Recensiones bibliográficas
Ser humano, desde los grandes simios al Hombre de hoy (III)
Juan Carlos Tellechea
¿Oyó usted hablar alguna vez del Homo cooperativus? Estoy casi seguro de que su respuesta es “no“. Usted habrá oído y leído ya sobre el Hono erectus, el Homo habilis, y más recientemente sobre el Homo oeconomicus. Pero sobre este misterioso Homo cooperativus ni una sola palabra. Lógico, porque el término es de nueva acuñación.
Con esto de la pandemia, el cambio climático, las migraciones globales ... la gente ya no puede hacer frente a estas crisis ni con estrategias nacionales ni con la idea del Homo oeconomicus, afirma el profesor emérito de politólogía Claus Leggewie, coeditor de la publicación Blätter für deutsche und internationale Politik, entre otras publicaciones.
Leggewie, quien fuera director entre 2007 y 2017 del Kulturwissenschaftliches Institut Essen, una especie de laboratorio de ideas (thinktank) de las universidades de la Cuenca del Ruhr (Bochum, Dortmund y Duisburgo-Essen), propone como paradigma alternativo una contraimagen: el Homo cooperativus.
El politólogo, formado en las universidades de Colonia, Gotinga y París, ex catedrático de las universidades de Gießen y Nueva York, y autor de un centenar de libros, entre ellos Jetzt! Opposition, Protest, Widerstand, (¡Ahora! Oposición, protesta, resistencia) de la editorial Kiepenheuer & Witsch, de Colonia, y Europa zuerst! Eine Unabhängigkeitserklärung (¡Europa primero! Una declaración de independencia) de la editorial Ullstein, de Berlín fundamenta su propuesta de cambio de paradigma afirmando que las recientes investigaciones en ciencias naturales han podido demostrar que el Homo Cooperativus es el modelo estándar de interacción humana.
Tres problemas importantes
Con la imagen del Homo Cooperativus, la atención se centra más en las disposiciones y capacidades humanas para cooperar que en el interés propio y la competencia. Leggewie, primer titular de la cátedra Max Weber de la New York University, entre 1995 y 1997, utiliza tres ejemplos para explicar lo que cree que esto puede significar para la política internacional y por qué es importante:
1. Condonación de deudas: Los acreedores dependen de no arruinar a sus deudores si quieren recuperar su dinero a largo plazo. Leggewie argumenta basándose en ejemplos históricos de deuda: Se necesitan "acreedores amables" para que todos los socios cooperantes se mantengan a largo plazo.
2. Abrir las rutas migratorias: hace 100 años, Fridtjof Nansen, entonces Alto Comisionado de la Sociedad de Naciones para los Refugiados, introdujo una especie de pasaporte para los desplazados apátridas. Leggewie afirma que ese pasaporte Nansen es necesario y que se lo otorgue a los refugiados climáticos de hoy. Dependen de la libertad de movimiento global para su supervivencia; los grandes emisores de gases que afectan al clima están obligados a reconocer ese "pasaporte climático".
3. La asistencia sanitaria solidaria global: En opinión de Leggewie, es necesario que la economía del regalo y el intercambio de regalos sean más globales. En la pandemia de coronavirus, por ejemplo, hubo buenas razones para restringir la protección de las patentes con el fin de poder abastecer a todo el mundo de vacunas rápidamente.
Leggewie también reclama más justicia intergeneracional y un nuevo contrato sobre la Naturaleza. Según él, los seres no humanos y las cosas inanimadas también deberían participar en los procesos de decisión a través de un "parlamento de las cosas".
El nacionalismo aberrante de Donald Trump
La pandemia, que no ha terminado en absoluto, y más aún la crisis climática, que apenas se está haciendo visible, cambiarán el sistema internacional. La aberración nacionalista de "Mi país primero", que defendía Donald Trump, y la formación de bloques geopolíticos antagónicos no podrán dominar los enormes desafíos que derriban todas las fronteras nacionales.
