Recensiones bibliográficas
Memorias de luz y niebla
Carlos Ginebreda
Madrid, día 12 de noviembre de 2020. El Teatro Real abre sus puertas con tiempo suficiente para que los asistentes puedan seguir las normas del protocolo Covid 19. En cartel, la ópera Rusalka de Dvorák, que dará comienzo a las 19:30 horas. Dentro del protocolo se tienen previstas estrictas normas de protección sobre la duración de la velada, las mascarillas y la utilización de las zonas comunes. Todo debe estar sujeto al tiempo ya que a medianoche la población madrileña tiene estar confinada en sus domicilios. Todo ha discurrido con orden y normalidad. El público se marcha después de una gran función, bien dirigida por Ivor Bolton, con una escenificación interesante y aceptada ampliamente por los asistentes. La soprano Asmik Grigorian ha estado magnífica, el tenor norteamericano Eric Cutler ha cantado lesionado y cojeando, los demás cantantes a un gran nivel. La crítica ha elogiado mayoritariamente el estreno, que seguirá durante unos días. Un gran éxito.
Al inicio del tercer acto, Rusalka canta así “¡Me has arrastrado hasta el fondo, cruel poder de las aguas, y sin embargo bien sabes que en tu frío seno no puedo perecer!”. La música nunca perecerá, pero no cabe duda de que el sector musical está sufriendo gravemente las consecuencias de la pandemia. Ahora en el Teatro Real ya se están representando las funciones de Don Giovanni de Wolfgang Amadè Mozart. Dice la prensa que la escenificación es oscura y algo tétrica. Aunque la pandemia parece arrastrarnos hasta el fondo, prevalece la voluntad de no ceder y no perecer. Detrás del éxito de Rusalka hay un gran equipo encabezado por el Presidente del Patronato del Teatro Real, Gregorio Marañón Bertrán de Lis.
La semana pasada Gregorio Marañón presentó en el Teatro Real su libro Memorias de Luz y Niebla, que se ha publicado a principios de noviembre de este desdichado 2020; memorias a las que el autor ha ido dando forma durante el tiempo de obligado confinamiento motivado por la pandemia. En la presentación estaban políticos de todos los partidos (entre ellos la Vicepresidenta Calvo), los representantes de la prensa y la cultura. Fue un acto extraordinario.
Pero entremos en la reseña del libro. En el interesantísimo capítulo dedicado a la música y al Teatro Real, el autor dice al respecto que “a pesar de la magnitud de la crisis en que estamos inmersos, no tengo ninguna duda de que el Teatro Real saldrá reforzado, como ya lo hizo en el pasado reciente. Y lo hará con el apoyo de los trabajadores, de la sociedad civil, de las administraciones públicas y del magnífico equipo directivo, con Ignacio García Belenguer y Joan Matabosch”. Marañon detalla a pie de página al resto del equipo directivo. Los hechos están demostrando el cumplimiento de lo prometido. Disculpe el lector haber empezado por el final, pero es que en las memorias de Gregorio Marañón subyace este espíritu de esfuerzo y serenidad, de tolerancia pero con firmeza. Además, en estas páginas debemos abordar primero la relación entre Marañón y la música.
Cuando Marañón tenía 35 años asiste a una representación de Aida en el Teatro Colón de Buenos Aires, y desde entonces se siente atraído por la ópera. Hay también un cierto bagaje de conocimiento de personas como Lola Rodríguez Aragón y Teresa Berganza, y algunos otros artistas que son invitados a su cigarral de Toledo. Continúa esta afición asistiendo a festivales por toda Europa, especialmente en Aix en Provence. Da a conocer un hecho completamente insólito. Carlos Kleiber es invitado a pasar un día en Toledo en casa de Marañón. Eso fue en octubre de 1988, en que el director interpretó con la Orquesta Estatal de Baviera, las Sinfonías Cuarta y Séptima de Beethoven. Detengámonos un momento: Kleiber nunca daba entrevistas (sólo dio una en 1960) y rara vez salía de su casa en Múnich. Marañón explica que Kleiber habla un castellano con acento argentino (pasó su infancia y adolescencia en Buenos Aires). Tiene razón el autor en que fue uno de los mejores directores del mundo, pero el más esquivo de todos, el más solicitado y con un caché altísimo. “Sólo dirijo si tengo el congelador vacío”, solía decir Kleiber. Y se quedaba en casa recluido. Todo un privilegio para Gregorio Marañón haberle conocido. Ha debido conocer a muchos músicos, pero el libro se centra en otros temas. Daría para una segunda parte de memorias.
Pero sigamos con su travesía hasta el Teatro Real. Su nombramiento se produce en 2007, tras un acuerdo entre todos los políticos y a propuesta del Ministro de Cultura César Antonio Molina Un entendimiento no especialmente fácil. La primera exigencia que ha puesto Marañón es que el Teatro Real tenga autonomía frente a los vaivenes de la política. Marañón insta a la modificación de los Estatutos para que quede reflejada la independencia de la institución.
Todo nombramiento implica encontrarse con sorpresas. Hay un ejemplo que sólo de explicarlo me produce vergüenza ajena. El Alcalde de Madrid, Ruiz-Gallardón, había firmado un contrato con la Filarmónica de Berlín por tres años, en los que la Filarmónica actuaría en el foso del Real. Al ser nombrada alcaldesa, Ana Botella decide que no gastará el dinero de ese contrato instando a Marañón su cancelación. Un auténtico despropósito. Gregorio Marañón es abogado, y no le hace falta saber mucho para constatar que la resolución unilateral de un contrato da derecho a la otra parte a una indemnización. Total, que se marcha a Berlín a negociar directamente a sabiendas de que viaja en condición de perdedor. Con diplomacia y reconocimiento de incumplimiento, obtiene una reducción en la indemnización, y el autor siempre positivo piensa en lo que se ha ahorrado del cuantioso compromiso del alcalde que firmó el contrato. Qué miseria, y qué barbaridades hacen los políticos disparando con la pólvora del rey. Al final todo a cargo de los madrileños.
