Artes visuales y exposiciones
¡Qué vienen los rusos!
Juan Carlos Tellechea

Cuando Vasili Kandinski visitaba una exposición en Moscú en 1896 y se detuvo frente a una pintura de la serie de los Almiares de trigo de Claude Monet para contemplarla, se sintió de pronto irritado por una imagen de colores brillantes en la que no podía reconocer el objeto principal. Esta experiencia disruptiva lo convencería de prescindir del motivo en su pintura, según escribiría más tarde en 1913. Esta anécdota es apenas una pequeña pieza del mosaico en una compleja relación entre el impresionismo francés y el arte ruso entre 1860 y 1925.
El Museo Barberini, de Potsdam, en cooperación con la Galería Estatal Tretiakov, de Moscú, y con el Museo Frieder Burda, de Baden-Baden, presentará próximamente una exposición dedicada a los artistas impresionistas de Rusia, prosiguiendo con su ciclo del Impresionismo en la pintura, iniciado con la exhibición permanente de la famosa colección privada de creadores franceses de su fundador Hasso Plattner.
La muestra debía haber comenzado el pasado 7 de noviembre y se iba a extender hasta febrero de 2021, pero con el confinamiento por la pandemia del coronavirus las fechas se han visto alteradas. De todas formas, la opulencia de la exhibición puede apreciarse ya viendo la página de internet del Museum Barberini Potsdam.
El precioso catálogo de la muestra, titulado Impressionismus in Russland. Aufbruch zur Avantgarde (Impresionismo en Rusia. En camino hacia la vanguardia)*, con contribuciones de la directora del Museo Barberini Ortrud Westheider y de la historiadora de arte Alla Chilova, entre otros destacados especialistas, fue publicado por la prestigiosa editorial Prestel/Random House, de Múnich.
El influjo de la Ciudad Luz
La exposición está consagrada a la recepción apenas explorada de la luminosidad de la pintura impresionista francesa en Rusia y muestra la internacionalidad del lenguaje visual alrededor de 1900 reflejado en más de 80 obras, desde Iliá Repin hasta Kazimir Malévich.
París, la metrópolis por excelencia del arte europeo, había atraído a pintores de las Academias de Moscú y de San Petersburgo desde la década de 1860. Al tratar con la pintura impresionista de la vida moderna, se liberaban de las reglas del realismo académico de Rusia. Pintaban al aire libre y rastreaban la volatilidad del momento.
Pintores como Mijaíl Lariónov, Natalia Goncharova y Malévich, quienes más tarde formarían la vanguardia, desarrollaron también su nuevo arte a partir del estudio impresionista de la luz. Asimismo, a comienzos del siglo XX, una segunda generación de artistas rusos en París se familiarizó con el posimpresionismo y con el fauvismo, un tipo de pintura que experimentaba con colores puros y brillantes.
El encuentro con la pintura francesa inspiró a artistas como Repin, Konstantín Korovin y Valentín Serov a crear representaciones que, además de la impresión del presente, mostraban momentos de un mundo sensual y moderno volcado hacia la vida. La luz eléctrica, los escaparates y la arquitectura de los modernos bulevares les ofrecían inspiradores motivos que elaboraban con gran libertad pictórica.
El impresionismo ya gozaba de reconocimiento mundial cuando se abrió camino con dificultades a través de Rusia. Obras como Retrato de una corista de Korovin, o Chica iluminada por el sol de Serov, en las que la referida corriente se mostraba por primera vez, causarían controversias entre críticos y pintores.
Las corrientes rusas
En los círculos de la antigua generación de los itinerantes, las pinturas fueron rechazadas abiertamente: estos pintores veían en el Impresionismo una amenaza que ponía en peligro la creación de grandes y sustanciales obras. El impresionismo sólo se afianzó en Rusia a principios del siglo XX, después de que se fundara la Unión de Artistas Rusos.
Entre los miembros de esta asociación, cuyo objetivo era realizar muestras colectivas, se encontraban principalmente pintores de la Escuela de Moscú. Pintaban retratos, paisajes, cuadros de género e historia en una tradición realista, pero estaban ansiosos por superar la pintura tradicional de tonalidades en su coloración. Se interesaban por los problemas pictóricos del color, la luz y el espacio a plein air (al aire libre); y la factura se convertiría en una categoría de valor estético.
También a comienzos del siglo XX, una segunda generación de artistas rusos en París se familiarizó con el posimpresionismo y el fauvismo, un tipo de pintura que experimentaba con colores puros y brillantes. La pintura paisajística se convertiría en el primer campo de experimentación de artistas como Lariónov, Goncharova y Malévich.