Tímidamente, la política internacional está regresando bajo la etiqueta de "multilateralismo", un estándar que prevaleció después de 1945 en un mundo que, a pesar de la confrontación de bloques, tomó conciencia de sus interdependencias y fue capaz de mitigar los profundos antagonismos Este-Oeste. La búsqueda de intereses nacionales sí, pero también la cooperación en beneficio mutuo. Incluso los "Estados Unidos de Europa", que hasta 1945 solo habían sido soñados por visionarios, se hicieron realidad, aunque solo fuera en la versión reducida de la Unión Europea, ese peculiar híbrido entre una confederación de estados y un estado federal.
Una alternativa al Homo oeconomicus
Los "soberanistas" se oponen a ello y suelen basar su nacionalismo en un principio económico clásico: el interés de autoconservación del Homo oeconomicus. Este tipo ideal persigue predominantemente objetivos económicos y se mueve por el interés propio. Los productores y los consumidores actuarían así racionalmente con una amplia transparencia de mercado; a través de la mano invisible del mercado, los vicios privados (como la codicia individual) podrían transformarse en virtudes públicas, es decir, en prosperidad general.
Muchos han cuestionado esta simplificación radical de la concepción del hombre con buenas razones, y también han surgido fuertes dudas en la economía dominante. Pero, ¿cómo podría ser un paradigma alternativo que se centrara menos en el interés propio y la competencia y más en las aptitudes y capacidades humanas para cooperar?
Lo que se propone aquí es el Homo cooperativus, que la reciente investigación en ciencias naturales ha demostrado que es un modelo estándar de interacción humana. Un grupo de investigación dirigido por Michael Tomasello en el Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig ha descubierto que compartir y ayudar ya son inherentes a los primates, pero que constituyen la condición humana, especialmente en los humanos, incluso antes de la adquisición del lenguaje.
Si esta disposición no fuera la norma general, fracasarían los acuerdos necesarios para la supervivencia y la buena vida, desde las simples normas de comportamiento compartidas hasta los intercambios simbólicos y las instituciones sociales de nivel superior. Con la creciente independencia, los niños aprenden a hacer distinciones y a dirigir acciones altruistas incluso hacia aquellos que finalmente no les corresponderán. La antropología reconoce en esto nuestra dotación natural, sobre la que se basa toda inculturación posterior.
En este sentido, el ser humano naturalmente servicial y compasivo de Jean-Jacques Rousseau tiene razón frente a Thomas Hobbes, precursor del Homo oeconomicus, que como egoísta despiadado solo se amansa cuando el Estado le quita las armas. El biólogo y matemático Martin Nowak también ha constatado:
Su capacidad de cooperar es la verdadera razón por la que los humanos han conseguido hacerse un hueco en casi todos los ecosistemas terrestres y han avanzado mucho más allá de la Tierra hasta el espacio exterior.
Que nadie tenga que renunciar a su ventaja y que todos tengan algo que ganar con la cooperación es la regla coevolutiva de la vida: las expectativas mutuas facilitan las normas sociales de comportamiento y la empatía. Pero no hay ninguna garantía para ello, el entorno institucional debe ser el adecuado, y hoy, como a menudo en la historia de la humanidad, es evidente que no es así.
El concepto de intercambio de regalos de Marcel Mauss
Todo el mundo ha experimentado probablemente que la cooperación puede tener éxito y lo mucho que uno se siente satisfecho por sus resultados. Pero, ¿puede un patrón interpersonal de empatía y cooperación conformar también el espíritu y los procedimientos de las "relaciones internacionales"? El teorema del "intercambio de regalos", que el sociólogo y etnólogo francés Marcel Mauss rastreó en las relaciones tribales hace 100 años, pero que también propuso para la remodelación del orden de la posguerra tras la Primera Guerra Mundial, ofrece indicios de ello.
Mauss calificó el regalo como un "fenómeno social total", es decir, que combina aspectos simbólicos, religiosos, económicos, jurídicos y sociales, por lo que es más que un mero intercambio económico. Lo sabemos por el hecho de dar: un regalo debe ser algo más que "sacar la cartera o el talonario", debe significar algo tanto para el que da como para el que recibe, debe llegar en el momento adecuado y solo así se puede fortalecer una relación más allá del momento.
