España - Cataluña
‘Let us sleep now’
Jorge Binaghi

La frase
es la última de uno de los poemas ‘no sacros’ que cantan los solistas
masculinos mientras el coro entona el ‘requiescant in pace’ para poner punto
final a la monumental y magnífica obra de Britten, que ahora se ha visto en el
Liceu escenificada. Me permito repetirme de la anterior reseña sobre el mismo
título publicada aquí mismo porque sigue siendo una obra desdichadamente no del
todo bien conocida aunque sí apreciada en lo mucho que vale.
“[…] el
gran Benjamin Britten había aprovechado la oportunidad de la reapertura en 1962
de la catedral de Coventry bombardeada a finales de la segunda guerra para una
original obra de tolerancia y pacifismo […], que debían cantar un inglés -su
‘long time companion’ Peter Pears-, un alemán –nada menos que un Fischer
Dieskau- quienes cantarían los textos ingleses antibélicos de Wilfred Owen
(muerto en la primera guerra mundial), y una rusa -la gran Vishneskaya- que al
final se quedó en su patria por esas cosas del cáncer de paranoia, mediocridad
y burocracia que dio por tierra con el socialismo real. Por suerte ahí estaba
la gran Heather Harper para aprenderse la parte en diez días (y el latín que
canta la soprano con el coro, el ‘tradicional’ texto del réquiem será fácil,
pero la parte no) y a ella se la escuché las dos primeras veces que oí este
Requiem a tantos años de distancia (en su estreno argentino en 1966 y en su
última actuación pública en Nürnberg para recordar los cincuenta años del final
de la contienda -al menos en Alemania).”
Habiendo
tenido el privilegio de conocer a Harper en la vida cotidiana sé perfectamente
qué hubiera pensado de la idea de poner decorados y vestuario a este Réquiem,
pero tengo que añadir que, si no me parece agregar nada y sí distraer un poco
de texto y música, no se han producido aquí las tropelías que, con el mismo
tipo de obra, han tenido que sufrir Verdi y Mozart (y Bach, aunque en su caso
el objeto de interés hayan sido sus Pasiones y no un requiem) y varios otros
oratorios de diversos autores (Haendel es un caso bastante peculiar y aparte,
pero cómo no, lo escucharemos en concierto igual que una próxima ópera barroca).
Eso sí, nunca había visto tantos asociados a los aspectos escénicos.
Lo mejor fueron las luces y el movimiento del coro. Aunque no leo (y menos en un programa de mano virtual que debería coexistir con el de papel) las explicaciones de los directores de escena y otras elucubraciones, al parecer el final con profusión de árboles y plantas y pimpollos de flores quiere indicar la esperanza y el predominio de la naturaleza sobre el pobre mundo humano. Yo no he visto en la obra una glorificación de la primera y sí (especialmente en los poemas, pero también en el texto latino) la conmiseración y piedad que causan la locura y estupidez humanas. Será la obra de un pacifista que lo pagó bastante caro por serlo (no fue el único; Bertrand Russell fue otro), pero no me parece que el texto deje mucho lugar al optimismo o a la exaltación del mundo natural (que en todo caso nos estamos cargando con esmero).
Dicho esto
fue un espectáculo visualmente bello, muy bien iluminado, y obviamente la parte
menos lograda fueron las evoluciones de los solistas (la soprano, como estaba
siempre rodeada del coro, algo mejor). Se trata de una coproducción con la ENO
londinense y el National Kaohsiung Center for the Arts (Weiwuying).
Fue la
primera prueba del coro con su nuevo director y el resultado pareció entre
bueno y muy bueno, y con excelente predisposición para la parte actoral. La
ovación que acogió a Pons al final de su agotadora labor rubricó la excelente
actuación que ha realizado no sólo en este caso sino también en sus esfuerzos
por mejorar, como ha sucedido, la orquesta (no entiendo por qué este organismo
-que conoció momentos realmente críticos- sigue teniendo mala fama entre varios
colegas dentro y fuera de España). También fue excelente la actuación del coro
de niños.
De los
solistas, que respetaban el deseo inicial de Britten, incluso para el mismo
tipo de voces, se puede decir que estuvieron muy bien, cada uno con sus
cualidades. Por ejemplo, Pavlovskaya demostró que podía hacer bien algo que no
fuera ópera italiana (en especial Verdi y Puccini) aunque confieso que su latín
me sonó exótico. La parte es difícil y lució segura y pareja en todo el
registro.
Padmore
debutaba en el Liceu y la elección del título fue ideal. El timbre no es
precisamente bello, pero canta bien y con intención, y el hecho de ser el único
con el inglés de lengua natal lo ayudó aún más.
No es
que el inglés de Goerne no sea magnífico (a mis oídos no ingleses resultó el
más claro), y el barítono alemán cantó estupendamente y además tuvo la suerte
de una parte que siempre resulta ser la más agradecida (aunque las dificultades
para los tres sean parejas). Es sólo una suposición, pero como Britten tenía
presentes las voces para las que escribía, puede ser muy bien el color de
Fischer Dieskau, que de los tres (como en este caso también) era el más bello.
Aunque
el Teatro no estaba colmado, sí estuvo muy poblado, no noté más que una
deserción en los pisos bajos, y los aplausos parecían muy sinceros en el
entusiasmo. Una buena noticia. A ver cuándo tenemos una verdadera ópera de
Britten en escena.
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