España - Galicia
Ferrol no Camiño 2021Un pianista poderoso, un concierto exigente
Maruxa Baliñas
Josu de Solaun (Valencia, 1981), el pianista que cerró la presente edición del I Festival de Música Clásica 'Ferrol no Camiño', volvió a plantear un concierto exigente como el que abrió el festival, el de Daniel Rivera apenas dos semanas antes. Aunque si Rivera se centró en Liszt, Solaun prefirió hacerlo en Chopin y sobre todo en Schumann, con la Gran Sonata op. 11 -poco habitual- como cierre del concierto.
Las dos obras de Chopin que abrieron el programa volvieron a ser las 'piedras de toque' del programa. Para mí -que no disfruté de las versiones de Katsaris- lo que hizo Solaun fue maravilloso, mientras algún aficionado 'buen conocedor' de entre el público me comentó que le había horrorizado, que eso no era Chopin sino 'machacar' el instrumento. Me llaman la atención estas 'disonancias' de opinión, que me hacen suponer que la tradición chopiniana puede estar en crisis y que en este momento no hay un estándar ampliamente reconocido al que poder remitirse.
Es indudable que Solaun tiene una técnica poderosa, que le permite hacer lo que quiere, que su sonido es potente, que no hay ni en la Balada op. 52 ni en el Scherzo op. 39 nada que le impresione desde el punto de vista mecánico, pero otra cuestión es la expresividad. ¿Queremos un Chopin romántico al estilo de los Nocturnos? ¿Se pueden y deben hacer las obras más brillantes -Baladas, Scherzi o Impromptus- con la intensidad de Solaun? ¿Qué esperamos de Chopin: romanticismo, languidez, potencia, melodismo, ritmo?
La siguiente obra del programa, el Vals Mefisto de Liszt, fue más 'convencional'. Liszt casi siempre es un compositor con el que lucirse como pianista y esta es una obra muy agradecida: al público le gusta mucho por su capacidad evocativa y a un pianista con la técnica de Solaun le permite explayarse y mostrar su variedad dinámica y calidad de sonido, aunque -como le había pasado el primer día a Rivera- el piano no siempre respondió a sus exigencias.
La Arabesca op. 18 de Schumann también es una pieza que suele gustar al público pero es raro escucharla en una versión tan brillante como la ofrecida por Solaun, con un impecable control del pedal que permitía una riqueza armónica que por momentos se podría denominar opulenta. Fue sin embargo la Gran Sonata op. 11, también de Schumann, la que hizo elevarse este concierto a un nivel superior. Como antes indicaba, es poco habitual en las salas de concierto porque no es una obra de fácil interpretación. Schumann la compuso siendo todavía un compositor bastante novato y mezcla cosas muy distintas (episodios burlones o juguetones junto a otros sensibles y románticos, lenguaje moderno y conservador, etc.), lo que hace que no sea fácil darle unidad. Solaun lo consiguió gracias a una concepción sobria pero inteligente, y la Sonata sonó como un todo, al tiempo que nos hacía disfrutar de sus momentos más logrados, especialmente en ese segundo movimiento, 'Aria', que sonó como Liszt decía que debía sonar: "una canción muy apasionada, expresada con plenitud y calma".
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