Italia
El coraje de Macerata
Jorge Binaghi
El Festival de Macerata llevaba ya desde la presentación de su temporada el nombre ‘Biancocoraggio’, asociación de un color con una virtud. Tras la declaración de la pandemia y el consiguiente confinamiento -muy latinamente llamado en Italia ‘lockdown’, en cursiva por suerte- fue (creo, nunca me he preocupado por esa estúpida competición de quién fue el primero que … o el/la que mantuvo más una nota) el primer Festival que dio señales de vida anunciando una programación (como la de todos los otros) modificada en la que se propusieron más funciones de este Don Juan escenificado que las propuestas en origen (Tosca salía de la programación) y dos en concierto de Il Trovatore más una serie de conciertos y eventos (no sólo de lírica y música clásica) que prolongaron esta edición del 18 de julio al 8 de agosto.
Nunca había estado aquí y pensé que era el momento justo para ir aunque el viaje sin coche propio no es lo más cómodo posible. En cambio la gentileza del personal de prensa fue extraordinaria, y la ciudad es preciosa. Ciertamente ver una inmensa ‘arena’ (aunque de finales de siglo XIX) con capacidad para casi tres mil personas ocupada por un máximo de ochocientas y pico (todas las funciones estuvieron vendidas, como muestra de que la gente quiere ver las cosas en directo … todavía) le encoge a uno un poco el corazón y hace comprender que, en estas circunstancias, el aplauso no se mantuviera mucho tiempo aunque los comentarios y críticas fueran muy positivos. Y uno se pregunta a qué se está jugando (no sólo en Italia) cuando teatros y cines (por mencionar algunos espacios cerrados) cierran o sólo pueden abrir con grandes limitaciones debido al virus mientras en el viaje de ida el avión iba a rebosar y sin ningún respeto de las reglas excepto la mascarilla que debe usar el pasajero. Los trenes, en cambio, no habrán sido puntuales pero cumplían a rajatabla con las disposiciones.
Este excurso es largo y perdonará el lector el tiempo que le robo, pero me parece necesario.
Don Giovanni fue el título agraciado seguramente porque el coro interviene muy poco y el movimiento en escena es más fácil con la distancia prácticamente siempre respetada. Livermore tuvo que retrabajar su puesta de Orange y tal vez esto haya convenido al espectáculo. Ciertamente hay cosas demás, como siempre (parece inconcebible una producción del director sin algún video de D-Wok, como siempre muy bien realizado, pero sin el cual se habría podido vivir), mucho coche que va y viene, muchas ‘Elviras’ en la entrada de este personaje (es cierto que se ha dado trabajo a figurantes, pero la pregunta por la necesidad sigue ahí). Al parecer la idea es que en el duelo inicial muere también el protagonista y sufre una especie de alucinación hasta su muerte con momentos de confusión mental. Yo no lo advertí así; me pareció una especie de joven alegre e inconsciente del daño que causa, pero con remordimiento por el asesinato. Mientras amo y servidor visten como jóvenes actuales, y lo mismo en parte Zerlina y Masetto, Elvira parece vivir en vestidos sueltos o enaguas, el Comendador parece más bien un capo mafioso y los amantes nobles van vestidos como tales (don Ottavio utiliza además la ropa de uno de los retratos más célebres de Velázquez, nadie me pregunte por qué). Muy bien las luces. Acertadísimo me pareció el último cuadro en que la voracidad del libertino (como ya se esbozaba en la fiesta que concluye el primer acto) se concentra no en comida sino en cuerpos (mujeres en su mayoría, pero también hombres) además de beber vino y su criado, coherentemente, lo mismo: es un golpe de efecto importante, muy fuerte y bien realizado que ignoro si hubiera tenido la aprobación en una sala cerrada.
El director musical del festival, Lanzillotta, se había quedado sin ópera que dirigir (Tosca) y muy correctamente pactó con el designado para esta obra concertarla él. Y estuvo muy acertado, e incluso hizo unas variaciones notables en algunas arias (como por ejemplo en la serenata). Pero aquí hay que decir algo: nunca como en esta ocasión he advertido cómo la crítica refleja la realidad del momento y punto, y por lo tanto en conjunto puede ser injusta o sólo parcialmente verdadera. Por suerte pude ver una segunda función (el 26, sobre la que estoy haciendo la reseña). Ocurrió que el 24 cayó un temporal sobre la ciudad y la función no se suspendió (por suerte, pero…). Al llegar todo estaba muy húmedo aunque no llovía y corría un aire bastante frío para el momento. La diferencia con la acústica en la otra representación fue enorme y afectó al sonido de la orquesta, pero también al volumen y la mayor facilidad con que corrían las voces de algunos de los cantantes (con los consiguientes nervios que provocaron un error garrafal en una de las arias cuando nadie se lo esperaba -cierto es que pocos lo advirtieron y además empezaron a aplaudir cuando aún faltaba un buen trozo).
