Alemania
¡Hemos vuelto, aquí estamos de nuevo! Don Pasquale con caricaturas
Juan Carlos Tellechea

¡Vaya brillante puesta de Don Pasquale que nos obsequió Ansgar Weigner! Por fin se puede representar ópera con presencia de público en el Teatro de Mönchengladbach. Para los cantantes e intérpretes fue un gran alivio actuar y recibir de nuevo ovaciones en directo desde la platea, si bien no a sala llena, porque las medidas contra la pandemia todavía no lo permiten.
La orquestación moderadamente reducida de esta versión acortada a 90 minutos, sin intervalos, fue muy bien escrita por Avishay Shalom.
Es más...hay que quitarse el sombrero ante el formidable programa que armó la Comunidad de Teatros de Krefeld y Mönchengladbach casi de la noche a la mañana ni bien se presentó la oportunidad de reabrir sus salas ante el drástico descenso de casos de COVID-19.
Fueron los únicos escenarios de la región que lo hicieron. ¡Una extraordinaria labor! Y allí fuimos todos a admirarla.
La orquesta se sienta en medio de la escena (para minimizar el riesgo de infección). Se canta en el italiano original; y los diálogos son en alemán. El reparto es extraordinario. Se habla, demasiado modestamente, de arreglo escénico, pero el resultado es un excelente trabajo de la régie, con una perfecta coordinación y un óptimo equilibrio sonoro entre orquesta y cantantes.
Yorgos Ziavras y los Niederrheinische Sinfoniker encuentran con acierto ese tono de ópera bufa de Gaetano Donizetti que tanto divierte a los espectadores, con toques melancólicos que insinúan la tragedia en una comedia mecánicamente desenfadada.
El Don Pasquale de Hayk Deinyan es sólido hasta el final; un señor mayor nada antipático atrapado en los clichés de su papel y maltratado (no por culpa suya).
Su supuesto amigo, el Dr. Malatesta del barítono Rafael Bruck suena radiante y no deja lugar a dudas de quién mueve los hilos aquí.
Así que decide casar a la atractiva y joven viuda Norina (Sophie Witte) con el viejo y adinerado solterón. Witte crea su personaje con gran formato y apasionada dignidad a través de un registro de soprano no demasiado ligera.
Al final se casará con Ernesto (brillante en los agudos, no tanto en el espectro medio, Woongyi Lee), el sobrino de Don Pasquale.
El criado, notario y factotum de Robin Grunwald tiene intervenciones breves, pero que despiertan la curiosidad para verlo en papeles más grandes; al menos histriónicamente el omnipresente asistente doméstico lo hace con elegancia y buen gusto.
Al fondo del escenario y en los laterales se insertan caricaturas de gran formato (Peter Schmitz) que, por un lado, sustituyen a los decorados para captar el ambiente más bien contemporáneo y algo acartonado de la vida pequeñoburguesa de Don Pasquale, y por otro, condensan la acción con comicidad.
El concepto de Ansgar Weigner para esta puesta en escena es más que acertado, ya que la obra, ambientada con atrezos mínimos en un presente anticuado, utiliza medios teatrales probados para presentar la comedia y, antes de que ésta entre en un terreno demasiado convencional, es comentada irónicamente por las viñetas.
De manera muy ingeniosa también, se acatan las normas sobre distancia entre los intérpretes, verbigracia cuando los jóvenes amantes no pueden acercarse el uno al otro. Los actores ponen en práctica estas regulaciones con gran entusiasmo (en ocasiones, tal vez, los perfiles de los personajes podrían ser quizás un poco más puntuales), y en tal sentido Don Pasquale es una buena obra para el reinicio de la actividad lírica en varios aspectos.
Con el encanto de la comedia improvisada, que aquí se muestra de forma cautivante, la producción también subraya lo que sencillamente falta en los streamings: la presencia en vivo de los cantantes, la cercanía al público, la reacción rápida; en resumen: el verdadero ambiente teatral. Así pues, esta versión de la pieza de Donizetti es un claro anuncio de los teatros de
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