Opinión

El amor verdadero

Enrique Sacau
miércoles, 3 de junio de 2020
El amor verdadero © by Bansky El amor verdadero © by Bansky
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“Abu, abuela querida, yo te quiero mucho, muchísimo”

“A mí que me digas eso no me interesa, tesoro. Yo quiero que vengas a visitarme, que te acuerdes de mi cumple, de las cosas que me gustan. Que me trates bien, vaya.”

Esta conversación tuvo lugar entre mi sobrina Marta, que tendría entonces unos 9 años, y mi madre de 65. Mi madre nos educó así, a lo bestia. Hay muchos ejemplos excelentes, algunos que harían que atención al menor le abriera una investigación por uso de vocabulario de dos rombos con infantes de por medio. 

Pero como tantas cosas de mi madre Almodovariana se me han pegado. Soy yo también partidario de un amor materialista: no puede ser que me quieras y me preguntes todos los días cuánta leche quiero en el café. No me gusta la leche, joder. Eso no es amor. 

Ahora que estamos todos encerrados en casa saber quién te quiere es importante. Tengo un marido muy simpático y atento que no me pone leche en el café, que me agasaja con mil atenciones, que me hace reír todo el tiempo, y se ríe constantemente de mí por pomposo y narcisista. Así es que se lleva merecidamente la medalla de plata del amor. Pero para un melómano el amor verdadero tiene que ser necesariamente musical. No hay escapatoria.

El amor de veras lo descubrí mientras hacía mis abluciones mañaneras del domingo: más en profundidad, porque es el día de cortarse las uñas, afeitarse con hoja y no con maquinilla, etcétera. Dice un amigo que, para quienes no rezamos, el domingo es un día para la restauración (imagino que de obras de arte dañadas). Pues en eso estaba, restaurándome.

Como música de fondo en el teléfono había  puesto a Zaz cantando Sous le ciel de Paris, en su versión que es más canalla que la de Edith Piaf. Me gusta su París multicultural, tanguero, donde se come excelente comida vietnamita. Y de ahí el app se pasó solito, sin mi ayuda a Qué vendrá, con el videoclip también de Zaz filmado en La Habana vieja, y luego vinieron Aznavour cantando La bohème, Nino Ferrer con Le sud, Christophe con Aline y... Carla Bruni con Quelqu’un m’a dit, susurrado, que me pirra. 

Con este cambio se lució el algoritmo, que dejó la música francesa y continuó con Bruni cantando The winner takes it all de ABBA. Es la suya una versión de afinación aproximada, ritmos extraños que delatan el inglés macarrónico de la canción original. De ahí fuimos a Cher cantando Fernando (en la escena final de la segunda parte de Mamma mia), mucho mejor que los suecos originales y, ella sí, luchando con los acentos para corregirles el inglés sin arruinarles la música. Y siguiendo por caminos misteriosos, previa parada en Lola Flores con Ojalá que te vaya bonito, acabé mi baño con Juanes y su esperanzador A Dios le pido

Sonreía yo como un tonto, ligero, intoxicado de felicidad, la cara cubierta de espuma, el pelo pegado con el champú semanal de la dermatitis, y la bendición del amor, este sí, verdadero, que me regalaba YouTube. Un amor constante, que no abandona. Un amor que lo mismo te ayuda con la higiene corporal que te arregla la noche de encierro saltando de clip en clip de ópera hasta descubrir que tu versión favorita de tu aria favorita, Tu che le vanità, es en directo desde Florencia con Anita Cerquetti. 

Sí, YouTube, yo también te amo. 

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