Italia
‘Uh che caldo’
Jorge Binaghi

La expresión que repite todo el tiempo el protagonista
era claramente muy actual en los días de las representaciones. El teatro o el
hotel eran los únicos lugares donde se podía estar cómodo y realizar
actividades como pensar y atender. No es ese el único mérito de la última farsa
juvenil de Rossini aunque claro, si sabemos que poco antes había compuesto La
pietra del paragone para la Scala y poco después (cuatro meses, creo) L’italiana
in Algeri también para Venecia, en la comparación pierde. Pero es una obra
muy agradable y con claros destellos de genio (la obertura el primero, con los
famosos golpes del arco de los segundos violines) que algunos (Osborne)
consideran la más original, si no la mejor. Sobre la anécdota que originó esos
golpes de arco y otras peculiaridades de composición (a las que Osborne también
alude, pero en serio), y que parece no ser más que eso, remito al relato de
Herbert Weinstock en la versión alemana de su Rossini (Kanzelmann, 1981,
págs. 39-40).
Lo que es seguro es que -como afirma Weinstock (pág. 40,
cit.)- “la ópera sin embargo tiene música electrizante y vivaz, y a menudo es
cómica y ocurrente. Con un reparto adecuado y un director […] Il signore
Bruschino puede hacer siempre su efecto.” [Traducción y subrayado míos].
Este es el ‘quid’ de la cuestión. Y no dijo nada sobre la
puesta en escena. Esta nueva producción (coproducción con Bologna y Muscat) que
es para mí la primera de sus autores, no parece nada particular. Sencilla,
buena luz y colores, vestuario actualizado pero de buen gusto, transcurre en un
velero (el ‘Castello’ original de Gaudencio) con su lancha auxiliar: esto
permite un movimiento incesante pero a veces nada fácil para quien tiene que
cantar o entonar un recitativo (que NO es lo mismo que hablar); para colmo toda
la acción se desarrolla prácticamente a un lado del escenario (el izquierdo),
con los que los espectadores que se encuentran de ese costado resultan
constantemente penalizados.
Era la primera vez que veía en vivo una de esas funciones
que ha traído el covid con la orquesta en la platea, el público en los palcos y
los actores en la escena. No puedo decir que la experiencia, aparte de curiosa,
me parezca acertada. Este teatro a la italiana, bellísimo, tiene muy buena
acústica. Esta vez claramente puso demasiado en evidencia a la orquesta y menos
a los cantantes. Spotti dirigió bien (sobre todo la mágica obertura), pero la
concertación -como es lógico- le resultó difícil por momentos, lo mismo que el
balance del sonido.
En estos términos todo estuvo correcto, pero sin mayor
relieve, y eso para una obra de hora y media sin pausa no sé si es suficiente.
La interpretación más completa provino del protagonista
de Pietro Spagnoli, en estos momentos ideal para la parte (sus ‘uh che caldo!’
fueron siempre divertidos, y eso que los tiene que repetir).
Caoduro me parecía muy prometedor como Gaudenzio y en
especial por su aria de entrada (la magnífica ‘Nel teatro del gran mondo’)
después de su muy buen Taddeo en Barcelona. Me decepcionó un poco porque
parecía golpear los agudos. Luego del aria estuvo muy suelto como actor y
seguro como cantante.
Monzó tiene la otra gran aria (‘Ah, donate il caro
sposo’, precedida de un fantástico recitativo que no fue lo bastante aprovechado)
y la cantó, como el resto, bien, pero todavía necesita más soltura en el canto y
por momentos en la actuación. Es una buena líricoligera, aunque algo
impersonal.
En diferentes niveles de corrección los comprimarios
(pero tanto a Tirotta como a Amati tendría que poder oírlos en roles de más
compromiso para decir algo en concreto; muy bien la comicidad de Iviglia y
Margheri -este último creo que con más posibilidades vocales).
El motor del equívoco (tan a la francesa de la época) es
el falso Bruschino hijo, Florville, hijo a su vez del enemigo -recién fallecido- de Gaudenzio: Swanson es una voz que no impresiona por su belleza, pero tiene
suficiente extensión y técnica para hacer frente a ‘Deh tu m’assisti amore’
primer número de la obra apenas terminada la obertura, y es muy simpático y
desenvuelto.
El público no aplaudió mucho ni con calor (ya hacía bastante de por sí), pero diría que fue deferente y se obtuvo un ‘aprobado’, cosa que no está mal pero no es suficiente ni para la obra en sí ni para el Festival.
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