Éstos se veían a sí mismos como impresionistas, antes de fundar el arte de vanguardia ruso después de 1910 con un rayonismo expresivo y un suprematismo no representacional. Los pintores encontraron una energía en el color liberado que representaba el dinamismo y la renovación de una nueva era. La observación impresionista se transformó en una segmentación superficial cubista y futurista y se absolutizó en la serie de Malévich (abstracción geométrica) blanco sobre blanco, como la nada que contiene luz.
La pintura al aire libre, inspirada en el impresionismo, cambió el arte ruso y popularizó el paisaje. Repin, Vasili Polénov y sus discípulos Korovin y Serov exploraban la naturaleza alrededor de Moscú y viajaban a la inmensidad del norte. La pintura al aire libre y en estilo esquemático introduciría a los artistas en motivos que mostraban una alegría de vivir que rompía con los temas existenciales del arte ruso.
Los artistas capturaban la alegría del tiempo libre moderno en las casas de campo (las dachas), en interiores impresionistas llenos de luz. El estudio de la luz en interiores y en los objetos de las naturalezas muertas llevaría a la apreciación de estos géneros que habían sido descuidados por la Academia de Moscú.
En los retratos y cuadros de familia, por otro lado, los artistas rusos vincularon la inmediatez con la interpretación psicológica para crear su propia variedad particular de impresionismo. Las cuestiones de identidad nacional jugaron un papel importante, tanto como la relación con la tradición realista dentro de la pintura.
Fidelidad a la naturaleza
Aunque el Impresionismo era sólo una variedad del realismo y permaneció fiel a la naturaleza, durante largo tiempo los historiadores de arte rusos solo hablaron con mucha cautela de un Impresionismo ruso. Alexei Fyodorov-Davydov reemplazó el término Impresionismo por los de neorrealismo o nuevo estilo.
En las décadas de 1930 y 1940 desapareció el término del lenguaje usado por los historiadores de arte rusos. En 2003, Alexander Morosov, cuya especialidad era el arte soviético, observó amargamente que las pinturas de Abram Arjípov, Igor Grabar y otros no representaban ningún peligro para el Estado - entre las diversas manifestaciones del arte del siglo XX, el Impresionismo era inofensivo.
Konstantín Korovin, el fundador del Impresionismo Ruso, pudo ser evocado nuevamente a partir de 1961, con motivo del centenario de su nacimiento y en un momento del llamado deshielo en el que cambió la situación política del país. Dos exposiciones individuales permitieron apreciar su obra, la primera en Moscú y la segunda en Leningrado.
En Rusia, las discusiones sobre el Impresionismo en el arte ruso continúan hasta hoy, y esto a pesar del trabajo de investigación de Vyacheslav Filippov en la década de 1990, así como de las exposiciones a gran escala sobre el Impresionismo en el arte ruso en el Museo Estatal Ruso de San Petersburgo y en la Galería Estatal Tretiakov en Moscú en 2003.
La exposición del Museo Barberini de Potsdam confirma la existencia del Impresionismo Ruso y muestra que se impuso como método artístico en el sistema de enseñanza de la Escuela de Pintura, Escultura y Arquitectura de Moscú y de la reformada Academia Imperial de las Artes de San Petersburgo.
Los orígenes
Los artistas de la vanguardia rusa consideraban que el impresionismo francés era el punto de partida de su evolución. Esto puede parecer una sorpresa, porque apenas había similitudes estilísticas entre ellos y la mayoría de los artistas de vanguardia rusos ni siquiera habían nacido todavía, cuando aparecía el Impresionismo. Además, éste se creó en Francia, un país que para muchos artistas rusos era desconocido.
En el arte occidental sólo se había producido en el Renacimiento un giro similar hacia una lejana tradición extranjera con los descubrimientos de los italianos que fueron acogidos en muchos países europeos. En Rusia, por el contrario, tal transferencia cultural no era nada inusual, verbigracia en el proceso de europeización de la cultura rusa en el siglo XVIII.
Con el Impresionismo, sin embargo, las cosas resultaron diferentes. Durante mucho tiempo se consideró como un fenómeno dudoso e indeseable. Gracias a Repin, Polénov, Korovin y Victor Borisov-Musatov , embajadores de las innovaciones francesas, los elementos del nuevo arte se afianzaron gradualmente en suelo ruso.
Los rasgos del Impresionismo Ruso
El plenairismo, el abandono del tema, las pinceladas libres y la aclaración del color encontraron su camino en la década de 1890 en la estilística de la escuela de pintura de Moscú; alrededor de 1905 en los lienzos de Grabar, Nicolas Tarkhoff y Nikolai Meschtscherin con rasgos característicos del Impresionismo Ruso.
El segundo encuentro de los rusos con el Impresionismo Francés fue trascendental: en 1896, en la Exposición de Arte Francés en San Petersburgo y en Moscú, con obras de Claude Monet y Pierre-Auguste Renoir. Mientras que las dos obras de Renoir no causaron ningún revuelo particular, uno de los Almiares de cereales de Monet causó una tremenda impresión.
