Portugal
À Volta do Barroco 2021Tres lecciones de programación (I)
Paco Yáñez

El sábado 6 de noviembre de 2021 tuve la oportunidad de participar en la que es ya segunda temporada de los encuentros que sobre música contemporánea organiza y modera Ruth Prieto en Enclave contemporáneo. Fue, aquélla, una conversación que tuvo como tema «Programar la música de hoy»: un diálogo en el que repetidamente se mencionó, como ejemplo de buenas prácticas al respecto, a la Casa da Música de Oporto, un auditorio en el que, como reclamé en dicho foro, se integran la música del pasado y la del presente como un sólo trazo histórico que dialoga entre sí, haciéndolo desde las piezas más importantes tanto del repertorio tradicional como del actual.
Precisamente, el mes de noviembre nos ofrece en Casa da Música uno de los mejores ejemplos anuales al respecto: el festival À Volta do Barroco; una cita que en 2021 se extiende del 5 al 21 de noviembre, y de la cual en Mundoclasico.com les daremos cuenta, a lo largo de los próximos días, de las que fueron tres jornadas inaugurales de dicho festival: unos conciertos marcados por la organización de cada uno de los programas de modo que dos formaciones instrumentales residentes en Casa da Música compartían cartel, teniendo al frente a reconocidos directores de prestigio internacional, especializados en los repertorios que nos iban a presentar: otra de las señas de identidad por antonomasia del principal auditorio portuense (a día de hoy, seguramente, el más imaginativo de la península ibérica).
El concierto inaugural de À Volta do Barroco reunió a la Orquestra Barroca Casa da Música (OBCM), bajo la dirección de su titular, Laurence Cummings (flamante director, desde esta temporada, de la histórica Academy of Ancient Music), y a la Orquestra Sinfónica do Porto Casa da Música (OSPCM), con Christian Zacharias al frente: un encuentro que, además de en el festival otoñal que cada año nos acerca a la música antigua en Oporto, se engloba en el Año Italia que en 2021 disfrutamos en Casa da Música, y que ha marcado sobremanera (aunque no de forma exclusiva) los tres primeros conciertos de À Volta do Barroco, con una presencia muy destacada de compositores trasalpinos de ayer y de hoy
Tal fue el caso de la primera parte del concierto del viernes 5 de noviembre, en el que la OBCM nos acercó al barroco italiano en unas condiciones realmente sobresalientes, mostrando la formación lusa un estupendo estado de forma. Hacía tiempo que no escuchaba a la orquesta dirigida por Laurence Cummings, y la verdad es que no puedo más que alabar su crecimiento a lo largo de los últimos años, convirtiéndose en la más grata sorpresa y revelación de estos primeros conciertos de À Volta do Barroco. Es una pena que la gran verticalidad de la Sala Suggia no ayude a la proyección de los instrumentos antiguos (o réplicas), algo que afectó especialmente a la primera partitura del programa, la sinfonía de la ópera L'incoronazione di Dario RV 719 (1684), de Antonio Vivaldi (Venecia, 1678 - Viena, 1741). Sin embargo, y a pesar de esa limitación acústica, pudimos disfrutar de una versión marcadamente vital, caracterizada por la continua creación de planos y diálogos a través de un uso muy inteligente de las dinámicas, generando ecos y espacios dentro del reducido ensemble vivaldiano. La OBCM no es una formación tan agresiva ni tan moderna como Il Giardino Armonico o Europa Galante (por citar dos de mis agrupaciones barrocas italianas predilectas), yendo sus derroteros estilísticos más por la línea británica que parece les ha marcado el propio Cummings (así como el concertino que hoy los lideraba, Huw Daniel), lo que depara un sonido algo más distante, pero muy transparente y equilibrado, además de seguro: razón por la que quizás no alcancemos las cimas interpretativas vivaldianas de los grupos italianos antes citados, pero sí los muy notables niveles que el pasado día 5 vivimos en la pieza de apertura del programa.
La segunda página de la noche fue el Concerto grosso Nº5 en re menor de Domenico Scarlatti (Nápoles, 1685 - Madrid, 1757), en el arreglo publicado en 1744 por el compositor Charles Avison (Newcastle, 1709-1770), una obra en la que la OBCM pudo desplegar un mayor sonido y empaque, así como un virtuosismo orquestal más completo, con una mención muy especial para el estupendo Huw Daniel, así como para ese enorme violonchelista que es Filipe Quaresma, un intérprete al que hemos escuchado noches memorables tanto en la Orquestra Barroca como en el Remix Ensemble, mostrando esa cada vez más habitual dedicación que muchos músicos tienen a los extremos del repertorio, de los que extraen tantas ideas comunes y rasgos que nos muestran que la modernidad es una línea de desarrollo que recorre intemporalmente la historia. Brillante sonido, el de la OBCM en este Scarlatti revisitado por Avison, atacado con una gestualidad muy marcada, así como con un fraseo de excelente gusto: ése que caracteriza, hoy en día, a las mejores orquestas de instrumentos antiguos y que las hace, al mismo tiempo, formaciones de gran atractivo y modernidad (incluso, en cuestiones que podrían parecer baladí, como su indumentaria y sus movimientos sobre el escenario, que tan encorsetados dejan, por comparación, a los músicos de las orquestas sinfónicas tradicionales —como comprobaríamos en la segunda parte del concierto—).