Al llegar al Real, Marañón se encuentra con tensiones con el director musical. El autor explica su versión de los hechos. Pero al fin y a la postre, las tensiones van aumentando y no se renuevan los contratos de López Cobos y de Antonio Moral. Son momentos decepcionantes para las dos partes. En la etapa con Gérard Mortier como director artístico, Marañón asumió el riesgo de contratar a una persona conflictiva pero con experiencia. Obras como el Tristán en la producción de Bill Viola, los dos Figaros con Riccardo Muti, o La Clemenza di Tito, tuvieron un éxito extraordinario. Debo recordar también el excelente Rigoletto con Leo Nucci y el Capriccio de Richard Strauss. Y ahí también es necesario destacar la figura de Joan Matabosch. Más allá del Real, se recuerda su implicación en la espectacular interpretación del Requiem de Verdi en la Catedral de Toledo bajo la dirección de Riccardo Muti.
Su abuelo Gregorio Marañon fue una figura emblemática. En medicina introdujo en España la endocrinología, entre muchas otras cosas. Defendió la sanidad para los más necesitados. Además fue un gran escritor. En 1937 manifestó su desacuerdo con la II República, y se exilió en Paris, regresando a España en 1942. Perteneció a la tercera España, a la del exilio. A medida que su nieto fue creciendo, ya fue consciente de esta tercera España. Las visitas a Toledo de personas de pasado republicano se iba abriendo poco a poco. El autor fue un privilegiado al ser testigo de esta realidad. En el período universitario conoció a personajes de la izquierda, la democracia cristiana y los monárquicos. Participó en la edición de revistas universitarias contrarias al régimen franquista, en la medida que la censura lo fue permitiendo.
Gregorio Marañón habla de su abuelo como representante de la “Tercera España”, la del exilio, y el regreso a la patria. Pero también de la transición en España. En este punto Marañón me ha cogido por sorpresa. Su nombre aparecía poco en los años de la recuperación democrática, pero ahí estaba él, que seguía apasionadamente el día a día de aquella reconciliación entre ganadores y perdedores de las dos Españas. La legalización del Partido Comunista, la amnistía y la Constitución. La entrada de Carrillo, que yo recuerdo con la comicidad de la peluca y la ayuda del camarada Teodulfo Lagunero. Con toda sinceridad, creo que hoy día, si se quiere hacer una segunda transición, se necesitarán personas tolerantes como Marañón. Pero reclamar reencuentros y acuerdos es como clamar en el desierto.
Marañón se define como tolerante y socialdemócrata. He consultado con personas que lo conocen y me dicen que además tiene mucha empatía. Habla también de su época empresarial en el Banco Urquijo y en el Grupo Prisa. En ambas entidades estuvo casi hasta el final. No saltó del barco cuando se hundían. Explica decepciones y desencuentros, sin hacer leña de los árboles caídos. Ejerció como abogado junto al conocido Óscar Alzaga. Creo que algunas cosas no las explica en el libro por secreto profesional, pero también lo hace por discreción. Intuyo que debe tener materia para otro libro. Marañón Bertrán de Lis no ha necesitado cargos ni los ha perseguido. Zapatero le ofreció el Ministerio de Cultura y declinó el nombramiento. El Rey Juan Carlos le ofreció un título nobiliario y le pidió encarecidamente que se lo diese a su padre; y así sucedió.
En España hay que ser un auténtico malabarista para que te acepten la derecha y la izquierda. Pero más allá de la habilidad y la paciencia, es casi un milagro considerarse independiente, que no es lo mismo que ser neutral. Ser independiente implica una ardua tarea de ir convenciendo a unos y a otros. Sobreponerse a las animosidades personales de las personas que momentáneamente tienen el poder. Es claro que para Gregorio Marañón las cosas no son fijas e inmutables, pero mientras tanto hay que conducirse hacia la excelencia. Éste es otro de los mensaje que trata de transmitir.
Desde su cigarral “Los Menores”, que perteneció a su abuelo, se percibe el amor a la naturaleza y a Toledo. Tuve la oportunidad de pasar unos días en el cigarral del Carmen, vecino al suyo, perteneciente al empresario y amigo Javier Krahe con mi mujer y la suya. El pobre Javier ha fallecido este verano tras una larga enfermedad. Lo sentí mucho. Los recuerdos de Toledo y sus cigarrales son para mi mujer y para mí maravillosos. Pero la descripción de Gregorio Marañón sobre el cigarral de Toledo, desborda todo, y es porque conoce bien a la gente de esa tierra castellana dura. Es el lugar de los suyos, más bien una pequeña reserva que protege y contagia a todos. Por cierto, debe dejarse constancia de que el propio Gregorio Marañón es quien solicitó que su cigarral fuese patrimonio protegido. A cualquier propietario de este país se le mueven las entrañas si le clasifican así su propiedad.
Es un buen libro. Con lenguaje austero, letra grande y sin abusar de las notas a pie de página. Una obra recomendable, tanto por la relación del personaje con el Teatro Real como por el talante del autor que, repitámoslo una vez más, destaca por su tolerancia y su profesionalidad, sin presumir y darse autobombo.
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