España - Valencia
Músicas de reparación y memoria
Daniel Martínez Babiloni

En enero de 1937, Valencia era la capital de la II República española. El frente aún quedaba lejos: “Nosotros hacemos la guerra porque nos la hacen. Nosotros somos los agredidos”, afirmó el presidente Manuel
“¿Qué fue de la vida de los músicos que estuvieron aquí [penal de San Miguel de los Reyes]?”, se pregunta uno de los personajes de Música empresonada. “Sobrevivieron. Solo eso”, respondía el programa de mano. Las voces de todos ellos fueron silenciadas y posteriormente ignoradas, como escribe
Y, aunque Música empresonada es una “construcción imaginada” (lleva representándose desde 2019), cuenta con la solidez de un cuidadoso proceso de documentación. Según nos informó Pastor, de los 4.000 prisioneros que llegó a albergar la cárcel de San Miguel de los Reyes, pudo recopilar dos centenares de expedientes en diferentes archivos españoles, de los que 68 corresponden a los músicos que cumplieron su condena entre estos muros. Además, el proyecto contó en sus fases iniciales con la asesoría de la Doctora de la Universidad de Granada, Elsa -Carramolino, promotora de El silencio roto, una plataforma digital que compila las experiencias musicales en recintos penitenciarios durante la dictadura franquista.
Por su parte, el dramaturgo Toni Tordera consigue que las tres localizaciones en las que transcurre cada uno de los actos se constituyan en un personaje más, y no secundario. Como en algunas de esas series que están de moda en las plataformas digitales, el espacio geográfico modela la personalidad de sus habitantes, condiciona sus conductas y perfila sus pensamientos.
En la entrada del monasterio se rememora lo que pudo ser la celebración del aniversario de la proclamación de la Republica en una ciudad de retaguardia, en el patio de la prisión vemos seis escenas protagonizadas por los “hombres [y mujeres], prisioneros, guardianes y cómplices […], que salieron o fueron sacados” y en la iglesia se reconstruye el opresivo ambiente de posguerra sufrido por los supervivientes.
Músicos que, por serlo en la cárcel, tuvieron ciertos privilegios, como redimir con más celeridad sus penas o gozar de 50 centímetros de suelo para dormir, cuando en un mismo jergón dormían hasta tres presos, si no lo hacían de pie. Empero, ni el exilio les libró de la represión: “la cárcel llevo dentro de mí”, proclama el tonadillero trasunto de
Diferentes conjuntos instrumentales se encargan de sonorizar este terrible paisaje: la ficticia Banda de Rascanya y la real Banda de San Miguel de los Reyes están formadas por una sección de la Unió Musical de , dirigida por (el maestro Chapa), y un cuarteto de cuerda con piano se encarga del reencuentro tras la guerra y de las músicas alimenticias creadas para cafés, teatros y clubs.
Así, los desenfadados pasodobles, polcas, algún fox-trot y coplas dan paso a músicas religiosas y marciales, creadas por algunos de los autores apresados, en un proceso de desideologización estructurado y reglado. Los himnos que antes cantaban a la fraternidad y al espíritu de lucha lo hacen después al “amor de los amores” y a la religión.
La gracia del provocador tonadillero en el exterior se torna miedo en el interior al grito de “¡maricón!” y, si alguna madre canta una cançó de bressol o se habla en valenciano, los carceleros obligan a que se haga “¡en cristiano, coño!”.
Por último, y, no menos importante por su simbolismo, enumeraremos las músicas que enlazan cada acto con el siguiente: sirenas que alarman de los bombardeos, la pieza electrónica Una joven República, de Pep Llopis, y versos de Vicent Andrés Estellés, el “Adagio” del Concierto para violonchelo op. 85, de Edward Elgar, compuesto tras la Primera Guerra Mundial, y “Louange à l’éternité de Jésus”, del Cuarteto para el final de los tiempos, escrito por Olivier Messiaen en el campo de prisioneros de Görlitz.
Tampoco falta el silencio. Un silencio interrumpido por el helador tañido de una campana y el redoble trágico de un tambor. “Palabra, música y silencio” son los mimbres de Música empresonada, donde se pretende que el espectador “escuche, mire y piense”.
Pensar, como Azaña, en un país comprehensivo, “en sus tierras, fértiles o áridas; en sus paisajes, emocionantes o no; en sus mesetas, y en sus jardines, y en sus huertos, y en sus diversas lenguas, y en sus tradiciones locales”.
Pensar, como Tordera, en que sin aquellos hombres y mujeres “nada seríamos de todo lo que creemos anhelar”. Y pensar, como Pastor, en la reparación y en un futuro que aleje para siempre las sombras de aquel horror.
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