Dicho todo esto, Lanzillotta dirigió muy bien, con tiempos adecuados, gestos sobrios, y ciertamente con una orquesta de este tipo no se dedicó a disquisiciones filológicas sobre el sonido y la concertó como en los viejos buenos tiempos de Maag o de Giulini (la sola mención de estos nombres es para mí un juicio de calidad sobre la interpretación ‘tradicional’ -que siempre he preferido a las de Harnoncourt y sucesores- a la vez que sobre la labor del maestro que nos ocupa). Orquesta y coro sonaron bien.
Los cantantes son siempre un (o ‘el’) elemento esencial. Primero hay que decir que en conjunto un reparto prácticamente todo italiano tiene la ventaja de que la dicción fue clarísima y eso en un texto de Da Ponte y con música de Mozart cuenta muchísimo y prácticamente se entendía todo sin necesidad de los subtítulos (que estaban sólo en italiano). Añadir que fue un reparto de jóvenes muy entusiastas y ya en carrera en mayor o menor medida y que daba un buen panorama de las ‘nuevas’ (algunas ya no tanto) voces. Forzosamente hay que hacer distinciones en cuanto al nivel, pero una obra de estas características en que se pueda hablar, en principio, de ‘equilibrio’, es un signo muy positivo. Gracias a quien sea no había ninguna ‘estrella’ y todos parecían funcionar al servicio de Mozart y no de su ego o de los medios (con pesar por algún artista no fui por esa razón a Nápoles).
Las señoras lo hicieron bien o muy bien. Tal vez la más completa por adecuación de medios, actuación y la simpatía de su personaje fue la Zerlina de Bini, una de esas cantantes que cada vez que veo y oigo encuentro en constante crecimiento.
De la Elvira de Mastrangelo se podría decir casi lo mismo si no fuera que este papel me parece algo prematuro tras su excelente Susanna de Bodas de Figaro en Florencia hace un año. Sigue cantando bien y siendo muy musical, pero centro sobre todo y a veces el grave no responden aún o no del todo a lo que requiere ese endiablado personaje, que es en realidad el de mayor interés -por psicología y cantidad de escenas- entre los femeninos. Actuó muy bien según criterios del director escénico que me parecen los menos oportunos en cuanto al personaje. Aquí parecía más bien casi siempre una muchacha caprichosa y tonta -no sé en qué orden: es cierto que es difícil para cualquier Elvira estar en escena durante ‘Madamina’, pero si convertir al catálogo en imágenes puede ser una solución aceptable (total, hoy todo el mundo, si ‘lee’, lo hace con mayor interés si hay ‘ilustraciones’) que Elvira adopte posiciones ‘adecuadas’ para ser fotografiada como una más del catálogo es poco o nada lógico.
Ana es, como personaje, el más plano, y como canto el más peligroso y virtuosístico de los tres. Gardeazabal (mejicana de origen, pero por lo que se ve canta bastante en Italia) lo hizo bien, con algún ligero traspié, y tal vez deba mejorar aún el trino, pero salió indemne de las insidias mozartianas (los agudos de ‘Or sai chi l’onore’ nunca fueron forzados y correspondieron a los de una soprano lírica, como correctamente debía hacer, y el virtuosismo de ‘Non mi dir’ muy adecuado). También trató de sacar el mayor partido posible del personaje, aquí sí con una buena dirección escénica.
En el sector masculino hubo mayor disparidad. Giangregorio es un bajo correcto, de timbre algo opaco, y para Masetto es mejor un barítono brillante. Lo hizo bien en todos los aspectos sin destacar mucho.
Di Matteo es una voz importante, pero no sé si es el personaje (el Comendador es breve, pero tiene notas difíciles), esta vez no lo encontré tan interesante como en otras ocasiones. En especial en el sector agudo perdía color y la emisión lo mostraba incómodo.
Sala deja una impresión más bien desconcertada. La voz es más oscura que lo que suele ser normal para Ottavio, pero uno puede pensar que desde Roswänge a Sabbatini ha habido voces de ese tipo que han encarado la parte con éxito. Lo que no he llegado a comprender es si es naturalmente así o la oscurece intencionalmente (cosa que no sería buena). Cierta vacilación en el dúo inicial es comprensible, ‘Dalla sua pace’ está muy bien, otras intervenciones son correctas (aunque en el trío de las máscaras no tiene el relieve deseado y necesario), pero ‘Il mio tesoro’ le crea problemas con la respiración y la voz se nota más de una vez -no sólo en este pasaje- velada y engolada. Como artista hace lo posible, pero no es el noble y anémico personaje el mejor para juzgarlo.