Se complica porque dar y recibir implica una reciprocidad obligatoria. Marcel Mauss observó precisamente este proceso de tres pasos en relaciones arcaicas como el potlatch de los indios norteamericanos, un gasto ritual y embriagador de regalos. Se trata de una contrapartida a la lógica moderna del cálculo y la ordenación burocrática, como un tercer modelo de integración social. El intercambio de regalos forja en primer lugar el vínculo social en el equilibrio completamente precario entre la voluntariedad y la obligación social que dota a las relaciones a largo plazo entre individuos, grupos y sociedades enteras. En la grave crisis de posguerra de los años veinte, Mauss esperaba haber encontrado una "roca" sobre la que aún pudieran descansar las sociedades modernas.
¿Puede trasladarse a la política internacional actual el Do, ut des [del latín: "Doy para que des“], que Mauss encontró en sociedades predominantemente precapitalistas? El profesor Claus Leggewie propone tres ejemplos para probar esta transferencia a contextos globales hoy en día y hacerla plausible: El alivio de la deuda, los derechos de los refugiados climáticos y la economía del regalo global, que empieza a surgir en el actual debate sobre las patentes libres en la sanidad (vacunas contra el Covid-19). Al hacerlo, la política internacional debe alcanzar el futuro, tanto temporal como materialmente. En el horizonte hay, pues, un nuevo contrato social -ahora entre generaciones- y también un nuevo contrato de naturaleza que representa a la naturaleza animada e inanimada como co-actores en la política transnacional.
Por qué son importantes los recortes de la deuda
Empecemos por la reducción de la deuda, un ejercicio antiguo en la historia de la humanidad. Muchos se han visto en la desagradable situación de no poder devolver las deudas contraídas, o de no poder recuperar el dinero y los bienes que habían prestado. Las deudas no pueden ser atendidas si uno no puede reunir los fondos por culpa propia o ajena, y se perdonan porque sólo se podrían cobrar al precio de arruinar al socio comercial, lo que también iría en detrimento propio. Esta experiencia cotidiana también es bastante familiar para los agentes económicos internacionales. Solo el recorte de la deuda puede mantener vivo a un jugador en quiebra y evitar el colapso de todo el castillo de naipes, que -como todos sabemos- se basa sistémicamente en un enorme endeudamiento privado y público.
No es frecuente que un Homo oeconomicus piense así, pero un importante banquero alemán lo hizo, para horror de sus colegas: En la reunión del Fondo Monetario Internacional de 1987, Alfred Herrhausen, entonces director del Deutsche Bank, retomó la idea del presidente mexicano Miguel de la Madrid Hurtado, que le había descrito la catastrófica situación económica de su país, y se dejó convencer de que muchos países del "Tercer Mundo" nunca podrían pagar sus deudas o, si lo hacían, su situación empeoraría aún más. Lo único correcto, dijo, es cancelar la deuda de esos países y, a cambio, animarles a emprender reformas económicas.
A este respecto, el antropólogo de izquierdas David Graeber nos ha recordado lo intensamente que la deuda se entrelaza con la culpa. En alto alemán medio schulden significaba estar obligado, tener que agradecer y ser culpable. Así, las deudas morales se monetizan y las exigencias monetarias se apuntalan moralmente. El núcleo del enredo del dinero y la moral es que la gente suele estar convencida de que tiene que pagar las deudas. El elemento mediador es el dinero, que consigue convertir la moral en una cuestión de aritmética impersonal, y de este modo justificar cosas que de otro modo nos parecerían escandalosas o indecentes, al decir de otro sociólogo clásico, Georg Simmel.