Incluso años más tarde Kandinski y Piotr Kontchalovski evocaban que habían asumido la profesión de pintor después de esa experiencia. El primero escribiría: Antes, solo conocía el arte realista, de hecho, solo a los rusos; y añadiría que de joven, había estudiado durante mucho tiempo extractos de cuadros de Repin, Polénov e Isaak Levitán. Estas son imágenes con una pronunciada narrativa, pero aparentemente las pinturas completas le decían mucho menos a Kandinski. En cambio, la obra de Monet, por el contrario, le impactaría en su totalidad; el poder de la paleta le causaría la mayor impresión.
El objeto -en la pintura realista, portador del significado - se había vuelto repentinamente obsoleto: Me sentía sorprendido de que el objeto faltara en ese cuadro. Tal vez por esa misma razón se hizo evidente la diferencia fundamental con la variedad rusa del Impresionismo, y con ella las diferentes posibilidades y los diversos caminos que se abrieron cuando los artistas rusos siguieron el modelo francés.
El experimento impresionista de David Burljuk
David Burliuk y Kazimir Malévich compartieron sus impresiones sobre otra obra maestra de Monet, la Catedral de Rouen al mediodía (1894, Museo Estatal A. S. Pushkin de Bellas Artes, Moscú). Ambos compararon la técnica de la pintura con las plantas. Burliuk con el color de los musgos que crecen en la tela. En 1913 escribiría: El color poseía los hilitos de sus raíces – (que) se extendían por el lienzo.
En 1918, Malévich no vió el lienzo como el suelo del cual el artista dejó crecer las plantas, sino el objeto presentado:
Miró el cuerpo de la catedral como un bancal (...), en el que la pintura creció, como necesitaba, como macizos y como un campo, en el que crecían la hierba y el centeno. Hablamos de ello, de lo maravilloso que es el centeno, de lo hermoso que es el pasto de los prados, pero no hablamos de la Tierra. Así que también deberíamos mirar las cosas pintadas, pero no el samovar, la catedral, la calabaza, la Gioconda.
Malévich volvió más tarde a estas evocaciones en 1933:
A través de mi trabajo en el Impresionismo, me di cuenta de que la pintura representativa nunca era una tarea para el Impresionismo. Si aún conservaba su parecido, era solo porque el pintor no conocía aún la forma que la pintura representaba "como tal" y no despertaba ninguna asociación con la naturaleza y los objetos; no dijo nada sobre el mundo figurativo. (…) no debería ser una ilustración... ...sino un hecho creativo completamente nuevo, una nueva realidad y una nueva verdad.
Incluso si estas expresiones provienen de diferentes épocas, atestiguan que los futuros artistas de vanguardia, reconocían retrospectivamente el significado del Impresionismo Francés para sus comienzos artísticos. De él recibieron impulsos para la ejecución del sujeto por el bien de los tonos de color y no por el sujeto mismo.
Tras haber reconocido esta peculiaridad, los artistas rusos la subieron a cartel al principio del movimiento de vanguardia, convirtiéndola en su programa. Por lo que el nombre de la orientación artística - el Impresionismo - se convertiría en un éxito, si bien en términos de contenido esfumaría el eslogan de la campaña. Así fue en el primer manifiesto de David Burljuk, “La voz del impresionista en defensa de la pintura“, con el que se presentó en 1908 en Kiev, de ninguna manera se habla de este estilo en particular, sino de una nueva pintura en general. Aquí la imprecisión de la terminología se hizo evidente, ya que el término postimpresionismo no existía todavía.
El futuro vanguardista
La exhibición incluye más de 80 obras cedidas por diversas instituciones, entre ellas la ABA Gallery, de Nueva York, el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, de Madrid, la Colección Iveta y Tamaz Manasherov, de Moscú, la Colección Vladimir Tsarenkov, de Londres, la Galería Estatal Tretiakov, de Moscú, y el Museo Estatal de Bellas Artes de la República de Tartaristán/Kazan, la Collection Elsina Khayrova, de Londres, el Stedelijk Museum, de Amsterdam, así como por varias colecciones privadas. Del Thyssen-Bornemisza se exhibe aquí el cuadro Bosque (1913) de Natalia Goncharova.
A principios del siglo XX, las ciencias naturales, la óptica, la fisiología y la termodinámica, proporcionaron a los artista nuevos conceptos para reflexionar sobre el color y la luz que desafíaban toda descripción. Desviándose de la paleta de colores espectrales impresionistas, los artistas de vanguardia rusos intentaban representar la energía y el electromagnetismo, la luz de gas, el movimiento y los colores de las corrientes cósmicas, y se centraban en lo que El Lissitzky prometía en 1920 en su ensayo El suprematismo de la construcción del mundo:
La nueva luz nos dará nuevos colores, y los recuerdos del espectro solar permanecerán en los viejos libros de texto de física.
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