Después de su intervención en el concurso Viñas de hace un par de ediciones (no he controlado) volví a ver y escuchar con interés a Barea. Es un joven cantante muy interesante. Se mueve mucho (tal vez demasiado) y bien en su Leporello, y forma buena pareja con su patrón. Pero creo que se trata de un barítono y no de un bajobarítono, y el color menos interesante en centro y grave (por momento algo ‘sucio’) parecerían confirmarlo. Por otro lado es preciso que haya mayor contraposición entre los timbres de amo y servidor.
¿Y Don Giovanni? ¿Por qué al final si es el protagonista? Simplemente porque fue el mejor. No me desmarcaré de críticas unánimes y de apreciaciones del público bastante parecidas (lo cual ya es raro). No sé, de todos los elogios que se han escrito, qué repetir y qué no. En cualquier caso, ignoro (habrá que esperar a verlo, yo soy un poco como el Tomás del Evangelio) si como escribió en esta ocasión una pluma muy autorizada será el protagonista de referencia en los próximos diez años. Ojalá. También ojalá que sea por más de diez años, sea en Italia, en Europa o en el mundo. No es de hoy que sigo viendo desarrollarse como artista completo (voz y actuación) a Olivieri, pero con un personaje tan complejo no estaba preparado para esto. Podía intuirlo, pero no que ya dominara todos los resortes tan completamente. Si bien no debutaba en la parte, como equivocadamente se ha repetido (era su cuarta ocasión de encuentro con el Don; sí debutaba en Macerata), seguramente esta habrá sido hasta ahora -no lo he escuchado antes ni en este personaje, ni en su Masetto en la Scala- su encarnación más exitosa, pero no descarto en absoluto que pueda mejorarla. Por empezar, cantar al aire libre obliga a ciertas concesiones. Estoy seguro de que la magnífica serenata (ya así es magnífica) puede resultar más seductora con un canto más a media voz (en la segunda función se notó que procuraba hacerlo así), como estoy seguro de que con otra dirección (su entendimiento con Livermore es total) su ‘Finch’han dal vino’ puede resultar (aún) más embriagador.
Y alguna vez me gustaría que alguien respetara lo que el libreto dice de la vestimenta del personaje. Claro que tiene la suerte de que la naturaleza lo ha dotado de una presencia ideal para la parte y de que además se mueve con la agilidad de un felino o una serpiente en el escenario aunque se deshidrata lo suyo (al Don eso le va como un guante, sea o no un pervertido o un inconsciente), y se le podría sacar más partido al final del primer acto. Me gustaría asimismo escuchar más ‘tradición’ en sus gritos finales (no dudo de que pueda hacerlo: volumen y extensión en toda la gama, al igual que homogeneidad no le faltan para nada).
Pero quisiera destacar dos cosas. El personaje tiene las arias más breves, pero su presencia es prácticamente permanente, y los recitativos, dúos, conjuntos son constantes. Lo hizo todo de maravilla y se lo oyó en todo momento porque la proyección es óptima. Pero los recitativos sonaron ‘modernos’ sin salirse de la tradición, y eso no es algo tan común. La intención, el fraseo y su ‘mordente’ estuvieron siempre presentes y en su sitio (no lo he visto nunca exagerar y el personaje se presta y a veces hasta sale con más ‘realce’ o ‘fuerza’). De las intervenciones solistas se habla siempre de los dos momentos que ya he referido. Desearía detenerme en otra que pasa más desapercibida (creo que sólo una vez de las muchas que he presenciado he oído un aplauso -breve- al final de ese fragmento). Cuando Don Giovanni, disfrazado de Leporello, intenta (con éxito) separar al grupo de paisanos guiados por Masetto, que va en su busca para hacerlo pedazos –literalmente- les sugiere un plan (aria explicativa, de las menos ‘interesantes’ al menos como exhibición vocal): ‘Metà di voi qua vadano’. Lo que hizo este muchacho aquí fue antológico. Se convirtió en Leporello sin dejar de cantar como Olivieri (la primera vez me sorprendió, la segunda fui dispuesto a no dejarme y a analizar más fríamente … y no pude). Como dice el propio Don se puede usar esta frase para resumir todo: ‘Più fertile talento del mio, no, non si dà’ (como ‘detalle’ que me parece muy ilustrativo me acabo de enterar, acabada la reseña, de que ha agradecido públicamente al personal que lo ha ayudado en su trabajo durante mes y medio. No sé de mucho artista que reconozca ese trabajo que pasa desapercibido para la gran mayoría).
En fin, escribo esta crítica el último día de las representaciones (no me gusta escribir fuera de casa ni arriesgarme a perder -por distracción más que por robo- mi ordenador, y me disculpo del retraso). Creo que no se ha grabado comercialmente (como siempre las elecciones se hacen equivocadamente en función de otros criterios). Sin embargo, el Festival seguramente lo habrá filmado para sus archivos. Desde aquí invito a sus responsables -con poca esperanza de éxito- a pensar si no les conviene hacerlo para demostrar lo que se puede hacer en épocas de dificultades y sin echar la casa por la ventana. A mí sólo me queda felicitarlos.
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