Italia
‘Aida’ colonial: la visión imperante
Jorge Binaghi

Al parecer la moda actual es ‘denunciar’ el colonialismo
de esta pobre gran ópera, por lo que la acción sucede en la época de construcción del Canal de
Suez y, sobre todo, de la explotación del petróleo por las potencias
extranjeras con la colaboración de Egipto (mientras los etíopes serían los que
se rebelan contra la situación). De ahí que en la escena del triunfo se
destaquen los conductos de petróleo (que luego permanecen, pero no molestan
tanto, aunque por supuesto, Amonasro y un par de etíopes intentan volarlos en
el tercer acto) y las danzas sean la ilustración de la resistencia fracasada de
los etíopes. Los vestidos de Amneris son una maravilla de época -pero también
más cercanos en el tiempo-, las luces de van Praet una maravilla como siempre,
la coreografía adecuada al concepto, y aunque Radamès sea un explorador y por
lo tanto no parezca muy egipcio que digamos, si uno acepta (o no) la idea, todo
es coherente con ella.
Quiero decir que es la primera vez que, no estando de
acuerdo con Carrasco (que ahora parece ir por libre respecto de su anterior
colaboración con la Fura dels Baus), me parece buena o aceptable una puesta en
escena suya porque todo se explica. Hay un cuadro absolutamente soberbio que es
el del templo de Ftah (donde no hay etíopes, pero las danzas son muy
adecuadas), y tercero y cuarto funcionan. El segundo tal vez es el más flojo,
por el acto del triunfo en particular. Los personajes están bien plasmados, en
particular el de Amneris, pero eso creo que es sobre todo mérito de Simeoni y
por ella empezaré.
Habrá quien prefiera una voz más grande y más oscura. Pero,
con Borodina, es para mí la mejor hija de los faraones que he visto en público.
No una tigresa siempre con las garras afuera y soberbia hasta la comprensión -tardía-
del final. Como no lo es su hermana la princesa de Éboli del Don Carlos,
que casualmente la vez en que más me impresionó fue con Borodina. El caso es
que la voz es suficiente en extensión y volumen, aunque en un espacio tan
abierto no sobre ... Pero puedo decir que escuché frases del gran concertante
final del segundo acto que no solía oír de gargantas consideradas privilegiadas
(y lo eran).
Ahora bien, el trabajo sobre la palabra (como quería
Verdi) es absolutamente sensacional, las reacciones muestran siempre a un ser
frágil que intenta ser duro y lo consigue, pero pasando por encima de sí misma
(las reacciones durante el dúo con Aída fueron increíbles. No hablo del cuarto
acto porque ya es de imaginar lo que pudo hacer del enfrentamiento con Radamès
y de la escena del juicio). Destacaría todavía sus frases finales sobre el gran
dúo de los protagonistas y en particular sus repetidos ‘pace!’ con los que
termina la ópera supuestamente supremacista, colonialista, occidentalista y
todos los -ista que se quieran.
El único que estuvo a su altura fue el director, y eso
que algún arpa resultó ligeramente casquivana. Lanzillotta privilegió el
detalle, el recogimiento, y sólo ‘explotó’ cuando debía y en particular en la
escena del triunfo en la que las trompetas colocadas en lo alto del Sferisterio
no cometieron ni un desliz, y el grupo de refuerzo al lado de la orquesta
también intervino sin que nunca se perdiera la coordinación (lamentablemente en
dos pasajes el coro masculino no estuvo a la altura, como por lo demás si en el
resto), el equilibrio y el respeto por la voz. Para decir algo que para mí es un
inmenso elogio recordé la forma en que dirigía el gran Bruno Bartoletti, al que
alguna vez se le hará justicia. Y la orquesta, salvo el desliz apuntado,
parecía totalmente distinta de la que había escuchado casi en sordina el día
precedente.
Por lo demás hubo una protagonista adecuada si no
relevante. Leva está apresurando mucho sus pasos, y todavía es una soprano
lírica, lo que le causa problemas cuando se insiste en el centro, el grave y el
pasaje. Los agudos y sobre todos los piani son muy buenos y destacó en su
aria del Nilo -no en los dúos del tercer acto ni del segundo-, y mucho menos en
‘Ritorna vincitor!’, pero sí en el adiós a la vida del final. Es aplicada, pero
no inspirada, como actriz.
Ganci ha mejorado desde su paso por el Liceu barcelonés: se
cansa menos, no fuerza tanto (los apuros vienen siempre en el tercer acto y
sobre todo por una respiración corta y un empeño en demostrar que tiene agudo -que
lo tiene- sin que le haga ninguna falta). Intentó en el aria apianar la voz,
pero luego desistió y con razón. Su ‘modelo’ o ‘tradición’ es, salvando las
distancias, claro está, Del Monaco y no Bergonzi. El actor es convencional,
pero no molesta.
Caria en teoría tenía las cartas en regla para Amonasro,
y así fue cuando la tesitura requería su centro y grave. El agudo se estrecha y
se aclara, y como intérprete hace lo que le marcan y lo hace correctamente.
Los dos bajos fueron insuficientes (sobre todo el Ramfis)
y demostraron que no hay partes secundarias en Aída. Ni siquiera la
sacerdotisa (que se oyó mejor que otras veces, pero que en el final exhibió un
vibrato poco controlado) o el mensajero (que tiene un material oscuro de
importancia que deberá trabajar más).
Mucha asistencia, mucho éxito, en especial al final, y
una buena ovación para Simeoni tras la escena del juicio. El calor, como
siempre, ayudado por un viento nada fresco que provocó un cierto retraso ya que
las partituras de la orquesta le seguían el juego.
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