La pregunta análoga del filósofo Peter Sloterdijk en 2006 fue: ¿Existe una alternativa a la libidinosa acumulación de valor, al temblor crónico ante el momento del balance y a la inexorable compulsión de devolver las deudas? Eso fue antes de la crisis griega y durante la crisis de sobreendeudamiento de la Argentina, pero incluso entonces las crisis de deuda habían arruinado sociedades enteras. El tratamiento dirigista de "los" griegos por parte de la "troika" de la Unión Europea, la presión de la prensa sensacionalista y la impaciencia incluso de los observadores bienintencionados demostraron que Grecia estaba encadenada en la torre de la deuda a un pasado agobiante de forma que colonizaba o excluía cualquier futuro posible.
Sobre todo los alemanes, que fueron sometidos -sin duda justificadamente- a pagar y devolver dinero internamente después de 1918 y 1945, podían saber no solo cómo les hacía sentir esto, sino también las reacciones irracionales que provocaba. En realidad, no puede sorprender a nadie que los griegos que no estaban dispuestos a pagar recordaran a sus disciplinantes alemanes a cambio de las masacres cometidas durante la ocupación nazi y ahora, a su vez, reclamaran reparaciones. Todos los gobiernos griegos desde 1950 han insistido en que, en contra de lo que afirman los tribunales y los expertos alemanes, estas reclamaciones no se resolvieron en absoluto con el Acuerdo de Londres sobre la deuda de 1953 ni con el Tratado Dos más Cuatro de 1990.
En estos acuerdos había entrado en juego la lógica del intercambio de regalos, que Lord Keynes, el santo patrón de la economía, también había impulsado para el tratamiento del Imperio alemán tras la Primera Guerra Mundial: A saber, dosificar las reparaciones de tal manera que no surja la idea de venganza y que el deudor obligado a pagar pueda al mismo tiempo existir como futuro socio de cooperación y contribuir al bien común de Europa. Las reparaciones implican una obligación financiera, pero también deben tener efectos curativos recíprocos.
Las potencias occidentales vencedoras se lo tomaron en serio después de 1945: más importante que el pago era la posible contribución de los alemanes derrotados a una comunidad económica supranacional, que como comunidad de paz y desarrollo podría entonces también ponerse políticamente a superar el nacionalismo europeo. La Conferencia de Londres de 1952/53 ajustó las obligaciones del servicio de la deuda de la joven República Federal de Alemania a su capacidad en ese momento. Los "acreedores graciosos" permitieron así la reaparición de Alemania Occidental como economía dominante en Europa, que probablemente habrían impedido o retrasado con mayores exigencias si lo hubieran previsto. Es bastante plausible que un banquero con mentalidad empresarial todavía tuviera esto en mente en 1987.
Lo que fue cierto para Grecia es aún más cierto para los países pobres del Sur global. Solo la interrupción del negocio de la devolución permite un nuevo comienzo y, presumiblemente para asombro de los propios agraviados, también les devuelve la libertad. Más importante que reconciliarse con el pasado son las inversiones de futuro en el campo de las energías renovables, en la industria de bajas emisiones, en un turismo más suave, en una agricultura respetuosa con el medio ambiente y en la construcción de una sociedad del conocimiento.
Los derechos de los refugiados climáticos
Esto nos lleva al segundo ejemplo: el pasaporte para los refugiados climáticos como expresión de la ciudadanía global solidaria. Los nacionalistas se alimentan sobre todo de un tema: la migración del Sur al Norte. No es del todo casual que la mayoría también niegue el cambio climático y se aferre a políticas energéticas y medioambientales obsoletas. Sin embargo, la destrucción del medio ambiente es ya una de las causas más importantes de la huida.
La conexión es más clara en la amenaza a la existencia de los estados insulares llanos, que ya están amenazados de extinción por un calentamiento global de "solo" dos grados centígrados y cuyas poblaciones nacionales solo pueden asegurar su supervivencia mediante la emigración. Lo mismo ocurre con la mayoría de las megaciudades del mundo, que han crecido y proliferado en gran medida a lo largo de las costas. El movimiento de refugiados de Oriente Medio también estuvo relacionado con el cambio climático; una sequía milenaria en el "Levante fértil" exacerbó las tensiones en Siria en 2011. Detrás de las disputas étnicas y religiosas, que siguen siendo consideradas como los principales motores de la guerra en la disciplina de las relaciones internacionales, se encuentran a menudo los conflictos por los recursos materiales causados por los daños medioambientales, que luego se disfrazan y legitiman étnica y/o religiosamente.
