Alemania
Klavier-Festival Ruhr 2021Anne Queffélec en el Klavier-Festival Ruhr en homenaje a Alfred Brendel
Juan Carlos Tellechea

La gran dama francesa del piano, Anne Queffélec, ha retornado a los grandes conciertos y debuta este miércoles en el Klavier-Festival Ruhr, rindiendo homenaje a su maestro Alfred Brendel, presente asimismo en la Sala Robert Schumann, de Düsseldorf, con motivo de su nonagésimo aniversario.
Los organizadores del festival trataron infructuosamente durante largos años de conseguir que Queffélec participara en alguna de sus ediciones, pero siempre chocaban con la congestionada agenda de la pianista, constantemente de gira, incluso por Estados Unidos, Canadá, Hong-Kong y Japón, además de su asistencia a numerosos festivales en Francia y Gran Bretaña. Tras el obligado alto por la pandemia Anne Queffélec regresa ahora a los escenarios y lo hace con gran energía y entrega.
Ágilmente abre la pianista este recital con la Sonata en si menor de Haydn. El Allegro moderato suena nervioso en sus manos de pulsación segura, clara, algo distante y equilibrada. En el reposado Menuet muestra una vez más su gran virtuosismo y fluye rápidamente, sin interrupción hacia la fuerte correntada del Finale presto. Aquí destaca el tema machacón del comienzo que se intercala con otros momentos de tranquilidad casi perturbadores. En comparación con otras sonatas de Haydn, ésta parece sombría, agitada, a veces extraña y vehemente.
Queffélec, para quien la música dice más sobre la existencia humana que cualquier palabra, tiene una forma de hacer música muy íntima y profunda. A su maestro Alfred Brendel debe su amor por Wolfgang Amadé Mozart. La Sonata en si bemol mayor la interpreta en el Allegro con gran fluidez y perfección, pero sin ostentaciones. Se consagra en una exploración incesante de los agitados momentos de gran actividad que vivía el compositor en esa época (1783). (Algunos extractos de ejecuciones suyas, bajo la dirección de Sir Neville Marriner, integraron la banda sonora del filme Amadeus (1984) de Miloš Forman ganador de ocho premios Oscar).
La pianista se yergue ante el teclado y guarda un respetuoso silencio antes de comenzar el Andante cantabile, un paseo muy contenido por un camino solitario, ejecutado de forma bastante moderada, cuidadosa, sin arrebatamiento, siguiendo un tempo prudente, mesurado, con una digitación clara y transparente. El arrebato comienza realmente en el Allegretto grazioso final, pleno de vida, brioso. En ese constante discurrir entre las teclas, Queffélec hace oscilar la pieza entre la exuberancia y la solemnidad, entre la ternura y la gracia.
Con Miroirs, de Maurice Ravel, dedicado a los Apaches, sus amigos de la bohemia parisina, continúa ese mismo fluir. Unos duendecillos surgidos de los dedos de la pianista desatan una cascada de colores en Noctuelles (dedicado por Ravel al poeta Léon- Paul Fargue); juega con los Oiseaux tristes (dedicado al pianista Ricardo Viñes) hasta que se apaga su trinar melancólico, antes de ganar enorme vigor en Une barque sur l'Ocean (dedicado al pintor, pianista y escenógrafo Paul Sordes). El movimiento del mar, el fuerte batido de las olas es desveladoramente gráfico aquí.
Esa misma inquietud, esa falta de serenidad es la que atrapa Queffélec en la Alborada del gracioso (dedicada al crítico musical Michel Dimitri Calvocoressi) con una fuerza y energía magníficas que se traslucen también de forma brillante en La vallée des cloches (dedicada al compositor Maurice Delage), en una bellísima interpretación de la pianista, muy concentrada en estos pasajes, con los que se disponía a poner fin al concierto.
Sin embargo, las ovaciones fueron tan tempestuosas que por último Queffélec, una de las grandes pianistas de su época, nos regaló el Minueto en sol menor de Händel (HWV 434), arreglado por Wilhelm Kempff, con una sensibilidad tan grande, de manera tan delicada, tan amorosa y sensual que era ella misma vertiéndose hondamente en su interior de forma meditativa y reflexiva para expresarnos sus sentimientos más allá de lo inefable.
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