Recalar, tras escuchar el soberbio arreglo de Charles Avison, en el Concerto grosso en re mayor opus 6, Nº4 (c. 1708) de Arcangelo Corelli (Fusignano, 1653 - Roma, 1713), es como volver a los orígenes mismos del género. De hecho, en sus magníficas notas, Fernando Miguel Jalôto dice que la del concerto grosso fue la mayor contribución de los compositores italianos al desarrollo de la música instrumental barroca, situando al propio Corelli como su inventor (al que, igualmente, califica como su máximo exponente). Parte del gran cuidado de la OBCM viene dado por una exquisita afinación individual y de conjunto, algo que reforzó Laurence Cummings, desde su propio órgano, antes de atacar el opus 6 de Corelli. Ya metidos en faena, el director británico marca un tempo rápido y animadamente vivo, con continuas interpelaciones entre los primeros y los segundos violines, muy vibrantes, y en cuya articulación armónica han estado siempre actuando como eje tanto el propio Cummings, al órgano, como Silvia Márquez, al clave, creando una verticalidad en el sonido que confiere la mayor proyección orquestal de esta página, jugando el director con los distintos diálogos que Corelli tiende, una y otra vez, entre las distintas secciones de la orquesta.
En el 'Adagio' ha mandado el legato, con un fraseo muy orgánico, bello y delicado, en el que el solo de Huw Daniel rubrica ese concepto tan británico del sonido instrumental de la OBCM. Ello apuntala la transparencia y la serenidad del 'Adagio', su gran equilibrio y hermosa articulación, en uno de los momentos más redondos del concierto (por más que echemos de menos algo de esa chispa de los conjuntos italianos al regresar al 'Vivace'). En todo caso, el tercer movimiento ha sido vital y juguetón, con continuos cambios de voces y relieves; como muy notable ha resultado el 'Allegro' final, tanto en fraseo como en construcción, bien apuntalada desde los violines primeros y su paso en los temas a los segundos: una buena muestra de que en sus cuerdas tiene la OBCM a una de sus principales bazas interpretativas.
Arcangelo Corelli estuvo presente, asimismo, en la partitura que cerraba la primera parte del programa, así como la participación en este concierto de una Orquestra Barroca Casa da Música a la que volveríamos a escuchar, de nuevo con dirección de Laurence Cummings, el domingo 7 de noviembre en este mismo escenario. Ahora bien, en este caso la Sonata para violín opus 5, Nº12 (1700) de Corelli se filtró a través del Concerto grosso "La Follia" en re menor (1729), de Francesco Geminiani (Lucca, 1687 - Dublín, 1762), que fue la obra con la que Cummings rubricó su dirección esta noche. También lo hizo un Huw Daniel que en "La Follia" demostró por qué es el concertino de la Orchestra of the Age of Enlightenment: una de las formaciones punteras de este repertorio en toda Europa.
Y es que, retomando la sonata corelliana, Francesco Geminiani concede un enorme protagonismo, en su Concerto grosso, al violín, algo que fue aprovechado por Huw Daniel, que ofrece el punto exacto entre virtuosismo, elegancia y precisión técnica, refrendando ese sonido británico al que nos hemos referido en este reseña, y que comparte con el propio estilo de la OBCM. Ello depara, de nuevo, una gran transparencia en los sucesivos cambios de escala y acompañamientos entre los distintos grupos camerísticos que Geminiani articula en la orquesta. Expresiva y técnicamente, han sido muy disfrutables los pasajes confiados, respectivamente, a trío y a cuarteto de cuerda, así como su acompañamiento con clave, confiriendo volumen y un color muy de época. Es algo que se extiende a un 'Adagio' de gran propiedad estilística, bien fraseado y cálido, pero rehuyendo toda afectación o ese deje romántico que tan nefasto ha resultado en muchas de las interpretaciones con orquestas modernas que hemos padecido a lo largo del siglo XX. Destacar, igualmente, a las maderas de la OBCM en los compases finales de este intrincado juego de variaciones que es "La Follia", con una muy vital aportación tanto de oboe como de fagot, redondeando una primera parte del concierto que nos ha dejado con ganas de escuchar más a una formación, la Orquestra Barroca Casa da Música, que es —por lo escuchado este primer fin de semana de noviembre— otra de las joyas instrumentales que encierra el soberbio edificio de Rem Koolhaas.
Tras una nueva pausa técnica, que ha vuelto a sustituir al habitual descanso entre ambas partes del concierto (cambio motivado por las medidas sanitarias derivadas de la pandemia, pese a los excelentes datos de vacunación de Portugal, un país en el que prácticamente se vive la nueva (a)normalidad a pie de calle), fue la Orquestra Sinfónica do Porto Casa da Música la que subió al escenario, con el director Christian Zacharias al frente: batuta con la que la OSPCM afrontaría sus conciertos de los días 5 y 6 de noviembre en el marco del festival À Volta do Barroco.