Después de la Primera Guerra Mundial, cuando millones de personas, sobre todo en el derrumbado Imperio Otomano, habían perdido sus hogares por la limpieza étnica, la mayoría de ellas se plantaron frente a las barreras cerradas y sin documentos de identidad válidos. Para ellos, el explorador polar Fridtjof Marc Chagall, el armador Aristóteles Onassis y el fotógrafo Robert Capa, el derecho de hospitalidad en Estados seguros. En 1942, cincuenta y dos naciones la reconocían en principio. Sin embargo, muchos refugiados nunca disfrutaron de este estatus; a los judíos europeos, en particular, se les negó la admisión en muchos lugares; una conferencia internacional de refugiados en Évian, en el lago de Ginebra, fracasó en 1938 debido al proteccionismo de Occidente.
La reivindicación moral de la libertad de circulación
Sin embargo, lo que sigue siendo importante es lo que Nansen tenía en mente: quería poner a cada persona en posición de decidir libremente su residencia. Hoy en día, debemos entender que la emigración o la inmigración segura y legal no es una mera ultima ratio, sino que los afectados tienen derecho moral a una compensación por el daño causado por la pérdida de su patria. En 2015, por ejemplo, una "Iniciativa Nansen" estableció un pasaporte climático para los migrantes. Se supone que el documento ofrece a las personas amenazadas existencialmente por el calentamiento global la opción de acceder a estados receptivos y disfrutar allí de derechos similares a los de la ciudadanía. Para los apátridas del mañana, en primer lugar los habitantes de los pequeños Estados insulares, esto abre vías de migración tempranas, voluntarias y humanas.
El Consejo Consultivo Alemán sobre el Cambio Global (WBGU) fue un paso más allá y recomendó que el pasaporte se concediera también a las personas de otros estados que están bajo amenaza masiva, incluidos los desplazados internos. Entre los actuales 82 millones de refugiados en todo el mundo, constituyen el grupo más numeroso. Según el principio de "quien contamina paga", los Estados con importantes emisiones de gases de efecto invernadero, tanto históricas como actuales, deben estar dispuestos a hacerlo, ya que son los principales responsables del cambio climático.
Un pasaporte climático es inevitable, porque en todo el mundo millones de personas están huyendo debido a la aparición repentina de fenómenos extremos como inundaciones, tormentas, incendios forestales y de matorrales. Ya desde 2008 hasta 2016, unos 228 millones de personas tuvieron que abandonar sus hogares temporal o permanentemente debido a este tipo de catástrofes, una media de más de 22 millones de personas al año. Esto todavía no incluye los desencadenantes de los cambios graduales, como la sequía, la degradación del suelo y la salinización de las aguas subterráneas. Según las estimaciones del Banco Mundial, un total de 143 millones de personas del África subsahariana, Asia meridional y América Latina se verán desplazadas dentro de sus países por los impactos climáticos en 2050 si no se toman medidas para contrarrestarlos.
Por ello, desde hace años se negocian pactos internacionales sobre huida y migración. El Pacto Mundial para una Migración Segura, Ordenada y Regular, una declaración uniforme sobre la migración según el derecho internacional, solo existe sobre el papel. Estados de la UE como Hungría y Austria también se negaron a firmar. Incluso la importancia de un pacto mundial -que, por cierto, no es jurídicamente vinculante- se redujo hasta tal punto por miedo a la derecha étnico-autoritaria que apenas quedó nada más que la seguridad europea en sí misma. Pero el pasaporte climático sigue en la agenda como una oferta a la población de los estados insulares llanos.
De lo contrario, un "ingrato" como el escritor Vladimir Nabokov, que en su día fue titular del "Pase Nansen" verde, podrá alegar que su color enfermizo ya revela cómo se considera a su titular: como un delincuente en libertad. Las lagunas del "Pasaporte Nansen" no hablan en contra, sino a favor de una pronta consideración del pasaporte climático.
