España - Cantabria
Festival de Santander 2021El piano amable de Uchida
José Amador Morales
Uno de los rasgos característicos de la presente edición del Festival Internacional de Santander ha sido la apuesta por consagradas figuras pianísticas de gran nivel como Grigori , Joaquín y Mitsuko .
Más allá del instrumento en cuestión, ese “estar de vuelta” de artistas que han dedicado su vida a la música permite en no pocas ocasiones saborear interesantes lecturas de gran personalidad, a menudo alejadas de la ortodoxia y de la mercadotecnia.
Un
poco de esto pudimos apreciar en esta cita santanderina de Uchida que, más allá
de la mera hermenéutica musical, destacó por el aspecto casi ritual, de su forma
de ofrecer y entender la música en general y la de Schubert en particular, ya
que sus obras protagonizaban en exclusiva el programa.
A este clima contemplativo, a caballo entre el ensimismamiento y cierto misticismo, contribuyeron las características intrínsecas de la propia obra del compositor austríaco -qué duda cabe- pero también aspectos tan terrenales como la ausencia de programas impresos debido a la pandemia, lo que anuló gran parte de los ruidos habituales en este tipo de conciertos (también, es de justicia señalar la concentración y silencio del público conforme se desarrollaba la velada).
Los Cuatro Impromptus D. 935 de Schubert abrieron este recital de Uchida en Santander, ofrecido sin solución de continuidad. En el Impromptu nº 1 en fa menor ofreció una mirada más espiritual que dramática, donde las sucesivas imágenes musicales fueron expuestas despojadas de tensiones extremas y dinámicas amplias.
La exquisita musicalidad de la pianista japonesa fluyó a lo largo de toda la pieza, encadenando de forma homogénea y natural fraseos plagados con numerosos cruces de manos. Como en el Impromptu en la bemol mayor, aquí con una atinada transparencia de las líneas melódicas y dotando de notable intensidad el uso pedal en la armonización del primer tema, bien que el instrumento, al ser exigido un punto más, manifestó su desigual balance en el registro grave. Los pasajes tendentes al piano o pianissimo fueron de gran belleza, al igual que la gradación dinámica de la coda.
Las variaciones del Impromptu nº 3 fueron desgranadas con un fraseo sincero y natural: Uchida imprimió en la tercera una acertada fantasía a la hora de encarar todos los adornos y figuraciones sobre la melodía principal, ejecutados con gran limpieza y sensibilidad; presentó la cuarta, en cambio, más apasionada y netamente romántica; el virtuosismo tamizado de musicalidad destacó en la sexta… El Impromptu nº 4 con su aire danzable, por momentos orgiástico, y sus expresivas modulaciones, supuso en manos de la pianista japonesa todo un pulso entre virtuosismo y musicalidad, saldado inevitablemente en favor de esta última.
Para cuando la Sonata en Sol Mayor D. 894 tomó forma sonora a lo largo de sus cuarenta y cuatro minutos, el público del Palacio de Festivales cántabro estaba totalmente embelesado y entregado a la causa de esta personal celebración schubertiana. Y es que desde los aparentemente sencillos pero contundentes acordes iniciales el piano de Uchida ya atrapaba hasta desplegar alas y sublimarse en la arquitectura monumental de la pieza. Reflexiva en el primer tema y afable en el segundo, el desarrollo alcanzó su clímax dinámico en torno a los acordes que enfatizan el tema principal con un estiramiento algo arbitrario del tempo, en un muy personal concepto del rubato bien que de poderoso efecto expresivo. En el ‘Andante’ destacó la forma de acentuar con dulzura las escalas descendentes que responden a la frase principal, logrando un sonido de gran pureza idiomática. El ligero contraste rítmico fue la característica de un ‘Minueto’ algo desprovisto de ímpetu, mientras que el ‘Allegretto’ supuso una vuelta al carácter más amable y contemplativo con el que Uchida planteó primordialmente la obra.
Finalmente, la pianista japonesa se hizo de rogar y, ante los entusiastas aplausos, sorprendió con un único bis, el ‘Langsam’ de las Seis pequeñas piezas para piano op.19 de Schönberg, en lo que vino a ser una suerte de detonación controlada de la romántica schubertiade previa.
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