Discos
Louise Jallu, tango y mucho más
Juan Carlos Tellechea

El mundo no tenía ni idea de lo que se le vendría encima tres años más tarde, cuando la joven Louise Conservatorio Edgar-Varèse, de Gennevilliers , su ciudad natal (departamento de Altos del Sena/Isla de Francia).
Ella misma, a la sazón de 23 años, iniciaba muy ilusionada este proyecto para honrar a las mujeres víctimas de la trata de blancas que se perderían en los bajos fondos y prostíbulos de Buenos Aires...cuna del tango, entre finales del siglo XIX y comienzos del XX. El valiente periodista Albert Londres había desvelado en su libro El camino de Buenos Aires (1927) la existencia de esas tenebrosas rutas utilizadas por los rufianes marselleses (aprovechando la emigración europea desde Burdeos) para proveer de desdichadas jóvenes iniciadas a los cafishos porteños.
El compositor Enrique Delfino, un admirador de Giacomo Puccini, Giuseppe Verdi y Richard Wagner, reflejaría algunos de estos hechos (como varios otros músicos y letristas de la época) en sus tangos: Francesita (del sainete Una como tantas, Teatro Maipo, 1924), Griseta (del sainete Hoy transmite Ratti Cultura, Teatro Sarmiento,1924), Recuerdos de Bohemia (1935) y la traviesa Claudinette (1942), entre otros, que Jallu, interpreta magistralmente, con gran sensibilidad y su propio lenguaje musical en este álbum (el último título mencionado con la intervención del laudista Claude Barthélémy).
Griseta
Mezcla rara de Museta y de Mimí
con caricias de Rodolfo y de Schaunard,
era la flor de París
que un sueño de novela trajo al arrabal...
Y en el loco divagar del cabaret,
el arrullo de algún tango compadrón,
alentaba una ilusión:
soñaba con Des Grieux,
quería ser Manon.
Francesita,
que trajiste, pizpireta,
sentimental y coqueta,
la poesía del quartier,
¿quién diría
que tu poema de griseta
solo una estrofa tendría:
la silenciosa agonía
de Margarita Gauthier?
(música de Enrique Delfino, letras de José González Castillo, 1924)
Jallu eligió piezas de dos períodos de
De su propia pluma integra À Gennevilliers, un merecido homenaje a las bellas calles de su ciudad y al moderno edificio de estilo deconstructivista (obra del arquitecto Jean-Pierre Lott) del Conservatorio donde estudió y ahora dicta clases. Desvela al mismo tiempo su pasión por la música de cámara y, muy en lo personal, también por las ostras: 7 huîtres (siete son las claves del simbolismo esotérico y del cristianismo), con fuertes tonalidades de jazz moderno.
Otro tanto hace con el irónico tango Au paradis perdu (1982), del músico y compositor libertario François Béranger, con la recia vocalización de otra figura legendaria, Stéphane Sansévérino (alias Sanseverino); con Sonatina 43, una singular exploración para bandoneón del destacado compositor Bernard Cavanna, director artístico de este álbum, y hasta hace dos años director del Conservatorio de Gennevilliers, hipnotizado por los misterios del fueye; así como con Colinda (1947), una breve composición juvenil de gran energía, originalmente para piano, de Aurel Stroë (antes de internarse en la música electroacústica y convertirse en un creador de vanguardia de la escuela rumana), con la intervención solista de Anthony Millet (acordeón).
Se atreve, pero siempre respetuosa y sensible como es, con uno de los intocables de la tradición rioplatense, María (1945) de Aníbal Troilo, con versos de Cátulo Castillo, con arreglos de Dino Saluzzi, Cavanna y Jallu en la dulce voz de la cantautora y soprano Katerina Fotinaki, alumna de Cavanna; así como con otro de los clásicos del género, La última curda (1956), del mismo Pichuco y el poeta de Boedo, en versión instrumental arreglada también por Louise Jallu, Cavanna y Máximo Mori.
En este álbum, alucinante y grabado con gran entrega, destaca el equilibrio y la atmósfera íntima (como en un café-concert o en un hot-club) que logra el ingeniero de sonido Thierry Legeai con la disposición de los micrófonos.
El primero de los CDs está dedicado a sus interpretaciones como solista y a las de los destacados músicos que la acompañan: además de Katerina Fotinaki (voz); Tomás Gubitsch (guitarra eléctrica); Grégoire Letouvet (piano); Anthony Millet (acordeón); César Stroscio (bandoneón); y Claude Tchamitchian (contrabajo).
La segunda de las placas fue consagrada al Louise Jallu Quartet, con Mathias Lévy (violín); Grégoire Letouvet (piano); Alexandre Perrot (contrabajo), así como dos invitados especiales: Claude Barthélémy (laúd) y Sanseverino (voz). Todos, sin excepción, excelentes músicos. En marzo de 2018 el Jallu Quartet ofrecía con este repertorio un memorable concierto en el Café de la danse, de París, grabado en vivo en un vinilo de larga duración.
Sin embargo, los soliloquios de bandoneón de Louise Jallu ejercen una seducción especial. Suenan intemporales. Hay una franqueza implacable en su lenguaje que resulta conmovedora. Escucharla tocar con su instrumento es como si pensara en voz alta. Cuenta historias llenas de humanismo. Abarca con gran naturalidad un arco entre distintos momentos históricos. Reflexiona sobre la realidad cotidiana, sobre sus amistades, sobre su vena espiritual y combina arrebatos imaginativos para crear y entregarnos su propio mundo.
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