España - Extremadura

La Séptima y sus circunstancias

Samuel González Casado
miércoles, 16 de junio de 2021
Orquesta de Extremadura dirigida por Álvaro Albiach © 2021 by Sociedad Filarmónica de Badajoz Orquesta de Extremadura dirigida por Álvaro Albiach © 2021 by Sociedad Filarmónica de Badajoz
Badajoz, viernes, 11 de junio de 2021. Palacio de Congresos Manuel Rojas. Orquesta de Extremadura. Álvaro Albiach, director. Mahler: Sinfonía n.º 7 (arreglo para orquesta de cámara de Klaus Simon, ampliado). Clausura del XXXVIII Festival Ibérico de Música. Ocupación: 90%.
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El concierto celebrado el 11 de junio en el Palacio de Congresos Manuel Rojas de Badajoz tuvo varios motivos para resultar conmovedor: por un lado, suponía la clausura del Festival Ibérico de Música 2021, un certamen modesto pero francamente interesante que se ha movido desde criterios que todos los años han aportado una visión inteligente y renovadora. Por otra parte, era el último concierto como titular de la Orquesta de Extremadura de Álvaro Albiach, que recibió el encargo en un momento crítico (2013) y que hoy deja un conjunto mucho más sólido, cuya titularidad será ejercida por Andrés Salado.

El concepto interpretativo de la obra programada para una ocasión tan especial, la Sinfonía n.º 7 de Gustav Mahler, partió desde mi punto de vista de dos elementos fundamentales, muy relacionados: la acústica de la sala y las proporciones orquestales. El auditorio del Palacio de Congresos carece de concha y el sonido es bueno, pero muy directo y por tanto “diseccionador”. Debido a la pandemia, hubo de elegirse el arreglo para orquesta de cámara de Klaus Simon, aunque nada más entrar en la sala me percaté de que la orquesta no era tan reducida como me esperaba; después se me explicó que se trataba de una versión ampliada de ese arreglo.

Mi fila se ubicaba a la misma altura de metales y percusión, lo que podría haber acentuado ciertos desequilibrios respecto a la escasa cuerda, y en cierta medida los hubo; pero Albiach se las apañó para cuidar los elementos más desfavorecidos, y pese a la amplia dinámica todo pudo oírse con claridad. Hubo, además, muy buenos momentos trombón, trompeta y trompas, con lo cual la especial preponderancia que les otorgaba el arreglo y lo favorecedor del recinto para con ellos me hicieron disfrutar per se de cada una de sus intervenciones. 

La cuerda aguda se mostró entregada, pero por momentos imprecisa, tanto en afinación como en sincronía —también hay que tener en cuenta que con su reducida proporción cualquier error “canta” mucho más—; afortunadamente, los profesores de toda la cuerda fueron conscientes de su limitada presencia (que no importancia) en esta interpretación, y estuvieron muy atentos a las indicaciones de Albiach, que sacó gran partido a esta familia, por ejemplo en esos fraseos ondulantes que añadían mucha plasticidad al asunto. 

Respecto a las maderas, aunque a veces eché de menos mayor preponderancia de la principal línea melódica, resolvieron su difícil papeleta de forma notable en lo técnico, salvando accidentes puntuales, y su poca asimilación al conjunto sonoro de alguna manera dio a la obra un aspecto de collage que incidía en una mirada histórica hacia adelante.

Álvaro Albiach dirigiendo la Séptima Sinfonía de Mahler a la Orquesta de Extremadura. © 2021 by Sociedad Filarmónica de Badajoz.Álvaro Albiach dirigiendo la Séptima Sinfonía de Mahler a la Orquesta de Extremadura. © 2021 by Sociedad Filarmónica de Badajoz.

De lo dicho se desprende que, dadas las circunstancias, el concepto de Álvaro Albiach fue el más adecuado posible. De tempi muy vivos, repletos de movimiento e ideas tremendamente expresivas, se caracterizó por un color muy acentuado al que contribuía el desempeño sobredimensionado de la variadísima percusión. Se preocupó por que, dentro de un evidente distanciamiento de lo sentimental, las líneas fueran cálidas, estuvieran bien rematadas y se movieran hacia objetivos concretos, lejos de solo animar o decorar. 

En conjunto tendió hacia cierto expresionismo kondrashiniano, con silencios abruptos y sonidos sorprendentes y contrastantes, tanto en el detalle como estructuralmente: las dos músicas nocturnas se integraron como descansos dotados de alma propia, sustituida la agresividad por confidencia, y a su vez ejercieron de marco dorado a ese cuadro de Schiele que es el scherzo, tan sincero y franco en la transmisión de su fondo como retorcido en esa negra forma de expresarlo.

En la época en que descubrí la Séptima de Mahler, sobre los 14 años, me pareció una obra marciana que no entendí en absoluto, a lo cual contribuyó su movimiento final, que además había estado mal considerado entre muchos estudiosos; de repente empezó a encantarme, pero tardé en dejar de sentirme culpable. Ahora no solo me gusta incondicionalmente, sino que además sé por qué: es una impresionante obra de ingeniería que da al juego la importancia que merece y que se erige en muestra de cariño total hacia la tradición de entrelazar música y celebrar así la vida, como en el último movimiento de la Júpiter. Con todo lo dicho sobre esta interpretación, esta parte conclusiva resonó en mi atención como un placer pleno, incluido algún exceso de los por otra parte estupendos percusionistas que poco me importó en ese estado.

Como el resto de los allí congregados —puestos al final en pie—, disfruté desacomplejadamente en el Rondo-Finale de toda esta falsa inocencia mahleriana tan difícil de asimilar, tan suya, en su momento cumbre; y agradecí a director musical y profesores el regalo de un viaje de poco más de una hora a las antípodas del aburrimiento.

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