Un utópico es solo aquel que no hace nada. En contra de lo que afirma la derecha popular, según el pacto migratorio, Europa no tiene que acoger a "todo el mundo". Sin embargo, esto no cambia la necesidad de un mayor desarrollo normativo y operativo de un cosmopolitismo humanitario. Los que persiguen una política de refugiados y energía que solo obedece a intereses nacionales a corto plazo impiden soluciones pragmáticas y multilaterales a la inmigración regulada y muy pronto se verán superados por la realidad.
Intercambio de regalos contra la pandemia
El último ejemplo de la necesidad de cooperación mundial se refiere actualmente a la gestión de la pandemia de COVID-19, que también puede abordarse únicamente a nivel internacional. En este caso, los países con déficits presupuestarios y sistemas sanitarios debilitados reciben donaciones de vacunas, medicamentos e infraestructuras médicas para que la inmunización pueda tener éxito en todo el mundo, y por tanto en cualquier otro lugar del planeta, por muy rico que sea. Porque si queda incompleta, el virus y sus mutantes pueden volver a extenderse rápidamente por todas partes, especialmente en el Norte rico.
La protección de las patentes y el comprensible afán de lucro de los fabricantes se oponen a este hecho evidente. La idea que subyace a las patentes es sencilla y no excluyente: los inventores pueden informar al mundo sobre su innovación y describirla de tal manera que, en teoría, todos los demás expertos podrían copiarla. A cambio de su apertura, obtienen la oportunidad de comercializar su invento en exclusiva durante un determinado periodo de tiempo. La demanda de levantar temporalmente la protección internacional de las patentes de las vacunas contra el coronavirus para que la población de todo el mundo pueda ser inmunizada más rápidamente y el ritmo de vacunación aumente vino de Sudáfrica y la India, donde faltan preparativos; la rápida respuesta positiva vino personalmente del propio presidente de los Estados Unidos, Joe Biden.
Las objeciones eran de carácter práctico: la complejidad de la producción de vacunas es extremadamente exigente, incluso sin protección de patentes, y se carece de capacidad de producción. Entonces, ¿se debe expropiar la propiedad intelectual? Es preferible la voluntariedad, pero las licencias obligatorias están ciertamente previstas en la legislación de la Organización Mundial de Comercio. Por otro lado, ¿es legítimo privatizar en una situación de emergencia como ésta las vacunas, que normalmente se han desarrollado con fondos públicos de investigación, es decir, con el dinero de los contribuyentes?
El presidente de Francia, Macron, también pidió que las vacunas se conviertan en un bien público mundial. El acuerdo sobre los aspectos de los derechos de propiedad intelectual relacionados con el comercio, denominado ADPIC, obstaculiza el acceso rápido a vacunas y medicamentos asequibles. Las empresas preocupadas también propusieron alternativas: Levantar las prohibiciones de exportación de las materias primas de las vacunas o regalarlas a precio de coste.
Al final, la preocupación de que una liberación suponga no invertir más en investigación no cuenta. Tampoco el hecho de que podría pasar tiempo hasta que los países del Sur global sean capaces de producir vacunas por sí mismos. La protección de las patentes les ha impedido crear esas capacidades de producción. Un cambio en la producción de bienes esenciales para la supervivencia tendría que desarrollarse básicamente en procesos de código abierto y de libre acceso.
Todo el mundo debe tener acceso a la vacuna a precios justos. Esto solo es posible con una verdadera economía del regalo y protege tanto a los estratos más ricos de la sociedad mundial como a los pobres. Eliminar la protección de las patentes es, sin duda, solo un aspecto; eliminar la injusta división internacional del trabajo e iniciar la transferencia de conocimientos en todos los sentidos es el proyecto más amplio.
