Discos
Salve Cecilia Regina
Raúl González Arévalo
Tercer recopilatorio que Decca dedica en treinta años a su estrella más exclusiva, condición absoluta desde que Renée Fleming se retiró y Jonas Kauffman y Juan Diego Flórez se marcharon con Sony. El primero, Cecilia Bartoli, A Portrait (1995) reunía a modo de carta de presentación arias antiguas y extractos de los recitales juveniles dedicados a Mozart y Rossini, base de su repertorio inicial hasta finales de los años 90, cuando el redescubrimiento de Vivaldi imprimió un giro a su carrera (discográfica también, se entiende).
El segundo llegó quince años más tarde, en 2010: Sospiri distinguía una primera parte operística –con fragmentos básicamente sacados del Vivaldi Album, Opera proibita, y el disco dedicado a la Malibrán, Maria– y una segunda centrada en música religiosa (Bach, Mozart, Rossini, Gounod, Duruflé, Franck y Fauré). Como gancho, dos grabaciones inéditas hasta entonces: “Cervo in bosco”, del Medo de Vinci, y un nuevo registro de “Una voce poco fa” de Il barbiere di Siviglia, esta vez en clave sopranil, conforme a los nuevos papeles que introdujo en su repertorio. Como hilo conductor, arias muy líricas, recogidas, con pocos fuegos de artificio.
Una década más tarde llega este Queen of Baroque, cuyo título ya deja claro la intención del álbum: coronar a la romana como reina del barroco. Para rematar la idea, la Bartoli aparece en portada con un traje directamente sacado del Rococó más deslumbrante –rozando el kitsch– acorde con los escenarios en los que situó algunos de sus proyectos más llamativos: el palacio de Caserta en el Nápoles de los castrados o el Salón de los Espejos en Versalles, objeto de las grabaciones en DVD que siguieron a los álbumes Sacrificium y Mission, dedicados a la escuela napolitana y a Agostino Steffani, cuyas fotos se incluyen en las páginas del cuadernillo.
Precisamente estos dos álbumes constituyen una base muy importante del recopilatorio: del segundo comparecen tres números, de los cuales dos son dúos con el contratenor francés Philippe Jaroussky; una cuarta pieza procedente de la grabación integral del Stabat Mater de Steffani, y permite la aparición del tenor Daniel Behle y el contratenor Franco Fagioli. El primero está presente con tres números de compositores insignia de la escuela napolitana: Vinci, Porpora y Broschi. De remate, son precisamente Steffani y Vinci los reclamos de dos nuevas primicias mundiales: “È l’honor stella tiranna” de I trionfi del fato del primero y “Quanto invidio… Chi vive amante” de Alessandro nell’Indie del segundo, excusas perfectas para el despliegue de coloratura conocido y esperado, que abren de manera espectacular el recital, y a la vez recuerdan el dominio estilístico absoluto de la romana, pues diferencia perfectamente ambos, como también otro gran pilar del programa, Handel, presente con oratorio y ópera.
No faltan números que ha convertido en marca de la casa, empezando por “Agitata da due venti” de la Griselda de Vivaldi, desde el redescubrimiento del catálogo lírico del Prete Rosso; o “Son qual nave ch’agitata”, que Riccardo Broschi compuso para su hermano Farinelli (al que la Bartoli ha dedicado su último recital, ninguno de cuyos números comparecen aquí).
Así pues, la mayor parte de las pistas procedente de su éxitos más incuestionables: Sacrificium, Mission y Opera proibita, dedicada a los oratorios de la Corte romana. Un aria de Caldara permite recordar la colaboración con Sol Gabetta en Dolce duello, mientras que no hay nada ni del espectacular St. Petersburg ni del segundo álbum dedicado a Antonio Vivaldi.
A pesar de la distancia de las grabaciones, de 1993 –el Stabat Mater de Pergolesi junto con una inesperada June Anderson– a este mismo 2020 con las dos novedades, el instrumento aparece básicamente idéntico a sí mismo, sin particulares signos de fatiga por el paso del tiempo –bien se cuida de aparecer en pocas producciones al año, muy escogidas– ni cambios en el color, que sorprendentemente no se ha aclarado ni oscurecido. Así, las diferencias radican más bien en la toma de sonido, algunas de mayor calidad y nitidez que otras, a pesar de ser todas fruto de los ingenieros de la discográfica Decca.
Bartoli reina suprema en este universo barroco, ninguna otra intérprete lleva más de dos décadas en lo más alto del podio –más allá del marketing, al césar lo que es del césar–, el estilo no conoce secretos para ella, domina todos los recursos técnicos y expresivos del XVII y el XVIII italianos. La dicción inmaculada es una de las marcas de la casa, y con el legato por momentos infinito en frases largas, con y sin coloratura, parece que nada le resulta imposible. Al margen queda, naturalmente, el gusto del oyente, desde quien percibe una languidez no exenta de amaneramiento y un énfasis sobreactuado rayano con el histrionismo, a quien los interpreta como vivacidad y sentimiento insuflados a la música, entendida desde un acercamiento “moderno”.
Todo ello acompañada siempre, eso sí, por las mejores formaciones historicistas y directores barrocos de las últimas décadas: I Barocchisti, Il Giardino Armonico, la Academy of Ancient Music o Les Musiciens du Louvre, dirigidos por Diego Fasolis, Giovanni Antonini, Christopher Hogwood y Marc Minkowski.
Entre las fotos de las producciones barrocas en las que ha participado la romana está ausente la fantástica Giulio Cesare in Egitto, mientras que sí hay imágenes tanto de Ariodante como de Alcina, ambas procedentes de Salzburgo, la primera uno de los escasísimos papeles en travesti que ha encarnado (los otros son el Cherubino y el Sesto mozartianos), la segunda un papel claramente sopranil. Sería oportuno que Decca se planteara la conveniencia de publicar las grabaciones de ambas producciones, o en su defecto alguna otra casa discográfica, al igual que hizo C Major recientemente con L’Italiana in Algeri. Y ya de paso, también la Iphigénie en Tauride de Gluck, su único papel en francés hasta la fecha si no me equivoco.
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