España - Madrid

Duende y tronío

Germán García Tomás
viernes, 29 de octubre de 2021
Centenario de Antonio el Bailarín © 2021 by Ballet Nacional de España Centenario de Antonio el Bailarín © 2021 by Ballet Nacional de España
Madrid, viernes, 15 de octubre de 2021. Teatro Real. Ballet Nacional de España. Centenario de Antonio Ruiz Soler. Estreno en el Teatro Real. Dirección artística: Rubén Olmo. Dirección musical: Manuel Coves. Orquesta Titular del Teatro Real. Programa: Sonatas. Música: Padre Antonio Soler. Coreografía: Antonio Ruiz Soler. Vito de Gracia. Música popular. Coreografía: Rosario y Antonio. Estampas Flamencas. Música popular y de Enrique Bermúdez, Diego Losada y Víctor Márquez. Coreografía: Rubén Olmo y Miguel Ángel Corbacho. Leyenda Asturias. Música: Isaac Albéniz. Coreografía: Carlos Vilán. Zapateado: Música: Pablo Sarasate. Coreografía: Antonio Ruiz Soler. Fantasía Galaica. Música: Ernesto Halffter. Coreografía: Antonio Ruiz Soler. Escenógrafo original y figurinista: Carlos Viudes. Carmen Solís (soprano). Ocupación: 95%.
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Inaugurando la temporada de danza del Teatro Real, el Ballet Nacional de España dirigido por Rubén Olmo ha rendido tributo a quien fuera una de las personalidades más influyentes en la historia de esta institución, Antonio Ruiz Soler, conocido como Antonio el Bailarín, un artista polifacético de quien se cumple el centenario de su nacimiento en el presente año y que fue director del BNE en el trienio 1980-1983. 

En esta serie de cinco coreografías propias y ajenas que ya han visto su estreno como antología en abril en el Teatro de la Maestranza de Sevilla, el flamenco es el vehículo fundamental, un estilo de baile que Ruiz Soler paseó con orgullo con su compañía y erigió a categorías difíciles de igualar en nuestros días.

Han sido el propio Olmo y Miguel Ángel Corbacho los artífices del diseño de todo un cuadro de raíces y pura esencia andaluza en Estampas Flamencas, quizá la propuesta más impactante de la velada, gracias al arte inigualable de guitarristas de raza como Enrique Bermúdez, Diego Losada y Víctor Márquez, con el cante de Juan José Amador “El Perre” y Gabriel de la Tomasa, un tapiz sonoro para el despliegue coreográfico del cuerpo de baile, extendiéndose en el principio una atmósfera tensa y oscura, continuada, mediante un severo ritual, activado por un ejército de bailarines masculinos que se entregan zapateando al irresistible empuje del duende y el quejío que les sirven de base sonora. 

Un trabajo coreográfico que supone todo un tablao flamenco extendido en donde acapara la atención más adelante la pareja de baile, con los cantos populares como protagonistas y los textos que el vigoroso y encendido cante convoca, pertenecientes a autores muy diversos como Federico García Lorca, Gracia de Triana o QuinteroLeón y Quiroga, junto a las letras de ambos cantaores, y que en el gran broche final despliega unas espectaculares y floridas sevillanas que entronizan el cuadro flamenco en su conjunto en un vergel de ritmo, colorido y tronío.

Los sones populares del Vito aleteaban en esta gran puesta en escena, la más extensa de este ciclo, y la orquesta, callada durante la misma, había enunciado justo antes, en un arreglo colorista, la misma melodía andaluza en Vito de Gracia, un dúo de ritmo intenso, vitalista, lleno de frenesí y mucho arte, en lo que ha sido la resurrección de la coreografía original de Rosario y Antonio para la gran pantalla, una breve visita al cine hollywoodiense. 

El zapateado en colectivo había sido uno de los primeros elementos de Estampas Flamencas, y en la coreografía de la célebre pieza de Sarasate que lleva precisamente ese título, perteneciente a sus danzas españolas para violín y piano (aquí con acompañamiento orquestal), es el motor generador del ritmo coreográfico, un espectáculo asombroso que el bailarín solista lleva a un elevado nivel. 

El monólogo de zapateos, con múltiples gradaciones e intensidades, resucita la coreografía original de Ruiz Soler, una de las piezas que representa su mayor distintivo, llegando a hipnotizar al espectador entre oleadas de taconeos. Siguiendo con los solos, el diseñado por Carlos Vilán para la no menos famosa Asturias (Leyenda) de Albéniz es un dechado de fascinación y embrujo femenino. Un imaginativo solo impregnado de esencia andaluza y aires flamencos.

La belleza plástica de los grandes conjuntos hace acto de presencia en Sonatas, la primera propuesta que abría este homenaje y que no se veía en escena desde su estreno en este coliseo en 1982. La noble música para tecla del Padre Antonio Soler es la base para la lujosa puesta en escena, que nos transporta a la Ilustración española por medio de un vestuario realista y sofisticado, y unos pases de danza elegantes, señoriales, que, en equilibradas armonías y simetrías perfectas, hacen bascular y cimbrear el movimiento al compás de las cadencias del original para teclado. La riqueza de la escuela bolera entendida por Ruiz Soler transpira aquí por doquier. 

Todo el cuerpo de baile es igualmente protagonista en Fantasía Galaica de Ernesto Halffter, en donde el folclore de origen gallego y los modismos de la magistral partitura se cristalizan visualmente en hermosas y estilizadas líneas a través de todas las escenas que componen la obra, con un lírico y sincopado paso a dos con entrechocar de conchas de vieira que es un completo heredero de los ballets decimonónicos, aunque aquí todo está revestido de un mayor componente ritualista y campestre, desembocando en una desenfrenada apoteosis en el cuadro final.

A lo largo y ancho de este homenaje a Antonio Ruiz Soler de hermosa factura estética, se ha visto mucha entrega corporal e instrumental -por el recurrente toque general e individual de castañuelas- en los componentes de un Ballet Nacional de España en estado de gracia, destacando los solos de María Fernández, Débora Martínez, Miriam Mendoza, José Manuel Benítez, Albert Hernández y Carlos Sánchez, con los bailarines invitados Esther Jurado y Francisco Velasco. A destacar asimismo el trabajo de Rubén del Olmo, protagonista del taranto en el gran cuadro flamenco. 

En completa coordinación con el escenario, el maestro Manuel Coves dirige con esmero, brío y atención al detalle tímbrico un repertorio, el de ballet, del que se está convirtiendo en notable especialista. Gracias a su labor desde el foso, el espectáculo se eleva al nivel que el Ballet Nacional merece y del que Antonio El Bailarín estaría muy orgulloso, como digna resurrección de su estilo y carisma.


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