Si tenemos en cuenta, precisamente, ese contexto, la presencia de los instrumentos modernos no resulta, ni mucho menos, lo más adecuado para atacar la primera partitura de su programa: un Concerto grosso en la menor opus 6, Nº4 HWV 322 (1739) de Georg Friedrich Händel (Halle, 1685 - Londres, 1759) que esta noche acusó en demasía el venir después de haber escuchado a una estupenda agrupación con instrumentos de época y criterios historicistas, como la OBCM (incluso, y como antes señalaba, la presencia de una orquesta moderna, empingüinada y con otra forma totalmente distinta de ataque y articulación, hace que nos suene más extraño y acartonado este contraste). La presencia central del clave aún aporta a la OSPCM cierto timbre de época y un eco de autenticidad, pero la sonoridad global más despersonalizada y roma hace que el Concerto grosso en la menor haya constituido, desde un punto de vista interpretativo (y, sobre todo, estilístico), el punto más bajo de estas primeras jornadas de À Volta do Barroco, a pesar del voluntarioso trabajo de la formación portuense y del entregado esfuerzo de Christian Zacharias, que ya en su primera intervención al frente de la OSPCM dejó clara su voluntad de transparencia y control sobre la orquesta lusa.
Cierto es que esa querencia por el dominio en la claridad y en la lógica estructural tuvo una verdadera prueba de fuego en la partitura que cerraba el programa, el siempre fresco y disfrutable Concierto para violonchelo y orquesta Nº1 en do mayor Hob. VIIb:1 (1761-65) de Franz Joseph Haydn (Rohrau, 1732 - Viena, 1809); y no porque la OSPCM no haya estado, aquí, realmente sobresaliente, sino porque a Christian Zacharias le salió un solista de lo más original y desenfadado, el violonchelista Pieter Wispelwey.
Leo estos días (y unos cuantos que me quedan, pues hablamos de 2.979 páginas) la soberbia edición que en castellano Atalanta ha publicado de Historia de mi vida (1790-93), obra de un coetáneo del propio Joseph Haydn, Giacomo Casanova, y no he podido evitar pensar en el libertino y afiladísimo escritor veneciano al escuchar esta versión portuense del concierto haydniano, con un solista cual el protagonista de dichas memorias: espontáneo, libérrimo y ajeno a cualquier encorsetamiento, inmerso en un contorno —aquí, el orquestal; como en Historia de mi vida, el social— más tradicional, serio y estructurado. Ello no quiere decir que haya sonado, en absoluto, circunspecta la OSPCM, una orquesta a la que he encontrado muy sólida y bien definida a la hora de frasear y crear planos, con plena elegancia y refinamiento dignos del autor de esta página.
Obviamente, la música de Haydn se presta más a ser interpretada con instrumentos modernos que la de Händel, por lo que, en conjunto, pudimos cerrar la velada de forma muy grata, tras el bajón del Concerto grosso. Por otra parte, y dentro de esas lecciones de programación a las que me refería al comienzo de esta reseña (y que no sólo atañen al repertorio actual, como podremos ver), Casa da Música nos proponía, en estas jornadas inaugurales de À Volta do Barroco, una comparativa de lo más inusual (al menos, en el apolillado suelo orquestal ibérico): el que el mismo concierto fuese interpretado, con sólo dos días de diferencia, por idéntico solista (con distintos instrumentos) y por dos orquestas (OBCM y OSPCM) con dos directores diferentes (Christian Zacharias y Laurence Cummings), para así profundizar en las diferencias habidas en clave de timbre y sonido instrumental, así como de estilo interpretativo: toda una delicatessen que evidenció por qué Casa da Música es uno de los espacios en los que, hoy en día, no sólo se puede disfrutar más de diferentes músicas históricas, sino adentrarse reflexivamente en ellas por medio de propuestas comparativas como ésta.
Aunque, a priori, había pensado que sería la segunda lectura (la del domingo 7 de noviembre, con la OBCM y Laurence Cummings), la que más me podría satisfacer (pues uno es más, en este concierto haydniano, de los Anner Byslma y Hidemi Suzuki, con sus respectivas orquestas barrocas), finalmente me quedaría con la versión del viernes 5 de noviembre, con instrumentos modernos, como la más redonda y disfrutable. Si esto es así, se debe, en buena medida, a que he encontrado más inspirado y suelto a Pieter Wispelwey, que con su instrumento moderno parecía sentirse más cómodo y desplegar, sin duda, una proyección mucho mayor. De hecho, las cadencias del viernes 5 resultaron más creativas y vibrantes, con la del 'Moderato' a un nivel sublime, digna de un violonchelista con alma y bisturí de compositor; mientras que la del 'Adagio' ha sido de una modernidad tal, que Wispelwey parecía hasta desplegar efectos de tapping sobre el diapasón de su instrumento. Esto último es, además, perfectamente consecuente con el sentido tan percusivo con el que atacó su violonchelo en el concierto con la OSPCM, desplegando una articulación y un col legno dignos del sonido de las más rutilantes agrupaciones modernas con instrumentos de época.
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