España - Castilla y León
Con él llegó la nieve
Samuel González Casado

Concierto relativamente satisfactorio pero un poco frío (preludio de la gran nevada de horas después) el dirigido por el insigne Michel Plasson, que colabora por primera vez con la OSCyL. Como ocurre cuando nieva, Plasson trajo estampas bonitas pero también algunas dificultades; sin ir más lejos, el tercer turno fue suspendido por culpa de la conjunción de la borrasca Filomena y el frío polar.
Sobre el papel, las obras funcionaban como conjunto, pues
todo era repertorio francés; pero en la práctica, la obra de Bizet chocó
estilísticamente con Ravel e Ibert: hubiera sido más adecuada para abrir el
concierto, aunque podría decirse directamente que en este caso no era adecuada,
máxime cuando —aunque parezca una tontería— no hay descanso y se interpretó
contigua al Concierto de Ibert.
Si a lo anterior le sumamos que se trata de una sinfonía con
momentos interesantes pero no una obra maestra, en conjunto se quedó a medio
gas, por mucho que la versión fuera loable sobre todo en la planificación de
las dinámicas encomendadas a la cuerda aguda y algunas destacadas actuaciones
solistas, como la de Sebastián Gimeno al oboe. La coordinación no fue perfecta,
aunque todo se presentó lo suficientemente trabajado como para que, en sí
misma, fuera una interpretación disfrutable.
Por otra parte, Ma mère l’oye había destacado por su
resplandeciente claridad, pero al concepto le faltó empuje en muchos momentos y
mayor contraste entre ambientes que pudiera hacerla más interesante. Los
matices de su blanco uniforme se quedaron cortos para todo lo que este paisaje
podría ofrecer. Por ejemplo, en Niña fea, emperatriz de las pagodas, no
hubo gran entusiasmo rítmico, y el clímax de El jardín de las hadas no
se preparó con el tiempo y la tensión suficientes para ser efectivo. El fraseo
en Las conversaciones de la bella y la bestia, empero, recordó por
momentos la categoría de este gran director y lo que puede aportar a este tipo
de repertorio.
Lo mejor de la noche fue el Concierto para flauta de
Ibert, en parte porque combina de forma encantadora sensibilidad y empuje y en
parte porque es una reconocida especialidad (grabada para el sello Ondine) de
la flautista salmantina Clara Andrada, que domina sus exigencias técnicas con
soltura y frasea con esa naturalidad tan trabajada que no lo parece, patrimonio
de los buenos músicos. Residente en Fráncfort debido a su puesto de primer
flauta en la Orquesta de la Radio, en una entrevista con su profesor (Pablo Sagredo, miembro de la Sinfónica
de Castilla y León) se declara emocionada por tocar con la orquesta con la que
ella ha crecido y con la que colabora frecuentemente.
Todo eso siempre se nota en esta asociación, al margen del director que dirija. En este caso, los conceptos de Andrada y Plasson parecieron casar bien, lo que dio lugar a una interpretación prístina, eufónica, connivente, repleta de buen gusto, caracterizada por el estricto respeto al instrumento solista y a su total libertad para explayarse. La direccionalidad del fraseo se marcó justificadamente, y se llevó a cabo con el punto justo de respeto y creatividad, sin que llegara a aparecer ningún conato de exhibicionismo. Momento estelar el de Ibert, pues, de una minitemporada de invierno que vaticina otros, como la Aemet con las nevadas, y que comienzan a cristalizarse.
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