España - Madrid
La vanguardia del romanticismo
Elna Matamoros
Madrid, lunes, 3 de junio de 2002.
Teatro Real. 'Conservatoire', coreografía de Holger Simon Paulli-August Bournonville y 'La Sílfide', coreografía de Herman S. Løvenskiold. Royal Danish Ballet; Frank Andersend, Director artístico. Orquesta Sinfónica de Madrid; Henrik Vagn Christensen, Director musical. Ocupación: 70%.
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El Royal Danish Ballet ha pisado el escenario del Teatro Real para deleite de los amantes del clásico y desesperación de sus detractores. Los unos, porque hemos disfrutado de una de las compañías de danza más antiguas y más respetadas del mundo, que no ha defraudado en ninguna de sus representaciones; los otros, porque no podían alegar los argumentos a los que generalmente se agarran: ni los daneses aburrieron, ni dejaron de aportar nada nuevo, ni mostraron ninguna señal que refleje declive económico ni intelectual. Con sus puntas brillantes, sus tutús impecables – ellas – , con su sobria masculinidad y técnica deslumbrante – ellos –, llegaron y convencieron. Todo, gracias al talento de Bournonville y la inteligencia de sus sucesores. La apuesta del Teatro Real ha sido, en ocasión, muy acertada. Si sorprendió una asistencia discreta de público, sólo es achacable al excesivo número de localidades con visibilidad reducida. Intolerable.Bournonville (1805-1879) accedió a la dirección artística de la compañía contando sólo con 25 años de edad y permaneció entregado en cuerpo y alma al RDB hasta el fin de sus días. Para ellos creó más de 50 ballets, reorganizó la escuela a través de las enseñanzas del que había sido su maestro en la Ópera de París, August Vestris, y sobre todo, creó un estilo que ha desembocado a través de los siglos en un reducto de perfección absoluta. Tan extraordinario como su trabajo, es el hecho de que haya llegado casi intacto hasta nuestros días.Tras un breve periodo de decadencia que siguió a la muerte del Maestro, la llegada de Ferdinand Hoppe (discípulo directo suyo) y Hans Beck, supuso una prioridad a la conservación del patrimonio que tenían en sus manos. De entre sus Études choreógraphiques, o recopilación de ejercicios de clase habitualmente usados por él, se hizo una selección de seis clases completas (tres barras y seis centros) que es lo que hoy conocemos como Escuela Danesa. De la clase del viernes son la mayor parte de las combinaciones que constituyen el ballet Conservatoire.ConservatoireCon Conservatoire, Bournonville trató de recrear el ambiente de la Escuela de la Ópera de París durante sus años de estudiante, a modo de homenaje a su Maestro. Con el acompañamiento simulado de un violinista en escena – como era habitual en la época – la sucesión de dificilísimas combinaciones, ejecutadas con una pureza y una corrección asombrosas, es guiada por la omnipresente figura del Maestro de baile, que se une a las dos solistas en un espectacular paso a tres final; sólo el adagio de entrada sería más que una prueba de fuego para cualquier primer bailarín de cualquier otra compañía. Si sorprende la perfecta simbiosis entre la recreación del ambiente del romanticismo con una acrobacia técnica que sobrepasa con creces al mayor de los virtuosos actuales, no deja de llamar la atención del espectador la espectacular riqueza coreográfica que nos ofrece Bournonville, mostrando el agua donde han bebido todos y cada uno de los coreógrafos posteriores a él: muy claramente los daneses Flindt y Lander, evidentemente Balanchine y Forsythe, y probablemente de una forma inconsciente, casi todos los contemporáneos; o por lo menos, los interesantes.La SílfideLa Sílfide es el más internacional de los ballets del coreógrafo danés porque forma parte del repertorio de muchas compañías, y es el mayor exponente del ballet romántico que se conserva. Estrenado tan sólo dos años más tarde que la precursora Sílfide de Taglioni, combina todos los elementos del romanticismo con el toque característico del danés. Por un lado, danzas más o menos folklóricas (en este caso, ambiente escocés a toque de gaita), elementos sobrenaturales (la propia protagonista, espíritu del bosque, y la bruja ̀Madgé̀, la mala de la historia), enamoramientos apasionados con resultados funestos, o el contacto con la naturaleza (el paso a dos del segundo acto, en el que la ̀Sílfidé le enseña al protagonista ̀Jameś la hermosura del río, los nidos de los pájaros y juega con las mariposas, engloba una de las mejores fusiones musicales entre coreografía y pantomima que se conservan); por otra parte, el Bournonville más agresivo en cuanto a dificultades técnicas, pequeña batería, combinaciones coreográficas... y todo, con la aparente simplicidad que lo caracteriza. La producción, cuidada al detalle, no deja ni un resquicio de duda y sólo queda rendirse a la evidencia. Entre los intérpretes, la norteamericana afincada en Copenhague Caroline Cavallo, fue una ̀Sílfidé exquisita en lo artístico y pulcra en lo técnico, y dejó claro que los únicos que de verdad se amoldan al trabajo danés son los formados en la línea balanchiniana; Alexei Ratmansky como ̀Jameś (al que no se le identificaba en su modo de bailar como danés, pero tampoco como ruso, lo que supone un punto a su favor) y la veterana Kirsten Simone, un conocido estandarte del RDB como ̀Madgé, fueron rodeados por una compañía redonda, segura en sus valores y orgullosa de su herencia que está fuera del alcance de cualquiera que intente jugar con ellos.Estos ballets son joyas por lo que reflejan, pero también por la forma, tan precisa, cuidada, y brillante, con que lo ejecuta el RDB. Y para que no quedase duda, se han traído unos niños de la escuela que participan en ambos ballets y que reflejan las mismas pautas específicas, técnicamente hablando, que los profesionales. Una forma más de demostrar que la única forma de que la tradición se conserve y se ejecute como se debe, es mediante el cuidado de una cantera que con el tiempo, da el resultado esperado. No olvidemos que en danza clásica no se trata de hacer más que nadie (aunque también en eso nos ganen), sino en hacerlo mejor que los demás.La llegada del Royal Danish Ballet al escenario del Teatro Real de Madrid ha sido una bocanada de aire fresco para el público de la capital; si nos paramos a pensar que las coreografía presentadas fueron creadas en 1836 (Conservatoire) y 1849 (la Sílfide), uno se plantea si estará sucediendo algo con las programaciones de danza. Por supuesto que sucede, o mejor dicho, no sucede. Aquí no pasa nada nuevo sino más de lo mismo, y así nos vemos, que ahora nos traen los ballets más antiguos que se conservan y nos entusiasmamos. Y no me extraña, porque son auténticas obras de arte.
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