Ideales y realidades
Leggewie ha pasado revista a tres ámbitos de conflicto que exigen una cooperación mundial y, más aún, un moderno intercambio de dones entre naciones ricas y pobres: el alivio de la deuda, la apertura de las rutas migratorias y la atención sanitaria solidaria. Las propuestas hacen hincapié en la igualdad de los Estados y, más aún, de sus poblaciones, por encima de los argumentos de utilidad inmediata y competencia por los escasos recursos. El planteamiento es normativo y más vale que quienes lo defienden se den cuenta de que el mundo, que las relaciones internacionales no son, por desgracia, así. Que la sociedad mundial capitalista está llena de injusticias que no pueden superarse simplemente ni siquiera codificando derechos globales para todos.
La renacionalización de la política de intereses ha aumentado la disparidad y exacerbado las fricciones. Y es cierto, como señalan los "realistas" de las Relaciones Internacionales, que el ámbito de las constituciones liberales también refleja y ha reforzado las jerarquías de poder; en verdad, el orden multilateral de la posguerra tampoco fue nunca una asamblea de iguales, sino que reflejó las disparidades materiales, las relaciones de poder coloniales y poscoloniales y el dominio de una concepción liberal occidental del mundo moderno.
Y sí: la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) nunca fue el guardián de un bien común de seguridad regional, la UE raramente un órgano de apelación para los oprimidos y ofendidos, la OMC ningún garante del comercio justo. Pero sí contaban con normas, canales de reclamación y procedimientos dispuestos a criticar y mitigar las desigualdades e injusticias, y los tribunales internacionales y los organismos de arbitraje en particular adornan sus preámbulos con ideales cosmopolitas ilustrados. Una alternativa "realista", por tanto, es solo perseguir estos ideales con más decisión, o hundirse de lleno en el caos y la anarquía.
Lo que piensen y hagan los autócratas: Por supuesto, la humanidad necesita normas vinculantes, acuerdos respetados y sanciones ejecutables contra la violación de las normas. Solo así se pueden superar problemas globales como una pandemia o el cambio climático y la extinción de especies, solamente así se puede desterrar la corrupción y la arrogancia autocrática y solamente así se puede acabar con la limpieza étnica y la persecución por motivos religiosos.
Justicia intergeneracional y un nuevo contrato con la naturaleza
Y por si todo esto no fuera suficiente desafío, la teoría y la práctica de la política internacional deben abrirse ahora en otros dos sentidos: En primer lugar, a la vista de las hipotecas ecológicas y financieras que, de hecho, han recaído sobre las generaciones sucesivas desde el siglo XIX, y de forma aún más aguda en las últimas décadas del siglo XX, con toda la carga del calentamiento global y la deuda, por lo que el contrato social clásico, que se supone que garantiza la protección de los que viven hoy, debe modificarse en un contrato generacional para los que viven en el futuro.
Y en segundo lugar, debe ampliarse en un nuevo tratado de la naturaleza que diga adiós al arrogante papel de los humanos como supuesta "corona de la creación" que podría imponer sus dictados a la naturaleza animada e inanimada. No solo los seres humanos desfavorecidos, sino también los animales, las plantas e incluso la naturaleza inanimada deben estar representados y tener voz en la política internacional en lo que se ha llamado un "parlamento de las cosas".
El Homo cooperativus no es una expresión de las fantasías cosmopolitas, agradables de tener, sino que en la dura realidad de la sociedad mundial es una ingenuidad o, como piensan algunos expertos: incluso un peligro. Porque desde hace mucho tiempo hay personas en todos los campos del saber que trabajan de forma muy pragmática y sobria en la realización de las ideas cosmopolitas. Y para quienes lo encuentren demasiado vago y marginal, sería recomendable que estudiaran las últimas sentencias de los tribunales nacionales e internacionales contra una mayor explotación de la naturaleza, la falta de protección del clima y de las especies y las cadenas de suministro inhumanas en el comercio mundial, sancionando las infracciones con tanta eficacia que las empresas privadas y la política presupuestaria pública tienen que poner a prueba su comportamiento en materia de inversiones y adquisiciones. Y en contra de las frecuentes objeciones, esta política internacional no es una puerta de entrada a la política autoritaria, sino también un medio para reforzar la participación democrática.
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