fue oficiado, pero Cosima nunca cesaba de recordar a Levi el camino a recorrer, por ejemplo en una carta de 1897: “¿me creerá usted, amigo, si le confieso que esa naturaleza oscura y demoníaca suya que en el pasado tanto me angustiaba la percibo ahora como una plegaria de salvación?...No creo que el preludio al tercer acto de Parsifal, o mejor dicho, todo el tercer acto, llegue alguna vez a ser interpretado como bajo su dirección. ¿No piensa usted que la única forma de describir esta interpretación suya es definiéndola como una plegaria? ¿No es esta interpretación mas bien una confesión? ¿No acepta usted que yo piense que este servicio artístico suyo significa estar con nosotros en el Paraíso o, mas aún en el Grial?” El propósito de Cosima al momento de escribir estas líneas era inmunizar a Levi como una excepción a las campañas antisemitas que ella misma impulsaba, por lo menos hasta que pudiera conseguir un reemplazo conveniente.
Pero para entonces estas campañas ya se habían puesto en marcha con la ayuda de oportunistas dispuestos a transformar el obsesivo diletantismo antijudío del compositor en un programa de acción concreto. En 1888 Levi, por razones de saludo tuvo que ser sustituido por Mottl por razones de salud: según el testimonio de un exasperado Felix von Weingartner, muchos se regocijaron al asistir a un Parsifal finalmente convertido al cristianismo. Cuando Levi regresó en 1889, Richard Strauss, por entonces un flamante arribista bajo el ala de Cosima, se le quejó con una misiva patéticamente evocadora de la frustración de Gurnemanz en el primer acto: “¿ Pero es que no será nunca posible liberar al pobre Parsifal de la cámara de torturas judía?”
La “liberación” llegó cuando en 1897 Levi fue definitivamente reemplazado, en primer lugar por Mottl, en la dirección de Parsifal. En una carta significativamente firmada el Sábado de Gloria de aquél año, Cósima comunica al reemplazante su alivio por haberse sacado de encima un talento trágicamente incapaz para superar un origen que ni siquiera el bautismo hubiera logrado neutralizar. Con ello la viuda traiciona su conversión del antisemitismo religioso al racial. Alguna vez había engañado a Levi haciéndole saber que consideraba la religiosidad del converso San Pablo como prevalente a la religión del germanismo para facilitar tal vez el bautismo de aquél. Pero después de la Primera Guerra, la viuda terminaría reconociendo a su yerno Houston Stewart Chamberlain que a través de los años se había convencido exactamente de lo inverso esto es, que la religión de Parsifal pasaba no a través de la compasión budista sino de un redentor que solo podía ser tal a través de la purificación de su sangre. En otras palabras, de lo que se trataba era de hacerle al redentor una transfusión de sangre aria*.
Para Chamberlain no había dudas: así como el General Ludendorff era un Sigfried por su heroísmo de guerra y su oposición a la República de Weimar, Parsifal era Hitler. Y el mismo Führer se encargó de completar esta creencia con una interpretación del Grial y el Viernes Santo en una de las famosas “Charlas de sobremesa” documentadas por Heinrich Heim, Henry Picker and Martin Bormann: “ustedes deben entender Parsifal de manera totalmente diferente a la interpretación usual….no es que se trate de venerar la religión cristiano-schopenhaueriana de la compasión, sino mas bien la sangre pura y noble para cuya adoración y defensa se ha reunido la hermandad de los sabios…Quién descubre en esta lucha el sentido de la vida se eleva al nivel de una nueva nobleza. En mi orden ciudadano crecerá una juventud que atemorizará a todo el mundo. Quiero una juventud violenta, inconmovible y cruel…”*
En cuanto a Wagner, es también aquí que, como en tantas otras circunstancias que rodearon a su vida artística, no queda mas remedio que comentar por enésima vez sobre la consabida mezcla de oportunismo y talento que también caracterizó la elaboración de su “Festival sagrado”: con la picaresca de un ladrón de quiosco se cargó con la liturgia cristiana y conceptos como los de consagración, comunión en cuerpo y sangre o calvario para ponerla al servicio de su nueva religión. Y en lo que a su llamada “Consagración del Viernes Santo” respecta, valga la entrada del 22 de abril de 1879 en el diario de Cosima: “Richard se acordó hoy de la impresión que provocó su música del viernes santo. Y se rio, diciéndose a sí mismo: en realidad esta impresión es tan incongruente como las de mis escapadas amorosas, porque jamás se trató de “el Viernes Santo.” Fue simplemente un sentimiento placentero provocado por la Naturaleza lo que me hizo pensar: así debería ser un viernes llamado santo.” En otras palabras, a diferencia de muchos de sus seguidores el compositor no se arrodillaba ante sus propias creaciones sino que sabía manejarlas con la pericia de un buen titiritero.
¿Qué duda cabe que Wagner, como cualquier artista, debe ser protegido y ensalzado por valores intrínsecos mas allá de coyunturas políticas? Pero, ¿no será posible hacerlo como con Shakespeare, Goethe, Bach o Beethoven, esto es, liberándolo de ese infantilismo cultista que cada primavera vuelve a brotar en la persistente actitud de emparentar las fechas del Viernes Santo con el calendario de los teatros de ópera? Y no es que yo no haya participado en estos ritos. ¿Comemos un Titurel? fue el título de mi crítica sobre aquel viernes santo del 29 de marzo de 2013 en que, mientras en la catedral de Colonia los fieles acudían a adorar la cruz, la feligresía wagneriana comulgaba en la contigua gran carpa azul adyacente a orilla del Rhin. Comulgaba literalmente, porque en aquella puesta de Carlus Padrissa/Fura del Baus, Gurnemanz nos repartía un riquísimo pan amasado por él mismo, que sospecho muchos wagnerianos engulleron sin percatarse de la ironía.
En estas Pascuas coronaviralizadas las redes sociales han vuelto a la carga para bendecirnos con algunos Parsifal. Yo me apresto a ver el del Teatro Massimo de Palermo y, si vale la pena, prometo escribir sobre él. Pero para ello he decidido esperar a que los curas de la iglesia católica y los popes de la ortodoxa terminen con esos ritos en que aspiran a imitar la compasión de Cristo con una teatralidad similar a la de Wagner. No sea que yo también me confunda y termine rezándole a la divinidad del Bayreuth de la preguerra. Viernes Santo sí, pero sin Parsifal. Y Parsifal sí, pero…¡nunca en Viernes Santo!
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