España - Madrid
La guerra y la paz
Germán García Tomás
La historia de la música está plagada de obras escritas con motivo de un conflicto bélico determinado, bien para describirlo de manera programática o como un alegato antibelicista. Esa es la propuesta de
Un octogenario Richard Strauss compuso en 1945 su Metamorfosis, estudio para 23 instrumentos de cuerda, conmocionado por el bombardeo de la Ópera de Munich, a la que había estado vinculado durante largos años. En su poema sinfónico más personal vertió todo el anhelo de redención humana a través del arte, como haría poco tiempo después con sus Vier letzte lieder, su despedida del mundo. La composición posee varias capas de significado que van almacenándose a través de los temas que la sirven de base, que Strauss somete a elaborados procesos de desarrollo en una textura contrapuntística.
El experimentado director de ópera que es Fabio Luisi, quien recientemente ha sido nombrado director titular de la NHK Symphony Orchestra de Tokio para la temporada 2022-2023, entiende a la perfección los entresijos de la partitura straussiana, construyendo la arquitectura polifónica desde la amable frase inicial encomendada a chelos y violas en un discurso que va abriéndose camino con naturalidad y un magistral equilibrio entre todos los atriles, tanto a nivel de tutti como de tratamiento individual de las cuerdas, produciendo una auténtica música de cámara sinfónica. El gesto claro y directo se canaliza a través de unos dedos que provocan la respuesta orquestal requerida.
La lectura subraya con elocuencia tanto el tempo de vals que fue la idea embrionaria del compositor, toque bailable subyacente aunque no explícito durante toda la partitura, como la aspereza de los acordes que la martillean en ostinato. En esa amalgama sonora de motivos entrecruzados que arrastra y sacude al oyente se tuvo la impresión de asistir a la contraposición de dos universos irreconciliables claramente diferenciados en un conflicto en el que ganará la paz y el sosiego que lleva a la resignada conclusión. Una interpretación en suma de altísimos quilates que hacia el final abordó veladamente la cita textual de la Marcha fúnebre de la Eroica beethoveniana, y que llegó a alcanzar lo que los griegos llamaban música de las esferas a la hora de conseguir adentrarse en lo inefable y trascendente.
En la Missa in tempore belli de Haydn, número 10 en su catálogo que escribió en 1796 en plena campaña napoleónica en Europa, se mostraron aún más acentuadamente las cualidades teatrales del maestro italiano, cuya personalidad y estilo detallista extrajo brillo y radiante luminosidad a la sección de cuerdas, imprimiendo un ritmo marcado y solemne a toda la misa, alejado de pomposidades. Fue un gusto apreciar cómo Luisi dibujaba el trazo de la línea melódica y la cantabilidad de las frases, sostenidas y recogidas con gesto elegante y con una atención constante a la agógica. Baste citar el sentido de la narratividad en el Credo y el ritmo de ländler del Sanctus.
El nutrido Coro Nacional volvió a demostrar que es uno de los mejores que tenemos en toda nuestra geografía, rayando a su altura acostumbrada en belleza de timbre y soberana emisión. Sus voces consiguieron transmitir la enorme belleza de esta inspirada música litúrgica capaz de emocionar con el encanto de sus melodías.
Guardando el protocolo asignado a los conjuntos corales, los cuatros solistas cantaron con las mascarillas (al revés de lo que habían hecho los que participaron en el Réquiem de Michael Haydn con la ORCAM el lunes de esa misma semana) lo que sacrificó en parte la proyección de sus voces, si bien pudimos disfrutar de la óptima intención musical de la soprano
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