Italia
Un Scarlatti olvidado
Jorge Binaghi
Conmemorando los tres siglos del estreno de esta ópera se realizó una nueva edición crítica de la Lira di Orfeo (que actuó en el foso de la orquesta) y Luca Della Libera. Esta fue la que sirvió para la versión que se vio y oyó. Si digo que con un solo intervalo de media hora se llegó prácticamente a las cuatro horas de duración se verá que la empresa es ardua. Más si hace el calor que hizo (y por suerte al aire libre). Pero sobre todo porque me pregunto cuántos siglos pasarán antes de que se vuelva a ver este título.
Estuvo bien exhumarlo, porque para eso existen los festivales, y
también para comprender por qué muchas veces las obras olvidadas lo han sido
con justicia. Con un libreto que no es maravilloso, adaptado y con versos
hipérmetros que resultan duros al oído, sólo faltaba que se tratara del último
relato del Decamerón de Boccaccio, que probablemente debía terminar con
un cuento moralizante visto que el pretexto de la colección era una peste y que
durante las jornadas anteriores mucha ‘moralidad’ (o ‘moralina’) no había
habido, y sí un sano y desenfadado disfrute de la vida de los sentidos.
Es cierto que hay otras obras sobre el mismo tema o
parecido que resultan potables, pero lo que oí con frecuencia entre el público de
la velada fue la palabra ‘mattone’, que en italiano significa ‘ladrillo’, con
el sentido derivado que tiene también en castellano, aunque la traducción
exacta sería ‘tostón’. Y frente a eso no hay música (a menos que hablemos de un
genio) que pueda.
Aquí la música es bonita, insulsa muchas veces y con poco
contraste porque la protagonista es sometida a un sinfín de pruebas espantosas
que sufre con idéntica dignidad y resignación, el rey, su esposo, no cesa de
lamentar las torturas que le inflige para luego seguir infligiéndole otras, y
así sucesivamente.
Por suerte la puesta de Cucchi hizo lo posible por
hacernos menos dura la vida, y se inventó movimientos (ya que los personajes
son todos monotemáticos y ni sé si dignos de ese nombre aunque intentó
insuflarles toda la vida posible, lo que es ya en sí un milagro) que agilizaron
la trama, con bellos efectos de luces de Pasquale Mari, y todos los intérpretes,
más o menos dotados, siguieron las indicaciones de la directora, y además
cantaron bien o muy bien. Incluso el personaje mudo de Everardo le fue asignado
a un niño simpático y desenvuelto. Fragmentos del texto de Boccaccio se oyen
antes de cada uno de los tres actos en grabación.
No sé si fue por la temperatura, La Lira di Orfeo tuvo
algunos desajustes aunque la dirección de Petrou y su gesto justificaron su
fama en el repertorio barroco, y seguramente cree en la partitura, lo que se
agradece. El coro estuvo bien en sus breves intervenciones.
Carmela Remigio tuvo la actuación más afortunada de las
que yo le haya presenciado: el personaje se le ajusta como anillo al dedo y
puede hacer brillar todas sus virtudes musicales y escénicas que en otras
ocasiones no están siempre tan presentes.
Lo mismo cabe decir de Pe, un contratenor cada vez más
asentado y buen intérprete, de bello timbre, y buena y creíble actuación.
En el papel del ‘villano’, Francesca Ascioti hizo apreciar
buen oficio artístico y vocal, aunque su timbre sea un punto anónimo. Lo mismo
puede decirse de la pareja joven que termina de enredar y complicar las
desventuras, y si Mariam Battistelli tiene una bonita voz (tal vez le convenga
corregir algún momento duro o fijo en la emisión), Miriam Albano es un Roberto
convincente en todos los aspectos.
Krystian Adam es el único personaje con un aria (pero también le tocan, como a todos, recitativos interminables y no fáciles de memorizar), pero en ella el tenor polaco que ha estudiado en la Academia de la Scala se luce con un color homogéneo y una buena extensión que le permite incluso un salto audaz y difícil al registro grave. De lejos presenta algunos rasgos físicos comunes con su compatriota Beczala.
Se aplaudió con bastante entusiasmo.
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