Alemania

Hércules y las 33 variaciones de Beethoven sobre un vals de Diabelli

Juan Carlos Tellechea
jueves, 5 de noviembre de 2020
Gerhard Oppitz © 2020 by Sven Lorenz Gerhard Oppitz © 2020 by Sven Lorenz
Bochum, jueves, 10 de septiembre de 2020. Gran sala auditorio del Annelise Brost Musikforum Ruhr. Gerhard Oppitz, piano. Ludwig van Beethoven, 33 Variaciones sobre un vals de Anton Diabelli opus 120. Franz Schubert, Drei Klavierstücke D 946. Klavier-Festival Ruhr, conjuntamente con el Anneliese Brost Musikforum Ruhr. 25 % del aforo, reducido por las medidas sanitarias de higiene y prevención contra la pandemia del coronavirus.
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Este opus 120 se lo debemos a Ludwig van Beethoven y a una historia muy divertida iniciada por un tal Anton Diabelli, editor y compositor de su época, quien pidió en 1819 a varios músicos que escribieran una variación sobre un tema bastante tosco de su propia creación. Entre los cincuenta autores interesados o solicitados, Beethoven solo se dejaría convencer, tras alguna resistencia y entregaría no una, sino 33 variaciones.

El editor Diabelli las publicaría en 1823, comparándolas con las Variaciones Goldberg de Johann Sebastian Bach. Beethoven trabajaría en el tema con una imaginación infinita y sus variaciones, oídas una tras otra, tal como las tocó esta tarde el pianista Gerhard Oppitz (Frauenau/Baja Baviera, 1953) en el Klavier-Festival Ruhr, fluyen durante casi una hora con impulso sereno y maravillosa naturalidad.

Este tema del vals de Diabelli que Beethoven descalificara como un Schusterfleck -tan grande era su banalidad- adquiriría bajo su pluma una originalidad tan peculiar que las variaciones que lo enriquecieron se convirtieron en una obra monumental, imprescindible en el repertorio pianístico.

La sucesión de piezas, muchas de las cuales solo tienen una débil, por no decir lejana conexión con dicho tema, forma un mosaico fascinante. Hay rastros de piezas de moda, como el aria de Leporello, del Don Giovanni, de Wolfgang Amadé Mozart, 'notte e giorno faticar (Variación XXII, Allegro molto, alla 'Notte e giorno faticar di Mozart'), la arietta de la Sonata para piano opus 111 del propio Beethoven (Variación XX, Adagio), un homenaje al Gradus ad Parnassum de su admirado Muzio Clementi (Variación XVII, Allegro) y sobre todo estados de ánimo muy diversos y contrastados.

Es este panorama de contrastes el que Oppitz, quien actúa por vigésima vez en este festival, cultiva en su interpetación. El tema del vals (Vivace) se presenta de forma casi mecánica, introduciendo una buena dosis de humor. Lo que Oppitz enfatiza es el corazón de todo el trabajo. Se podría decir que es una verdadera dramaturgia de conmoción y humor, que probablemente eclipse en gran medida el sentido de patetismo y heroísmo asociado a menudo con la música de Beethoven.

Con su estilo, Oppitz (partitura delante, aunque no la debiera necesitar, y sin transiciones al pasar sus páginas) trata de interesar al oyente, subrayando la línea, por ejemplo, en la primera variación Alla marcia maestoso, marcada por fuertes tonos planos, como si estuviera martillada. Esto se encuentra a menudo más tarde. El pobre vals de Diabelli se desarticula con placer malicioso. El humor es chillón, incluso diabólico aquí y allá, pero también divertido.

Oppitz toca las desviaciones dinámicas y rítmicas más extremas, acordes fff propulsados por cohetes o momentos tan lentos y recoletos, pianissimi, cercanos a la quietud absoluta. Esto no ocurre sin un cambio de acento. El arte del desarrollo tan inherente a esta partitura, lo refina Oppitz de manera formidable, y la amplia libertad de elección de los tempi, que sigue siendo el privilegio de todo gran intérprete, va aquí más allá del antagonismo tempo-psicológico metronómico.

Al final de cuentas, estamos ante una narrativa extremadamente bien pensada, coherente en su investigación, hasta el punto de ser excesiva. Todo, servido de nuevo aquí por una soberana interpretación que sublima todo el virtuosismo e interioriza lo que podría ser sólo un puro ejercicio técnico. De hecho, el público queda cautivado y totalmente atento a la ejecución.

Por si fuera poco, las Tres piezas para piano D 946 de Franz Schubert, una de las obras más exigentes de la literatura pianística, nos trasladan a otro universo muy diferente en esta velada de gran clase del Klavier-Festival Ruhr. La lobreguez del Allego assai en mi bemol menor, pese a los fulgurantes relámpagos y enérgicos tempi insertados; los cambiantes pasajes del Allegretto en mi bemol mayor; y el Allegro en do mayor final, rico en modulación, fascinante colorido y alta tensión, retratan a un Schubert urgente, al que ya no le queda tiempo en esta vida.

Tras los calurosos aplausos del público, de pie durante varios minutos en la sala, Oppitz, tras recibir un ramo de flores del robot de la Universidad de Bochum que también se inclina reverencioso ante la platea, interpretó el Intermezzo opus 118 / 2 de Johannes Brahms, muy tierno, muy maduro, con subidas y bajadas de tensión, pero sin exageraciones, que suena como una conversación muy dulce y deferente que se esfuma en el aire como por arte de magia.

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