España - Galicia
Un Stravinsky desangelado
Maruxa Baliñas

Comentaba en mi reseña anterior de la OSG -otro pianista, otro director- las dificultades acústicas que presenta el Coliseum de A Coruña como sala de conciertos, si el director de orquesta no es muy consciente del problema.
Y ciertamente Giancarlo Guerrero (Managua, 1969) no lo fue. Su acompañamiento al solista de piano, Daniel Ciobanu, fue descuidado, con escaso criterio y en absoluto adaptado a las necesidades del pianista.
Fueron varias las ocasiones en que tapó al pianista con la orquesta -y Ciobanu es un pianista potente- pero sobre todo intentó imponerle unos tempi que no se adaptaban en absoluto al planteamiento del solista, ni por supuesto a sus necesidades.
Porque no hay que olvidar que el Concierto nº 3 de Prokofiev es una obra muy difícil de tocar, como reconocía el propio Prokofiev, quien necesitaba un concierto para lucirse él mismo, especialmente después de abandonar Rusia en 1918 y tener que iniciar una nueva carrera musical, como compositor y pianista, que aún no había definido si se centraría en Europa o en EEUU.
Daniel Ciobanu (Piatra-Neamţ, Rumanía, 1991) domina perfectamente este Concierto nº 3, con el que ganó el segundo premio en el Concurso Rubinstein de Tel-Aviv en 2017 y con el que se presentó en el Ateneul Roman de Bucarest en el Festival Enescu de 2019, en un concierto que fue reseñado por Alfredo López-Vivié para Mundoclasico.com. Desgraciadamente yo no puedo confirmar todo lo que López-Vivié escribió entonces, porque el Ateneo de Bucarest es una sala preciosa y con una buena acústica -el Coliseum, no-, y sobre todo porque Cristian Mandeal (al frente de la Orquesta Sinfónica Nacional de la Radio de Polonia en ese concierto) es un director muy superior a Guerrero.
Ciobanu toca estupendamente, no tiene problemas de agilidad o potencia, y dominó el piano -en el sentido más estricto del término- incluso mejor de lo que lo había hecho Blechacz la semana anterior. Su versión tuvo toda la brillantez y desparpajo que requiere este concierto y además consiguió mantener sus planteamientos 'a pesar' del director.
Respecto a la segunda obra del programa, la suite de Petrushka de 1947, sólo cabe decir que fue un modo bien feo de conmemorar el cincuentenario de la muerte de Igor Stravinsky, que se cumplió el pasado 6 de abril. Siempre he tenido predilección por Petrushka, y además los tiempos que corren no son para desperdiciar ninguna ocasión de escuchar música en directo, y sin embargo hubo un momento en que me planteé seriamente irme del concierto. Guerrero hizo una versión burda, aprovechando las melodías más fáciles pero descuidando totalmente el conjunto, que resultó incoherente.
Aunque la Petrushka de 1947 no es el ballet de 1911, sino una obra 'abstracta', Stravinsky -como el público- tenía perfectamente en mente la historia del pobre pierrot, machacado por todos, y de alguna manera estos sentimientos se tienen que reflejar en la obra. Pero a Guerrero parecían darle igual el Moro o la Bailarina que Petrushka, no había buenos ni malos, ni compasión, ni un amor desdeñado y ridiculizado: sólo una serie de melodías pobremente hilvanadas. Algo muy distinto a lo que concibió Stravinsky, uno de los grandes compositores del siglo XX, sobre todo en 1947, cuando ya domina perfectamente sus recursos. Aunque la acústica de la sala no ayudó, la aparente pobreza musical de este Petrushka fue responsabilidad directa de Guerrero, algo que se hizo muy evidente en las ocasiones en que alguno de los músicos de la OSG intentó 'enderezar' la interpretación (el concertino, la pianista, etc.), sobre todo en esos momentos -varios- en que Guerrero pareció perder el control de la obra.
En resumen, un concierto que a priori podía haber sido un éxito por la calidad del solista y la solidez de la orquesta, y especialmente por la belleza del programa, pero que acabó convertido en una alternancia de momentos tensos por el descontrol, con otros de aburrimiento y desagrado.
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